miércoles, 17 de septiembre de 2025

MEMORIAS DE UN JUBILADO. CAMINO DEL DUERO (II)

 


A estas alturas de septiembre ya estaría de vuelta en mi tierra de adopción. Paro aun así, los momentos y los días vividos en aquellas tierras regadas por el Duero que fueron tan mías durante una cuarta parte de mi vida y creo que seguirán siéndolo el tiempo que yo viva, continúan latiendo dentro de mí. Por ello quiero traerlos aquí

“Río Duero, río Duero,

¿quién te ha visto y quién te ve:

ayer movías aceñas

y hoy no las quieres ni ver.”

                                     E. C. Ch


DE VISITA EN "SAN ATILANO"

Nada más entrar en Zamora cruzamos el Duero por el Puente de los Tres Árbole para llegar al extremo sur de la ciudad donde se levanta el silencio del cementerio (de nombre San Atilano, en recuerdo del obispo del anillo y del barbo del milagro). Aquí descansan los restos de Claudio Rodríguez, el poeta de Don de la ebriedad, y de Clara Miranda, la mujer de su vida. La tumba, junto a la puerta, tiene una cruz, unas llamas de piedra, unas flores secas, unos surcos del Duero y un verso de su primer y principal poemario: El primer surco de hoy será mi cuerpo”. Junto a la tumba leo unos versos suyos:

 "Mi boca besa
lo que muere, y lo acepta. Y la piel misma
del labio es la del viento. Adiós. Es útil
norma este suceso, dicen. Queda
tú con las cosas nuestras, tú, que puedes,
que yo me iré donde la noche quiera."

. Y acompañadodel zureo de las palomas de los vecinos cipreses, abandonamos el camposanto por el lugar donde se levanta el  Arco de los Caídos que antaño presidió el parque de San Martín. Así cumplo una de las promesas que hice antes de realizar este otro feliz reencuentro con la ciudad del alma.


MI BARRIO, MI CASA

Ahora voy a cumplir la segunda promesa: visitar mi barrio y volver a ver mi casa. Por la Carretera del Sepulcro y la calle de Cabañales, llegamos a la plaza de Belén... Aquí nos apeamos de nuestro coche y miro con cariño y nostalgia cuanto me rodea.  No reconozco la casa donde yo nací un día, crecí, viví mi infancia y aprendí a ser romero para terminar viviendo en tierras catalanas.  El sitio de mi casa lo ocupa hoy el hostal “Puente de Piedra”. Abetos en mitad de la plaza han borrado el misterio de mis más tiernos recuerdos (los partidos de fútbol, la huerta del Serranillo, el Comedor de Ancianos franquista donde dormía el vagabundo del verano y yo fumé mi primer cigarrillo cuando el edificio era una ruina...). A unos pasos de nosotros sigue el Duero pasando, y aunque es el mismo, se ha olvidado de las aceñas, del alto pretil donde los vencejo tenían sus mechinales... y del Puente de Piedra, en obras, bajo el que pasa reflejando la muralla, entre islotes, azudas, antiguos tajamares volcados... Presente incontestable. Lo demás es pasado que se recuerda con miel agria en los labios.



LOS PELAMBRES, LA PLAYA DE ZAMORA

El coche toma la carretera de Fermoselle hacia el barrio hermano de San Frontis y hacemos un alto en Los Pelambres, la playa de Zamora. Así recuperamos este presente de nuestro Camino del Duero. Cervezas en el merendero a la vista del río, espejo puro donde se mira fiel la Catedral (en obras el Palacio del Obispo. junto a ella). En medio de este remanso de paz, hablamos de nosotros, de la vida, de cómo cambia todo, de la calma que se respira en este lugar donde ayer estuvo la fronda del soto de San Frontis, lleno de sensaciones ardientes que se fueron, como yo de mi infancia, para siempre. Y bebemos como si hoy empezáramo a vivir, como si dentro de un rato, por el cercano y elegante Puente de los Poetas, entráramos a una nueva Zamora. Y sin tristeza, sin miedo, pienso en la muerte como algo que ha de venir de todos modos. (Ramón Abrantes, Clara Miranda, Claudio Rodríguez..., que alguna vez debieron pensar eso mismo, hoy duermen en la paz de su leyenda, que permanece escrita en la eterna página del mundo, mundo que por otra parte también nació para desaparecer.


MORERUELA

...Allí recordé una vez más el virgiliano etiam ruinae periere¡hasta las ruinas perecieron! ¡Qué majestad la de aquella columnata de la girola que se abre hoy al sol, al viento y a las lluvias! ¡Qué encanto el de aquel ábside! ¡Y qué intensa melancolía la de aquella nave tupida hoy de escombros sobre que brota la maleza!”

                                                                             Miguel de Unamuno



Por la mañana, después de desayunar, nada más pisar la plaza de Santa María la Nueva. saludamos a nuestro vecino Barandales. Hace fresco y cruzamos, rápidamente, la plaza de Viriato en busca del sol. Junto al vecino templo de San Cipriano, aunque ya no es parroquia, vemos que la luz del cielo acaricia su antiguo románico. Y asomados a su mirador casi tocamos el nido de cigüeña de su vecina Santa Lucía, iglesia que tampoco está al culto y sirve de almacén a obras del Museo Municipal, que hoy ocupa el antiguo Palacio del Cordón. Antaño el conjunto arquitectónico de las dos iglesias y el palacio tuvo importancia capital, y hogaño sólo es un hito de visita para turistas apresurados y armados de máquinas fotográficas. ¡Qué le vamos a hacer!


CAMINO DE LA HORTA

Hoy la cuesta de San Ciprian la usa el Yacente en la Semana Sant y a veces algunos peregrinos de Santiago. Y nosotros, que habíamos elegido el Camino del Duero, primero bajamos por ella a la plaza de Santa Lucía (plaza, después de la mía, de la que tengo más recuerdos entrañables), luego recorremos la calle de Zapatería y cruzamos la  de la Plata (al fondo, a la derecha, entreveo la avenida del Mengue y el Duero a su lado, y me acuerdo inevitablemente de mi padre, que me contaba historias de la relación misteriosa que había entre ellos)

Y ¡Santa María de la Horta!, destacando sobre su tejado la chimenea de la fábrica de alcohol, rival prosaico de su románica torre de campanas. La iglesia, adscrita a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén.es un modelo de románico único. Sentados en los bancos de la nave, nos acompañan dos pasos que desfilan el Domingo de Resurrección: Jesús Resucitado, triunfante sobre la tumba, y la Virgen del Encuentro, encuentro que tiene lugar en la Plaza Mayor mientras todas la campanas de la ciudad rompen el silencio que las ha amordazado todos los días de la Semana Santa, y los cohetes llenan de estampidos jubilosos el cielo azul de la recién nacida primavera. Están muy bien aquí las dos imágenes (Hijo y Madre por fin juntos bajo estas bóvedas hospitalarias lejos del sufrimiento y el escarnio.



RECUERDO DEL YACENTE

Por la calle de Balborraz subimos a la plaza del Encuentro hablando de otros tiempos en que aquí veíamos subir al Yacente en unas andas como un muerto normal. La noche era propia del cine negro mientras los penitentes lo seguían arrastrando descalzos grandes cruces de madera en su memoria y un bombo cerraba la procesión con sus golpes solemnes. Cerca del Ayuntamiento viejo leímos la lápida de una casa de la emblemática cuesta diciendo que allí estuvo el taller de Ramón Álvarez, el mejor imaginero de Zamora.


HACIA MORERUELA


Atravesamos la feria de los quesos, camino del parquin, y dejamos atrás los restos de la casa y taller de Abrantes (impío recuerdo de la piqueta). Nos esperan tres joyas arquitectónicas separadas por campos y viñedos y unidas por el cordón umbilical de asfalto. Al entrar en las iglesias nos preguntan de dónde venimos. --“De Barcelona”-- Y toman nota . Hay tan pocas casas de Dios en Zamora que no cobren para entrar. Antes de emprender la marcha hacia Moreruela, entramos en Santiago de los Caballeros (el Viejo, para los zamoranos), fuera de las murallas, cerca de Olivares y del Duero, el más pequeño de los templos románicos de Zamora. Con las almas del Cid y el rey Fernando I en las sombras bajo el techo de madera y los capiteles historiados del altar, nos suena la voz de la guía como si fuera nuestra reina Doña Urraca recriminando al Cid que fuera súbdito de su avaricioso hermano Sancho y sitiara a sus órdenes la ciudad, olvidándose de que había sido ordenado caballero en el altar de Santiago por su padre el Rey, y a su padre el Monarca por olvidarse de ella al repartir el reino en su lecho de muerte.


TIERRAS DE PAN

En los campos de Montamarta se extienden los horizontes infinitos, dorados, de las tierras del pan. Un palomar baila temeroso ante la presencia de un milano. Cerca está el salto de Ricobayo, en el Esla, hijo mayor del Duero. Y el letrero de Manganeses hace brincar dentro de mí los ecos terribles de los cantos de los ciegos que en mi infancia cantaban en corro en la plaza del Mercado crímenes escalofriantes ocurridos en la zona. Menos mal que ya sentimos sobre nosostros el benévolo aleteo del espíritu de Moreruela.



HEMOS LLEGADO

Es una mañana inolvidable de septiembre. El cielo azul lejano, sol y viento frío. Entramos los cuatro en las ruinas del monasterio. El guardia, junto a su coche, nos pregunta a voces de dónde venimos. --”De Barcelona”--. Somos los primeros en llegar. Como apóstoles, como ángeles, en silencio, con respeto. Piedras cistercienses arroñadas la mayor parte. Pero siguen en pie columnas, arcos, bóvedas, estancias que fueron vivienda, oración y trabajo de monjes austeros. Todo era austeridad aquí, y afán, espíritu de agradar a Dios, tierra sagrada, lección para alcanzar la gloria eterna. Hoy es vacío, soledad, muros en ruinas, maleza creciendo en lo que fueron claustros, girolas, naves... La mirada se entristece viendo arcos desnudos, agujeros de rosetones, muñones de espadañas sin campanas... Silencio de siglos sólo roto por zureos y vuelo de palomas que aquí anidan y responden tal vez a una señal del cielo. Silencio en el paisaje que acompaña a esta soledad de piedra sólo roto por el susurro de las hojas de los árboles. 

 

TAMBIÉN LAS RUINAS PERECIERON

Por mucho que soñemos que aquí hubo algún día oración, trabajo, estudio, salimos, admirados de lo que pudo ser, repitiendo lo que dijo Virgilio y nos recuerda Unamuno: Etiam ruinae perire”. De los monjes, mozos de cuerda, pastores,vaqueros, hortelanos,  cocineros... que aquí pudieron convivir no podemos decir sino que vivieron y murieron como moriremos nosotros por ley de vida. De la ruina del monasterio no hay que echarles la culpa no sólo a los elementos naturales, el viento, la lluvia, la intemperie,  sino a la piqueta administrativa primero y después a los actos de rapiña que desmantelaron ventanas, puertas, se llevaron muebles y pertenencias varias y acabaron hasta con el más pequeño objeto litúrgico y sagrado. El abandono final y las inclemencias del tiempo convirtieron, en unas décadas, el primer monasterio hizpánico en un montón de ruinas sublimes en las que hasta los ábsides parecen querer separarse de la maleza que los amenaza, como bellas y benditas piedras que quieren volar al cielo, para cuyo fin habían sido soñadas.


Moreruela, Moreruela.

Ábsides de pura piedra

que sufren eternos éxtasis

que hasta parece que vuelan.


DE VUELTA A LA CAPITAL

Salimos de allí en el momento en que otra familia como la nuestra aparca su coche, y el guardia impetérrito les pregunta de dónde vienen. San Pedro de la Nave nos espera para cerrar la mañana bajo las bóvedas de un templo.

 


Una vez escribí "San Pedro de la Nave navega sobre el tiempo". Pero hoy el tiempo se ha cansado del mar último y ha atracado todas sus naves a las cuatro columnas del crucero del templo. Iglesia visigoda salvada de las aguas, traída aquí a El Campillo piedra a piedra y reconstruida como un puzzle, sin argamasa, sólo con el cemento limpio de la devoción por el trabajo bien hecho. Dentro el misterio, solo, entre arcos de herradura y capiteles bíblicos, reluce entre las sombras para alumbrar el sepulcro de los santos barqueros y la pila bautismal, la imagen de San Pedro con sus llaves y la Virgen con sus andas. Por un momento antes de salir al campo, al aire limpio, para volver a Zamora, recuerdo a mis juglares salvándose aquí de las garras de Sagartanás (de mi novela inédita, finalista del Premio "Sent Soví", 2002, Los juglares hambrientos.

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