miércoles, 5 de marzo de 2025

MEMORIAS DE UN JUBILADO. PINCELADAS DEL INVIERNO EN MI INFANCIA

      


      El invierno en mi infancia era tan frío como en cualquier otro lugar de la meseta castellano-leonesa, y ejercía su influencia negativa principalmente en el río Duero, cuyo brazo menor pasaba por mi barrio natal, que en otras épocas del año, como primavera y verano, hacía más deleitosas nuestras aventuras. Pero en invierno el río se salía de madre e inundaba la parte del barrio más baja, que se convertía en un pequeño mar por donde bogaban enseres y muebles a la dereriva y llenaba de miedo las almas de nuestros padres hasta que el nivel descendía, mientras nosotros mirábamos asombrados cómo el agua pasaba por los ojos del puente y dejaba enganchada en los árboles la broza que había arrancado en sus poderosas embestidas.  

    


      En la escuela hablábamos de ello mientras don Andrés, el maestro, nos explicaba el Sitio de Zamora donde el traidor Bellido Dolfos mataba al rey don Sancho al pie del Postigo de la Traición por haber sitiado la ciudad, que gobernaba su hermana doña Urraca. La escuela que en invierno se llenaba de ruidos y silbidos del viento en las ventanas huérfanas de la masilla que los chavales habíamos hurtado para rellenar las chapas de ciclistas; la escuela cuyo techo aparecía tras las primeras lluvias con mapas de humedad, tan grandes como los mapas de verdad que el maestro colgaba a veces de la pizarra para que aprendiéramos a localizar los mares, los cabos, los golfos, las cordilleras y los ríos de España, y luego a señalarlos de espaldas con el puntero. Aquel maestro inefable que combatía su dolencia de estómago con pequeños saquitos de bicarbonato que se echaba al coleto de vez en cuando. La escuela era tan fría y húmeda que nosotros preferíamos quedarnos sin recreo y, durante la clase, inventábamos la mil y una para levantarnos a consultar con el maestro la duda más inverosímil con tal de arrimar nuestras manos a la estufa que había junto a la mesa de don Andrés.

   


   En las vacaciones de Navidad, cuando el frío era más intenso, mi hermana y yo, que éramos los más pequeños de la familia, nos encargábamos de encender el brasero en la plazuela a la puerta de la casa. Hacíamos un pequeño cráter en la montaña de cisco o picón, metíamos un papel en él y lo encendíamos arrimando a la llama el carbón para que fuera prendiendo y convirtiéndose en brasa, ayudándonos luego con el soplillo y la badila para ir formando
en condiciones el brasero. Finalmente le poníamos la alambrera y lo subíamos a la cocina para colocarlo en su sitio de la camilla con faldas. 

Y nos sentábamos al calor del brasero y jugábamos a la oca o al parchís, o leíamos y dibujábamos. mientras oíamos los aullidos del viento en el desván y veíamos por la ventana  el cielo cubierto, preparado para hacer cualquier cosa: si estaba negro, podía acabar lloviendo, y si tenía color de panza de burro, era capaz hasta de nevar. En días así  apenas salíamos a la plazuela. Pero si hacía sol y los amigos venían a llamarme, me abrigaba como decía mi madre y bajaba a reunirme con ellos en el rincón del Comedor de Ancianos, que era el lugar más acogedor, y allí planeábamos entre todos algo que hacer para entrar en calor, generalmente jugar a fútbol en la misma plazuela y evitar por todos los medios que la pelota no cayera en el portal del señor Longinos, que era el vecino que tenía las peores pulgas del mundo y podíamos quedarnos sin ella durate unos días; en cambio, buscábamos la manera de que de vez en cuando la pelota entrara rodando en la fragua del señor Pepe, que era una buena persona y nos dejaba a veces acercarnos al fuego y verle cómo golpeaba en el yunque el hierro al rojo vivo hasta darle forma de herradura, reja de arado o cualquier otro utensilio.


      Luego llegaban los días felices de Navidad y Reyes, y el frío y el mal tiempo en general se nos olvidaba de golpe al recibir el regalo de la caja con anguila o culebra de mazapán, que era el "no va más", pero que a veces se nos ponía mala de tanto esperar para comerla, o el trozo de turrón duro que nos tocaba en suerte la Nochebuena a la hora de cantar en familia los clásicos villancicos, alegres casi todos ("Pero mira cómo beben los peces en el río"; "En el portal de Belén han entrado los ladrones y al pobre de San José le han roído los calzones", y tantos otros), y también aquel villancico tan triste que se iba con nosotros a la cama y no nos dejaba conciliar el sueño ("La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más"). 


     Pero luego llegaban los Reyes y todo eran sonrisas en nuestros labios cuando estrenábamos los regalos en la plazuela delante de los amigos (la escopeta con el corcho atado a un cordel, que siempre acababa sin él para llegar más lejos, a veces tan lejos que acababa perdiéndose, circunstancia que favorecía la fabricación de nuevos proyectiles; la pelota Gaviota que brincaba más que las otras, los bolos, la lotería para jugar en familia..., pequeñas y pocas cosas pero de enorme felicidad, aunque a veces a algunos de nosotros  los Reyes les habían traído carbón por ciertas travesuras que habíamos hecho en casa.

      Y si había nieve, la ventura y la aventura eran mayores: junto al carábano de los aleros y los charcos, crecía entre nuestras manos el muñeco de nieve con nariz de zanahoria y una rama de árbol como bastón en la misma plazuela, al que día tras día veíamos cómo se deshacía lentamente desde cualquiera de los balcones que tenían nuestras casas; y también nos servíamos del talud de la carretera para convertirlo en pista de esquí, corta pero divertida, que llegaba hasta el potro donde el señor Pepe herraba los caballos.

    El invierno en la infancia, por mucho frío que se pase, es algo mágico que nunca se olvida porque aviva la imaginación de todos los niños y hace que la ternura anide con fuerza en sus corazones.


 

   Y cierro esta entrada sobre el invierno en la infancia con una frase que la escritora Isabel Allende incluyó en su novela Más allá del invierno: "En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible."

“En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible.”

Fuente: https://citas.in/temas/invierno/
“En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible.” Isabel Allende libro Más allá del invierno

Fuente: https://citas.in/temas/invierno/