Paso a hablar de lo que se solía leer durante el franquismo.
Recuerdo que las primeras
lecturas que cayeron en nuestras manos estaban basadas, en la mayoría de los
casos, en los tebeos y las novelas populares que podían encontrarse fácilmente
y por poco precio en los quioscos de nuestras ciudades. El Cachorro, el Guerrero
del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, entre los primeros, y entre
las segundas, las Novelas del FBI, las del Oeste, de
Marcial Lafuente Estefanía o las Policiacas, de Silver Kane.
Paralelamente, estaban los primeros textos literarios y las primeras poesías de
los libros de la escuela y, al poco tiempo, los del Instituto.
En la lectura de los tebeos interesaba,
más que el lenguaje o la calidad artística, el mensaje ideológico o los
condicionamientos de la época, por ejemplo, el anticomunismo visceral del
régimen franquista. Y obtuvieron un gran éxito porque ayudaban a evadirse de
una realidad envuelta por la escasez de medios económicos o el recuerdo
doloroso de la guerra civil recién pasada. Los tebeos y las novelas citados más
arriba, y otros y otras por el estilo, lo mismo que la radio, el cine, el
fútbol o los toros, sirvieron para olvidar el entramado político e ideológico
que había derivado de los vencedores de la guerra civil. Uno de los casos más
interesantes lo representó el cuaderno de aventuras llamado Hazañas Bélicas,
cuyos relatos sucedían en escenarios exóticos: el desierto de Sahara, las selvas del sudeste asiático o las estepas
rusas, para evitar el recuerdo tan cercano y propio de nuestra guerra. Y en
cuanto a los motivos o temas principales tratados en ellos, tres elementos de
gran significación en el franquismo se conjugaban en los cuadernos: el amor o
la amistad, el patriotismo y Dios o la providencia divina que estaba siempre
dispuesta a ayudar a los buenos.
Pero al lado del sentimentalismo relacionado con los puntos
anteriores, se ensalzaba la guerra hasta el punto de hacerla necesaria para
acabar con cualquier cosa que tuviera que ver con el comunismo, ideario capital
de la ideología franquista, como ya hemos apuntado.
Uno de esos tebeos, editado por el Frente de Juventudes, tenía un
nombre muy sonoro, pegadizo, Balalín, al que seguía el subtítulo
Semanario de todos los niños españoles.
El antecedente de Balalín habría que buscarlo en otro de
nombre eufónico, Jeromín, surgido en los años 30, que ya incluía entre
sus páginas apartados que veremos en Balalín: Concursos de la revista,
Cuentos breves, Conoce nuestra Patria, su historia, sus hombres, sus
monumentos, Cromos para recortar, etc. Durante la Guerra surgieron otras
revistas semanales como Pelayos, Flechas, Flechas y Pelayos,
y en la posguerra, Chicos, Mis chicas y, así, hasta llegar al mencionado
Balalín.
Además de la aventura cuyo protagonista era el chico que daba nombre
a la revista, el Balalín incluía secciones como las siguientes: en
formato de cómic, episodios de Historia Sagrada (“José, virrey de Egipto”, “En
la tierra prometida”, “Los jueces, Gedeón”...), Historias de grandes hombres
(Livinstone, Gravelet, W. Mitchell...), Historias de las cosas (la sal, el
café, el fútbol...), Los animales (el mapache, el caribú, animales con
pinchos...); también había relatos y cuentos (“La última vez”, de M. Alcántara,
“El muchacho que tenía el corazón triste”, de Feliu, o las grandes tiradas de
“Miguel”, de Joaquín Aguirre Bellver), Juegos, con sus reglamentos y normas
(“Las zapatillas”, “El cangrejo en círculo”, “María subiré”...), El gran
concurso de Balalín, que, además de publicar semanalmente las fotos de los
chicos ganadores en anteriores certámenes, presentaba las preguntas del
presente basadas en las más diversas materias, desde la historia más reciente
hasta inventos, gánsteres, medicina, geografía, música, literatura...
De las cosas que más nos gustaban a los chicos del Balalín
era la historieta del Tío Mandarino, un labriego inocentón y cazurro que no
lograba dar buen fin a ninguna empresa, y una historia policiaca titulada
“Redada en el búho rojo”, que a mí me recordaba las aventuras del FBI, aquellas
que eran protagonizadas tan trepidantemente por Jack, Bill y Sam. No había
poesías entre las páginas amplias y generosas del Balalín, pero sí
brotaba cierto lirismo de las imágenes en color de algunas viñetas y de los
relatos que intentaban apresar el sentir y el pensar general de la gente menuda
de entonces, aunque con algunas dosis de propaganda velada referida a los
vencedores en la Guerra.

Las exigencias artísticas y
educativas de todas estas revistas eran escrupulosas y atendían a unos
principios básicos y a un programa de acción para la elevación religiosa,
moral, social, literaria y estética, según el P. Vázquez dice en su libro La
prensa infantil en España, citado por Carlos Castro Alonso en su Didáctica
de la Literatura. He aquí algunas afirmaciones de esos principios y de ese
programa de acción mencionados:
.- Bondad en el aspecto ideológico,
.-orientación cristiana,
.-contenido fiel a la verdad,
.-valoración equilibrada de la fuerza, salud y belleza del cuerpo,
.-el héroe debe practicar las virtudes humanas: generosidad,
sinceridad, valentía, honestidad, discreción..., y combatir las burlas a
impedidos, ancianos...,
.-fomento del servicio a la comunidad,
.-respeto al sexo contrario,
.-acercamiento entre las clases sociales,
.-preparación para la vida real y la orientación profesional,
.-cultivo de la poesía,
.-combatir cuanto pueda producir temor al niño, etc.

Silver Kane, que fue también Taylor Nummy, Fernando Robles, Enrique Muriel, Rosa Alcázar, Francisco Gonzalez Ledesma y otros más, cada uno con su particular estilo. En heterónimos no creo que lo superara nadie.
ResponderEliminarSeguramente esta cultura popular, definitivamente barrida por la TV, bebía más del cine que de la literatura.
Gracias por traerla a colación.