1.
El curioso impertinente
Lo verdaderamente curioso de El curioso impertinente, relato incluido en la
Primera Parte, Capítulos XXXIII-XXXV, del Quijote
(Madrid, 1605) por su autor, el padre de la novelística española el Ingenioso
Manco don Miguel de Cervantes (Alcalá, 1547-Madrid, 1616) es que su argumento (recordémoslo
brevemente: En la Florencia del siglo XV viven los dos amigos íntimos Anselmo y
Lotario, el primero de los cuales se casa con Camila, y para probar su
fidelidad, convence a su amigo Lotario que seduzca a su esposa; y, aunque éste
al principio se niega a seguir sus insistentes indicaciones, al final acaba
enamorándose de Camila y ésta de Lotario; y como no pueden guardar por mucho
tiempo su secreto, mantenido mientras tanto por Leonela, criada de Camila, ésta
y Lotario escapan juntos dejando tan sumido en la tristeza a Anselmo, que acaba
muriendo de pena), decía que el argumento que acabo de exponer brevemente
sirvió en 1948 (otros dicen que se estrenó el 20 de abril de 1953) al cineasta
Flavio Calzavara para dirigir la película en blanco y negro de 86 minutos de
duración con el mismo título que la narración cervantina, y protagonizada por,
entre otros, Aurora Bautista, José María Seoane, Roberto Rey y Rosita Yarza. El
guión corrió a cargo de Ramón Ceralt (otros lo sustituyen por Alessandro De Stafano)
y Antonio Guzmán Merino, mientras que Emilio Lehmberg se cuidaba de la música.
He aquí parte de la petición que en el cuento de
Cervantes Anselmo le hace a su amigo Lotario, curioso (curiosidad impertinente,
de ahí el título) de saber cómo reaccionará su esposa Camila ante el intento de
seducción por parte de su amigo Lotario:
"Y
muéveme, entre otras cosas, a fiar de ti esta tan ardua empresa, el ver que si
de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor,
sino a sólo a tener por hecho lo que se ha de hacer, por buen respeto, y, así,
no quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en
la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno
como el de la muerte. Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que
lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni
perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide y con la
confianza que nuestra amistad me asegura."
Aunque ya sabemos cómo acaba la historia.
2.
El Quijote
La propia obra magna, El Quijote, ha sido llevada al cine antes y después que El curioso impertinente en numerosas
ocasiones, en España y en el extranjero (recordemos al menos la película
dirigida por Orson Welles en 1992); desde 1908, en versión muda, blanco y
negro, y dirigida por Narciso Cuyás, hasta 2002 bajo el título de El caballero Don Quijote, película
dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón. Quizá una de las versiones más conocidas
y admiradas por la crítica sea la de 1965, cuya dirección corre a cargo de
Carlo Rim (también se encarga del guión), y está protagonizada entre otros por
Josef Meinard (Don Quijote), María José Alfonso (Dulcinea), Fernando Rey
(Duque) o Roger Carel (Sancho Panza). Sabido es que la ingente obra de
Cervantes se dio a conocer en dos partes, separadas ambas por 10 años. La
Primera Parte narra las dos primeras salidas de Don Quijote en busca de
aventuras para deshacer los entuertos que hay en el mundo, la primera de ellas,
solo, y, tras cinco capítulos, acabó molido a palos por exigir a un grupo de
mercaderes que proclamasen la belleza de la sin par Dulcinea del Toboso, la
dama de sus sueños y a la que dedica sus hazañas, y devuelto a su aldea a lomos
del caballo de un vecino. La segunda salida, que abarca hasta el capítulo 52,
la efectuó acompañado de su escudero Sancho Panza, un labrador de su mismo
pueblo. E igualmente, tras luchar, entre otros, contra unos molinos de viento
creyendo que son gigantes, y un vizcaíno, al que vence, y liberar a unos
galeotos condenados a galeras, que responden su “buena” acción con una lluvia
de piedras, va a hacer penitencia a Sierra Morena, donde escribe una carta a
Dulcinea y encarga llevársela en persona a Sancho. A todo esto, el cura y el
barbero, vecinos de Don Quijote, que han salido a buscarlo, dan con él y lo
devuelven a la aldea encerrado en una jaula ante las risas de sus paisanos.
He aquí un fragmento de este último pasaje:
“Hecho
esto, con grandísimo silencio se entraron (los encargados por el cura) adonde
él (Don Quijote) estaba durmiendo y descansando de las pasadas refriegas.
Llegáronse a él, que libre y seguro de tal acontecimiento dormía, y, asiéndole
fuertemente, le ataron muy bien las manos y los pies, de modo que cuando él
despertó con sobresalto no pudo menearse ni hacer otra cosa más que admirarse y
suspenderse de ver delante de sí tan extraños visajes; y luego dio en la cuenta
de lo que su continua y desvariada imaginación le representaba, y se creyó que
todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que sin
duda alguna ya estaba encantado, pues no se podía menear ni defender: todo a
punto como había pensado que sucedería el cura, trazador de esta máquina. Solo
Sancho, de todos los presentes, estaba en su mismo juicio y en su misma figura,
el cual, aunque le faltaba bien poco para tener la misma enfermedad de su amo,
no dejó de conocer quiénes eran todas aquellas contrahechas figuras, mas no osó
descoser su boca, hasta ver en qué paraba aquel asalto y prisión de su amo, el
cual tampoco hablaba palabra, atendiendo a ver el paradero de su desgracia: que
fue que, trayendo allí la jaula, le encerraron dentro, y le clavaron los
maderos tan fuertemente, que no se pudieran romper a dos tirones. Tomáronle
luego en hombros, y al salir del aposento se oyó una voz temerosa, todo cuanto
la supo formar el barbero, no el del albarda, sino el otro, que decía: —¡Oh
Caballero de la Triste Figura!, no te dé afincamiento la prisión en que vas,
porque así conviene para acabar más presto la aventura en que tu gran esfuerzo
te puso. La cual se acabará cuando el furibundo león manchado con la blanca
paloma tobosina yoguieren en uno, ya después de humilladas las altas cervices
al blando yugo matrimoñesco, de cuyo inaudito consorcio saldrán a la luz del
orbe los bravos cachorros que imitarán las rampantes garras del valeroso padre;
y esto será antes que el seguidor de la fugitiva ninfa faga dos vegadas la
visita de las lucientes imágines con su rápido y natural curso. Y tú, ¡oh el
más noble y obediente escudero que tuvo espada en cinta, barbas en rostro y
olfato en las narices!, no te desmaye ni descontente ver llevar ansí delante de
tus ojos mesmos a la flor de la caballería andante, que presto, si al plasmador
del mundo le place, te verás tan alto y tan sublimado, que no te conozcas, y no
saldrán defraudadas las promesas que te ha fecho tu buen señor; y asegúrote, de
parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo verás por
la obra; y sigue las pisadas del valeroso y encantado caballero, que conviene
que vayas donde paréis entrambos. Y porque no me es lícito decir otra cosa, a
Dios quedad, que yo me vuelvo adonde yo me sé.”
En cuanto a la Tercera Salida, ésta tiene lugar en la
Segunda Parte (74 capítulos) del Quijote, publicada en 1615, tras haberse
salido a la luz El Quijote de
Avellaneda. En ella, acompañado igualmente por su escudero Sancho, Don Quijote,
emprende otras aventuras esta vez por tierras de Aragón y Cataluña,
especialmente las ciudades de Zaragoza y Barcelona (antes había recorrido
preferentemente La Mancha y algunas partes de Andalucía). Las más importantes
son las vividas con los Duques y en la Ínsula Barataria, que esporádicamente
gobierna Sancho Panza. Luego, para desmentir al falso Quijote de Avellaneda,
caballero y escudero marchan a Barcelona. Allí Don Quijote será vencido por el
bachiller Sansón Carrasco (ahora Caballero de la Blanca Luna), que le impone
como condición regresar a su aldea. Aquí, tras recobrar el juicio, muere
cristianamente en su cama.
Leamos sus últimas palabras, que pronunció tras
despertar de un largo sueño de seis horas:
“—¡Bendito
sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no
tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres. Estuvo
atenta la sobrina a las razones del tío y pareciéronle más concertadas que él
solía decirlas, a lo menos en aquella enfermedad, y preguntóle: —¿Qué es lo que
vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son
estas, o qué pecados de los hombres? —Las misericordias —respondió don
Quijote—, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien,
como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro, sin
las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y
continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus
disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan
tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean
luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte: querría hacerla de tal
modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase
renombre de loco; que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad
en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos, al cura, al bachiller Sansón
Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi
testamento. Pero de este trabajo se escusó la sobrina con la entrada de los
tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo: —Dadme albricias, buenos
señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a
quien mis costumbres me dieron renombre de «bueno». Ya soy enemigo de Amadís de
Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las
historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro
en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios escarmentando
en cabeza propia, las abomino. Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron
sin duda que alguna nueva locura le había tomado, y Sansón le dijo: —¿Ahora,
señor don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea,
sale vuestra merced con eso? ¿Y agora que estamos tan a pique de ser pastores,
para pasar cantando la vida, como unos príncipes, quiere vuesa merced hacerse
ermitaño? Calle, por su vida, vuelva en sí y déjese de cuentos. —Los de hasta
aquí —replicó don Quijote—, que han sido verdaderos en mi daño, los ha de
volver mi muerte, con ayuda del cielo, en mi provecho. Yo, señores, siento que
me voy muriendo a toda priesa: déjense burlas aparte y tráiganme un confesor
que me confiese y un escribano que haga mi testamento, que en tales trances
como este no se ha de burlar el hombre con el alma; y, así, suplico que en
tanto que el señor cura me confiesa vayan por el escribano. Miráronse unos a
otros, admirados de las razones de don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron
creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fue el haber vuelto
con tanta facilidad de loco a cuerdo, porque a las ya dichas razones añadió
otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del
todo les vino a quitar la duda, y a creer que estaba cuerdo. Hizo salir la
gente el cura, y quedóse solo con él y confesóle. El bachiller fue por el escribano y de allí a
poco volvió con él y con Sancho Panza; el cual Sancho, que ya sabía por nuevas
del bachiller en qué estado estaba su señor, hallando a la ama y a la sobrina
llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas. Acabóse la confesión
y salió el cura diciendo: —Verdaderamente se muere y verdaderamente está cuerdo
Alonso Quijano el Bueno; bien podemos entrar para que haga su testamento. Estas
nuevas dieron un terrible empujón a los ojos preñados de ama, sobrina y de Sancho
Panza, su buen escudero, de tal manera, que los hizo reventar las lágrimas de
los ojos y mil profundos suspiros del pecho; porque verdaderamente, como alguna
vez se ha dicho, en tanto que don Quijote fue Alonso Quijano el Bueno a secas,
y en tanto que fue don Quijote de la Mancha2, fue siempre de
apacible condición y de agradable trato, y por esto no solo era bien querido de
los de su casa, sino de todos cuantos le conocían. Entró el escribano con los demás, y después
de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con
todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las
mandas, dijo: —Iten, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a
quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí
ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos ni se
le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de
lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga;
y si, como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula,
pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la
sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.”
3.
La gitanilla
La gitanilla
También han sido llevadas al cine otras obras
cervantinas, como La gitanilla o La ilustre fregona, dos de las Novelas Ejemplares que Cervantes dio a
conocer en 1613.
La primera fue trasladada a la gran pantalla en 1940 por
el director Fernando Delgado. Los dos principales protagonistas son: Estrellita
Castro, como Preciosa, y Juan de Orduña,
que hace de Juan de Cárcamo, noble que se enamora de la bella gitana y renuncia
a su posición para vivir en un campamento calé con ella y sus compañeros.
He aquí el final de la hermosa narración cervantina,
en el que se notifica la boda de Juan de Cárcamo (antes Andrés Caballero) con
Preciosa:
“Llegaron
las nuevas a la Corte del caso y casamiento de la gitanilla; supo don Francisco
de Cárcamo ser su hijo el gitano y ser la Preciosa la gitanilla que él había
visto, cuya hermosura disculpó con él la liviandad de su hijo, que ya le tenía
por perdido, por saber que no había ido a Flandes; y más, porque vio cuán bien
le estaba el casarse con hija de tan gran caballero y tan rico como era don
Fernando de Azevedo. Dio priesa a su partida, por llegar presto a ver a sus
hijos, y dentro de veinte días ya estaba en Murcia, con cuya llegada se
renovaron los gustos, se hicieron las bodas, se contaron las vidas, y los
poetas de la ciudad, que hay algunos, y muy buenos, tomaron a cargo celebrar el
estraño caso, juntamente con la sin igual belleza de la gitanilla. Y de tal
manera escribió el famoso licenciado Pozo, que en sus versos durará la fama de
la Preciosa mientras los siglos duraren.
“Olvidábaseme
de decir cómo la enamorada mesonera descubrió a la justicia no ser verdad lo
del hurto de Andrés el gitano, y confesó su amor y su culpa, a quien no
respondió pena alguna, porque en la alegría del hallazgo de los desposados se
enterró la venganza y resucitó la clemencia.”
4
La ilustre fregona
En cuanto a La
ilustre fregona, el director Armando
Pou la adaptó para el cine mudo en el año 1927 con un guión más que aceptable.
Fue interpretada por Margarita Aizcorbe, Matilde Artero, José Caballero, Rafael
Calvo, Encarna Gutiérrez, José Jiménez, Mary Muniain, Modesto Rivas, Juan
Romero y Ángel Zomeño. Se estrenó el 26 de marzo de 1928, en el Palacio de la
Música de Madrid.
La trama del libro de Cervantes está protagonizada por
Diego de Carriazo y Tomás de Avendaño, dos mancebos de familias acomodadas de
Burgos que tiene ganas de vivir la vida de modo libertino en la ciudad de
Toledo, donde se ven cautivados por la presencia de Constanza, una moza de muy
buen ver que trabaja en una posada. La novela posee enredo amoroso, falsas
identidades, rasgos picarescos, pasados oscuros con un caso de violación
incluido, lucha de clases sociales, idealizaciones románticas, situaciones
humorísticas…, es decir, ingredientes más que sobrados para convertir la trama
en una historia de atractivos irresistibles cuyo resumen podría ser el
siguiente:
En
Burgos vivían dos caballeros: Don Diego de Carriazo, que tuvo un hijo al que
llamó con su mismo nombre, y Don Juan de Avendaño, otro al que bautizó Tomás.
Cuando el primer hijo cumplió trece años se marchó de casa y vivió como un
pícaro en Madrid y en las Ventillas de Toledo. Se graduó de maestro en las
almadrabas de Zahara y ganó a las cartas mucho dinero, con el que se vistió
adecuadamente y regresó a Burgos para visitar a su madre. Allí se hizo amigo de
su vecino y de parecida edad a la suya Juan de Avendaño. Le contó lo que había
vivido en las almadrabas y juntos decidieron ir allí un verano. Juan convenció
a sus padres diciéndoles que se iba a Salamanca a estudiar y que Diego de
Carriazo se iba con él. Con este engaño sus padres aceptaron, pero pusieron a
su servicio un mayordomo. Sin embargo, en el camino le robaron todo el dinero
que llevaba y le pidieron ir a la fuente de Argolas. Una vez allí Avendaño le
dijo que se volviera a Burgos, que ellos seguirían por su cuenta, y le entregó una
carta de disculpa para sus padres. En Illescas se encontraron con dos mozos de
mulas andaluces hablando de una hermosa fregona que vivía en la posada del
Sevillano de Toledo, por la que el hijo del Corregidor bebía los vientos. A
Avendaño se le despertó un intenso deseo de verla y se acercaron a la posada
para pasar la noche y poder ver a la famosa fregona, que una muchacha de unos
quince años, muy hermosa y llamada Constanza. Cuando Carriazo le propuso partir
para Orgaz al día siguiente, Avendaño le contestó que no se iría hasta conocer
a Constanza. Y allí se quedaron trabajando para los huéspedes bajo los nombres
de Tomás Pedro (Avendaño) y Lope Asturiano (Carriazo). A Constanza la llamaban
ilustre porque limpiaba muy bien la plata, era honesta y recatada y enamoraba
con su recogimiento y hermosura. Cada día que pasaba Tomás estaba más enamorado
de ella, incluso le hizo llegar una carta donde le expresaba su amor, pero la
muchacha la rompió. Y así siguieron las cosas hasta que una noche llegó el
Corregidor a la posada y preguntó al Sevillano por el origen de la ilustre
fregona. Éste le contó que quince años atrás había llegado a la posada una
señora rica de Castilla la Vieja, que padecía hidropesía e iba de peregrina a
la Virgen de Guadalupe. La señora estaba a punto de dar a luz y pidió que cuidaran
del nacido mientras le entrega a la mujer del posadero un bolsillo de oro y
verde con cuatrocientos escudos de oro en su interior. Poco más tarde nació una
niña preciosa y al alba su madre siguió su peregrinación. Cuando a los veinte días
volvió la madre a la posada sana y salva, la niña ya había sido bautizada con el
nombre de Constanza, tal y como había ordenado aquélla. La señora le entregó al
Sevillano una cadena de la que quitó seis eslabones y dijo que los traería la
persona que viniese a por la niña; también rompió por la mitad un pergamino y le
dio una parte en la que no se podía leer nada sin la otra mitad y añadió que al
cabo de dos años vendrían a por su hija; finalmente, le rogó que no le dijese a
la niña su origen ni el modo como había nacido. Les entregó otros cuatrocientos
escudos de oro y, abrazando a la mujer del Sevillano, partió con tiernas
lágrimas. Al día siguiente de que el posadero contase la historia de la ilustre
fregona al Corregidor, llegaron a la posada dos ancianos acompañados de cuatro
caballeros y, al ver a Constanza, se dijeron que ya habían encontrado lo que
buscaban.
He aquí el final de la historia, según la cuenta el
mismo Cervantes:
“Estaba
Tomás Pedro escondido en su aposento, para ver desde allí, sin ser visto, lo
que hacían su padre y el de Carriazo. Teníale suspenso la venida del Corregidor
y el alboroto que en toda la casa andaba. No faltó quien le dijese al huésped
como estaba allí escondido; subió por él, y más por fuerza que por grado le
hizo bajar; y aun no bajara si el mismo Corregidor no saliera al patio y le
llamara por su nombre, diciendo:
-Baje
vuesa merced, señor pariente, que aquí no le aguardan osos ni leones.
Bajó
Tomás, y, con los ojos bajos y sumisión grande, se hincó de rodillas ante su
padre, el cual le abrazó con grandísimo contento, a fuer del que tuvo el padre
del Hijo Pródigo cuando le cobró de perdido.
Ya en
esto había venido un coche del Corregidor, para volver en él, pues la gran
fiesta no permitía volver a caballo. Hizo llamar a Costanza, y, tomándola de la
mano, se la presentó a su padre, diciendo:
-Recebid,
señor don Diego, esta prenda y estimalda por la más rica que acertárades a
desear. Y vos, hermosa doncella, besad la mano a vuestro padre y dad gracias a
Dios, que con tan honrado suceso ha enmedado, subido y mejorado la bajeza de
vuestro estado.
Costanza,
que no sabía ni imaginaba lo que le había acontecido, toda turbada y temblando,
no supo hacer otra cosa que hincarse de rodillas ante su padre; y, tomándole
las manos, se las comenzó a besar tiernamente, bañándoselas con infinitas
lágrimas que por sus hermosísimos ojos derramaba.
En
tanto que esto pasaba, había persuadido el Corregidor a su primo don Juan que
se viniesen todos con él a su casa; y, aunque don Juan lo rehusaba, fueron
tantas las persuasiones del Corregidor, que lo hubo de conceder; y así,
entraron en el coche todos. Pero, cuando dijo el Corregidor a Costanza que
entrase también en el coche, se le anubló el corazón, y ella y la huéspeda se
asieron una a otra y comenzaron a hacer tan amargo llanto, que quebraba los
corazones de cuantos le escuchaban. Decía la huéspeda:
-¿Cómo
es esto, hija de mi corazón, que te vas y me dejas? ¿Cómo tienes ánimo de dejar
a esta madre, que con tanto amor te ha criado?
Costanza
lloraba y la respondía con no menos tiernas palabras. Pero el Corregidor,
enternecido, mandó que asimismo la huéspeda entrase en el coche, y que no se
apartase de su hija, pues por tal la tenía, hasta que saliese de Toledo. Así,
la huéspeda y todos entraron en el coche, y fueron a casa del Corregidor, donde
fueron bien recebidos de su mujer, que era una principal señora. Comieron
regalada y sumptuosamente, y después de comer contó Carriazo a su padre cómo
por amores de Costanza don Tomás se había puesto a servir en el mesón, y que
estaba enamorado de tal manera della, que, sin que le hubiera descubierto ser
tan principal, como era siendo su hija, la tomara por mujer en el estado de
fregona. Vistió luego la mujer del Corregidor a Costanza con unos vestidos de
una hija que tenía de la misma edad y cuerpo de Costanza; y si parecía hermosa
con los de labradora, con los cortesanos parecía cosa del cielo: tan bien la
cuadraban, que daba a entender que desde que nació había sido señora y usado
los mejores trajes que el uso trae consigo.
Pero,
entre tantos alegres, no pudo faltar un triste, que fue don Pedro, el hijo del
Corregidor, que luego se imaginó que Costanza no había de ser suya; y así fue
la verdad, porque, entre el Corregidor y don Diego de Carriazo y don Juan de
Avendaño, se concertaron en que don Tomás se casase con Costanza, dándole su
padre los treinta mil escudos que su madre le había dejado, y el aguador don
Diego de Carriazo casase con la hija del Corregidor, y don Pedro, el hijo del
Corregidor, con una hija de don Juan de Avendaño; que su padre se ofrecía a
traer dispensación del parentesco.
Desta
manera quedaron todos contentos, alegres y satisfechos, y la nueva de los
casamientos y de la ventura de la fregona ilustre se estendió por la
ciudad; y acudía infinita gente a ver a Costanza en el nuevo hábito, en el cual
tan señora se mostraba como se ha dicho. Vieron al mozo de la cebada, Tomás
Pedro, vuelto en don Tomás de Avendaño y vestido como señor; notaron que Lope
Asturiano era muy gentilhombre después que había mudado vestido y dejado el
asno y las aguaderas; pero, con todo eso, no faltaba quien, en el medio de su
pompa, cuando iba por la calle, no le pidiese la cola.”
Un mes
se estuvieron en Toledo, al cabo del cual se volvieron a Burgos don Diego de
Carriazo y su mujer, su padre, y Costanza con su marido don Tomás, y el hijo
del Corregidor, que quiso ir a ver su parienta y esposa. Quedó el Sevillano
rico con los mil escudos y con muchas joyas que Costanza dio a su señora; que
siempre con este nombre llamaba a la que la había criado.
Dio
ocasión la historia de la fregona ilustre a que los poetas del dorado
Tajo ejercitasen sus plumas en solenizar y en alabar la sin par hermosura de
Costanza, la cual aún vive en compañía de su buen mozo de mesón; y Carriazo, ni
más ni menos, con tres hijos, que, sin tomar el estilo del padre ni acordarse
si hay almadrabas en el mundo, hoy están todos estudiando en Salamanca; y su
padre, apenas vee algún asno de aguador, cuando se le representa y viene a la
memoria el que tuvo en Toledo; y teme que, cuando menos se cate, ha de
remanecer en alguna sátira el "¡Daca la cola, Asturiano! ¡Asturiano, daca
la cola!"
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