Me alza el sol del día como a un fruto ya maduro. Es decir, aún sigo un día más entre el asfalto comido de remiendos y peino algunas canas del olvido. El corazón me late todavía en su desván de dudas y temores. A veces miento al mar donde aún estoy sufriendo de oleaje. Y puedo todavía alegrarme el alma con masajes de esper
Los poemas a veces quieren ser parte viva, chispa fiel del recuerdo, corazón de palabra, esquirla de saliva, nido poblado del beso de la amada, fugaz reflejo de la felicidad. ¡Vano deseo! Sólo el breve suspiro del silencio cuando el amor a solas se extiende más allá de la costa del cielo. Sólo el gesto de una mano que viene a cogernos la nuestra vale más que una oda de Píndaro. Esta música viva que nos pulsa las teclas de nuestro corazón es el mejor poema. Nada puede suplir el dolor o el misterio que se quedan temblando tras el fugaz, humilde, intransferible instante.
Armado contra el invierno y empapado de esperanza, pido que el cuerpo no duela más que lo que duele el alma. Al tiempo le pido tiempo, a la noche otra mañana y al buen lector como tú un voto de confianza. (¡Qué menos que pedir sueños para estos días de escarcha cuando el corazón del hombre duda en usar las palabras!) Y así, cuando me despierte y mire por la ventana, ¿será la vida más fácil y la muerte no tan mala?
Aquella atrevida primavera alzó mi corazón entre sus rosas, el despertar hambriento del amor y las dagas del sexo, las primeras desavenencias caseras y los vanos intentos de volar por otros vientos ajenos al perfume del hogar, las primeras caídas en las trampas engañosas del mundo, las segundas del sexo y las terceras de las alas de Salvador Gaviota, confundiendo la sabia libertad con el estúpido capricho de un momento. Yo también fui un día adolescente y me dejé llevar por aires fáciles y extraños. Pero la luz de hogar que cuando niño viví junto a la otra, que venía de arriba y me daba cobijo, me devolvió a los aires aprendidos, al gesto cotidiano de la libre aventura del mundo y sus cuidados, a las rosas y espinas que me daba por igual mi atrevida primavera.
Cuando calla la música que alienta la luz de nuestra alma y despierta a los tigres del olvido. Cuando el verso más lírico de amor cede el paso a la prosa del instinto más torpe. Entonces debe el corazón seguir su río interno, el viento de sus velas, el azar interior con que consigue tantas veces pactar con el sosiego. Tal vez así la calma, la ilusión de los sueños, enciendan la esperanza en nuestra pobre alma que camina siempre a oscuras.
El tiempo ajeno a amores y a latidos, a labios que en la noche manifiestan secretos y temores, esperas y silencios… Ese tiempo no es tiempo. Nuestro tiempo es el tiempo que vivimos de verdad, ayer y hoy y siempre, el tiempo alimentado por la bondad de nuestros padres, por la paz de la casa en que crecimos… Ese tiempo es el río caudaloso de la vida que alimentamos con recuerdos y familia. Es la sangre, la luz, la tierra del camino que dejan diariamente huellas en el alma y acompañan la soledad con que vivimos.
Usar las palabras “aquí” y “ahora” y asumir que la trama de la vida es un canto al presente, y una elegía a la verdad certera de ser antes que nada flor que muere, fuego humilde que arde con la leña que el día le depara con segura certidumbre final de ser ceniza. Usar las palabras “amor” y “lucha” y aprender de los lances cotidianos que escribimos con ellos, verso a verso, el poema de triunfos y derrotas que es la vida. Y vivir y vivir y vivir, sabiendo que al final sólo nos vencerá el olvido.
Para bien o para mal se acabarán los capítulos de las vividas jornadas que jalonan mi camino. El tema: la vida misma con sus lunes y domingos, de vez en cuando un dolor, de vez en cuando un alivio, y escribir lo que se vive sin poder tachar lo escrito. Y en el fondo, muy al fondo, la nostalgia de ser niño mientras sigo siendo el hombre de mi tierra y de mi río, subiendo siempre la roca desde el lunes al domingo.
Sigo una norma que me ayuda a comprender a los demás. Nada más levantarme, me miro en el espejo sin caerme de vergüenza. Me quiero y me perdono. Luego escojo los libros de la vida y escribo lo mejor que me dicta el corazón. Nada viene solo. Hay que salir a ver el mundo, bajar a las tinieblas del acecho y probar los pomelos del olvido. Sufrir las podas de la edad y las lluvias que precisa el árbol para seguir trepando hacia la luz.
No hay nada de azar en las gaviotas que reman en las corrientes del viento, en las medusas transparentes, o en el encaje de espuma de las olas al abrazar la orilla. Como en nosotros, que dejamos de ser niños para volvernos maduros, proyecto que las manos de la edad modelan. Fruto en la rama esperándolo todo. Nada de azar en este andamio que vamos levantando contra el tiempo, como un poema de versos bien labrados.
Tengo conciencia de mantenerme asido a la cuerda del mundo, de discernir la voz sincera de los ecos fingidos, el amor revelador de la pasión sin fin. Tengo conciencia de ser fruta en sazón que ha llegado a su fiesta y se entrega a los labios de la vida como el grano que asume fiel su siembra. Tengo conciencia de ser vino maduro que en vez de emborrachar cura y alegra.
No me canso de mirar estos campos, esta piel de hierba que crece con los dedos y el cuidado de la gente del pueblo. Son los mismos campos que aquellos que me daban la espiga generosa de mi infancia. Pero estos campos también son aquellos campos que un día se convirtieron en mordazas para bocas humanas y en sepulcros para sueños de niños. Campos de vida. Campos de muerte.
Este barrio ya no es aquel barrio, ni mi casa esta casa. Los milagros no existen: sólo el tiempo que rompe la atadura que mantiene sujetas fugazmente las cosas a sus dueños. Ya no es nada lo mismo que fue ayer, ni yo tampoco volveré a ser los ojos que bebían la magia de mi barrio con su río, ni a tener aquella fuerza que encontraba tan extenso el milagro de los días. (Sueño falso de infancia que aquel tren empezaba a borrar mientras sin prisa llevaba mis maletas al futuro.) Supe entonces que para mí también la distancia es el olvido.
Debo deciros otra vez que ya no pierdo tiempo recordando el aire y el sol de otros vencejos, ni el pinar que un día conocí como si fuera el único. Ahora mismo sólo vivo este aire como si fuera el último, vivo este sol como si fuera capaz de llenarme de toda luz para siempre, y vivo este pinar que calma en mi regreso, al fin, mi herida abierta. Y os digo más. Este cuatro de julio, tan distinto de aquel otro lejano en que tuve que dejar mi nido, el aire me saluda, el sol canta mi dicha y el pinar me regala un palio de perdón ¡Qué diferente todo en mi regreso! El tiempo es el que late junto a mí aquí y ahora, caminando de nuevo por mi tierra. ¡Este pinar, este aire y este sol, testigos fieles para mi trigo en caña y bien maduro!








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