A Manuel Barrios Nicolás, pintor
Querido amigo de la infancia, que es decir lo mismo
que de siempre. He recibido tu entrañable carta esta mañana de enero fría, pero
luminosa, que no pienso olvidar nunca. Porque
mientras la leía, iba recuperando más de cincuenta años de mi vida,
concretamente esos 51 que tú mencionas en tu carta, los mismos que hace que yo dejé nuestro
querido barrio de Cabañales para seguir mis estudios y el resto de mi vida en
Barcelona. Lo primero que mencionas es la santa costumbre de
celebrar la Nochebuena en familia con el recuerdo puesto en los seres queridos
que ya no están con nosotros. Y en esas reuniones de
Nochebuena salen a relucir las cosas más entrañables que tienen que ver casi
siempre con el pasado, en nuestro afán incorregible de recuperarlo de algún
modo, aunque sea con el conjuro del recuerdo y la palabra; en vuestro caso esa
palabra fue “cangilones”, esa pieza necesaria de la noria de nuestra infancia
que extrae de las entrañas de la tierra el agua vivificadora y la deposita
tiernamente en la acequia, cauce o canal que la reparte generosa en los surcos
de la huerta.
Pensando en ello, escribí el libro que lleva su
nombre, libro en el que vuelco algunos de mis mejores recuerdos de aquellos
tiempos que ya no volverán pero que siguen bien vivos en nuestra memoria. Y no
en balde salís vosotros, mis amigos y compañeros de correrías y experiencias
que, sin duda, nos ayudaron a entender los caminos diferentes que posteriormente
tomamos unos y otros. La subida al cimborrio de la catedral, la rebusca de
pólvora por San Pedro, las películas e historias revividas a la luz de la luna,
la aventura de los tiradores que acabó en la tragedia del pato de la molinera,
los inocentes robos por las huertas con desenlace desigual para los
protagonistas, la aventura de la perra chica convertida en peseta por el
milagro de la piedra Lupe, las recompensas, promesas y premios de las vistas y
los cromos, los chapetes de los ciclistas que cubríamos con cristales para
darles más enjundia y tantas actividades y juegos que recuerdas con tanta
precisión en tu carta, están ahí, en Cangilones
de vida, porque necesitaba nombrarlos y recordarlos y darles de nuevo vida
para devolvérmela a mí y también a vosotros, testigos providenciales de mis
experiencias. Leerlos en tu carta ha hecho
renacer en mí la nostalgia de lo que, aunque desgraciadamente no volverá jamás,
puso los cimientos de lo que sería mi mayor vocación en esta vida, aun por encima
de la vocación de profesor: mi vocación de
poeta. Y así a aquel Cangilones de vida
del principio le siguieron Agua vivida,
El camino diario, La dura vida amada, En el cristal del tiempo y algunos más hasta llegar a Estos octubres, que es el último.
En
cuanto a lo que dices en tu carta sobre el Puente de los Poetas, te puedo decir
que nosotros con nuestra vocación, tú de la pintura y yo de la poesía, ya
tenemos un trozo en el puente perenne de la inspiración artística. Y hablando
de la inspiración artística, a mí también me gusta la pintura y, como dices en
tu carta, alguna muestra de rincones emblemáticos de nuestra Zamora dejé en los
azulejos de La Cooperativa, y
luego aquí en Barcelona también hice mis pinitos con los pinceles y hasta he tenido el honor de figurar en alguna exposición colectiva (la última sobre la Intolerancia);
pero siempre como aficionado, ya sabes, para adornar las paredes de casa o para
regalar a la familia y a los amigos. Sin embargo, querido amigo, tu amor por la pintura
es diferente. Eres un artista de los pies a la cabeza. Las fotos que me has
enviado de algunos de tus cuadros, tan limpios, tan solitarios y silenciosos,
que se convierten en pura poesía para el ojo que los contempla (el último que
me has enviado por email, esos niños que esperan el momento del baño en el mar,
es soberbio, definitivo) así lo justifican.
Y el catálogo de tus exposiciones
individuales y colectivas presentadas nada más y nada menos que por Antonio
Pedrero, uno de los pintores más grandes que ha tenido Zamora (jamás he podido
olvidar su cuadro de La Golondrina, donde la vida de nuestra ciudad de aquellos
años de nuestra infancia y adolescencia está tan vivamente retratada que sólo
le falta hacer oír sus voces y ver cómo el humo del cigarrillo de Claudio
Rodríguez, casi un niño todavía, extiende sus volutas por el espacio del bar); Antonio
Pedrero en ese catálogo acierta plenamente al destacar tu “percepción sensitiva
por la naturaleza” de nuestras tierras (Zamora, Toro, Sanabria…), pero también
de otras (Braganza, Aveiro, Combarro…). Lo dice muy bien: actúas como un experto
notario, pero con “íntima observación y complaciente recreo”, y yo añado: un
delicado notario que apunta cuanto ven sus ojos de artista y siente su corazón de
poeta; y así lo haces con rincones y plazas urbanas, con campos de flores o
verdes sembrados, con románticos paisajes otoñales tan de mi agrado y al
parecer también del tuyo. Y la fotocopia del recorte de La Opinión, en el que
generosamente me mencionas, que alude a la exposición de tus óleos en una sala
de nuestra ciudad, donde puedo ver además en tu cara sonriente y satisfecha un
claro reflejo del rostro del Lolo que yo recuerdo (te adivino, pese al paso
inexorable del tiempo, hablándome del próximo partido de fútbol que vamos a
entablar en la plazuela o en la yerbera del río hasta que la noche caiga sobre
nosotros sin que nos demos cuenta; hablándome del comedor social donde el Tío
Tizas nos hizo pensar, en nuestra imparable imaginación de niños, en una mano
negra capaz de azotarnos con el látigo del miedo; y de tantas y tantas
aventuras y juegos que compartimos. Ahora tras este rostro sereno que me mira
veo la vida que has vivido hasta el momento de imprenta en imprenta y en
talleres industriales, alternando la vida laboral con las clases de pintura, y
las exposiciones siguiendo el trasiego de ciudades (Vitoria, Salamanca y
finalmente, Zamora).
No sabes cuánto me alegro de que aquellas nuestras salidas
en bicicleta para pintar los campos, las iglesias y las casas de los pueblos
cercanos y las otras salidas a pie por nuestra ciudad para inmortalizar en
nuestros cuadernos de dibujo los rincones más emotivos, te ayudaran a encontrar
tu verdadera vocación: la de la pintura.
Debo añadir, mientras voy terminando, que me he
emocionado mucho leyendo todas esas cosas que me confiesas en tu carta,
relacionadas con nuestros comunes recuerdos. Gracias a ellas he recuperado, no
sólo una gran amistad, la tuya, que en mis retornos a Zamora (el último en
2006) intentaba poner al día sin conseguirlo porque por tu trabajo no estabas
en la ciudad. Pero ahora, por fin, gracias a las nuevas tecnologías y a la
buena suerte, que se han aliado sin duda para ayudarnos, he podido recuperarla.
Y no sólo, como decía, he recuperado tu amistad, sino también, debido a tu
generosa carta, detalles de mi infancia y adolescencia que tenía algo
olvidados. Por todo ello, gracias, amigo. El tiempo, la distancia y la ausencia
ya no volverán a ser obstáculos para que sigamos hablando, comentando cosas de
tu pintura y mi poesía, de la vida en general, como si volviéramos a estar
juntos.
Siempre amigo tuyo.
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