domingo, 29 de enero de 2012

De vista, de oídas, de leídas

A vueltas con Leonard Cohen


Leonard Cohen es para mí, antes que nada, un poeta que canta a los poetas. La primera vez que lo oí fue hace algunos años cuando cantaba poemas de Lorca. Su voz rota y ronca como tras beber cazalla es única y el tono de sus canciones profundamente lírico y grave, como un De Profundis que viene sonando a nuestros oídos para recordarnos que el hombre está aquí para dar cuenta de su compromiso moral. Ahora su nuevo disco insiste en la existencia humana y el dolor de vivir y se llama en español Viejas ideas (Old ideas). Este canadiense de voz ronca y sombrero a lo Humprey Bogart nos sacude de nuevo para que no nos durmamos en nuestra propia complacencia y despertemos, con el significado a que se refería Jorge Manrique, para que no olvidemos que la vida pasa rápida y el placer no dura, que el tiempo nos arrincona inexorablemente como a muebles viejos y que lo único que nos salva es creer en la vida y en nuestros amigos y las personas que están más cerca de nosotros, que el camino se hace al andar, como decía Machado, y que sólo se llega a buen puerto si nos hacemos cargo del timón del barco en que navegamos y no dejamos que nadie lo haga por nosotros. Leonard Cohen, poeta cantador de poetas, (aunque más que cantar recita) nos deja en Viejas ideas, este nuevo disco suyo compuesto de diez canciones, su testamento vital.
Como muestra, escuchemos la canción que Leonard Cohen dedicól a Lorca.

martes, 24 de enero de 2012

Fotografías que hablan

Más allá del cuadro
Sucede a veces que la imaginación del artista supera casi todos los límites y la pintura, que en un principio debía guardar las formas y aceptar las leyes de relación entre la obra pictórica y el marco que la sostiene y aísla de la pared en que se expone, sigue sus propios dictados que son crear en el espectador una nueva realidad, ayudarle a soñar y a fantasear sobre el mundo de la belleza. Cuando pinté este gato y vi que parte de su anatomía no iba a salir en el cuadro y observé en los ojos del animal, pintado, sí, pero para mí tan real como cualquier otro, una expresión a medio camino entre la tristeza y la decepción de no caber en él, opté por saltarme a la torera el sentido común y pinté la patita delantera tanteando el aire misterioso del ángulo inferior del marco y el extremo de la cola acariciando la parte superior del mismo. Así, la noche del cuadro y su misterio lunar, se amoldaba a los pasitos sigilosos de mi gato preferido y de mi familia, aquel Canela que tiempo atrás formó parte de ella. Y el cuadro, hoy, sigue fiel a su recuerdo.

jueves, 19 de enero de 2012

Memorias de un jubilado

La vista
La vista es uno de los sentidos que más necesita el ser humano para ser quién es, para aprender, para gozar de la belleza, para conocer nuevos familiares y amigos, para comunicarse con sus semejantes..., en una palabra, para definirse a sí mismo y definir cuanto le rodea material y espiritualmente.
De tal modo es así, que, si por desgracia, le faltara, tendría que multiplicar el resto de sus sentidos para intentar llenar su vacío sin llegar a lograrlo nunca. Cuando yo era niño y me encontraba en la calle con algún invidente, lo primero que pasaba por mi cabeza era el cúmulo de sensaciones que esa persona se había perdido, desde el brillo del río a saltar las piedras de las azudas, pasando por el juego de luces y colores, sombras y matices que a lo largo de un solo día podía disfrutar en el soto de mi barrio, en la plazuela donde nací, en el techo de la catedral el día que el cantero nos subió hasta allá arriba, donde el cielo, de un azul limpísimo, se llenaba de destellos blancos, que eran los vuelos de las palomas, y los relámpagos oscuros y breves, que eran los vuelos de los vencejos. Claro que eso son impresiones sólo de niños. De cualquier forma, esos pensamientos se parecen a los que cruzan ahora por mi cabeza, después de que ayer fuera operado de una catarata en uno de mis ojos. Y aunque los días anteriores a la operación se viven en una inquietante espera, la verdad es que hoy, al quitarme la venda que cubría mi ojo operado y fijar la mirada en la ventana de la habitación para comprobar los resultados de la operación, la alegría que experimenté ha sido indescriptible.
El cielo limpio, la desnudez brillante de las ramas, más nítidos que nunca, confirmaron lo que esperaba. Que había recuperado parte de la visión de ese ojo, que hasta ayer sólo contaba con un cuarenta y cinco por ciento. Si bien me queda la confirmación del oftalmólogo que me trata, que es sin duda la más importante. De todos modos, mientras escribo esta entrada de mi blog, sin gafas, siento de nuevo la alegría que me faltaba desde hace algún tiempo, la alegría de disfrutar, más intensamente que nunca, de esta inmensa ventana abierta que es el mundo exterior de la luz y la sombra, del matiz y del color, del tamaño, de la forma y el volumen, y el movimiento o quietud a que las leyes universales someten cuanto existe ahí afuera y nuestros ojos, gracias a Dios, pueden ver y ser testigos de excepción.

domingo, 15 de enero de 2012

Una novela del siglo XVIII


20. Destellos

El tiempo pasó velozmente. Y llegó un día, al final de la estancia de Ortega en el hospital, en que por fin hablamos con toda sinceridad y sin paliativos del atentado que habíamos sufrido los tres y en el que desgraciadamente el Indiano había perdido la vida. Por la ventana de su habitación veíamos un grupo de almendros florecidos y eso era señal de que el invierno se alejaba poco a poco. Ortega me dijo:
--No te lo había dicho antes, pero el Indiano en un momento de la fiesta me dio la llave de la taberna y me dijo que si le pasaba algo me hiciera cargo de sus libros y sus papeles antes de que ellos echaran la puerta abajo y lo destruyeran todo. Sospechaba de que algo no iba bien cuando Figueras lo invitó a la matanza del cerdo en su finca de Sarriá. Y ahora que yo me encuentro así, te puedes encargar tú de recoger sus cosas. Me dijo que las tenía todas metidas en un paquete azul.
Y me dio la llave.
Cuando salí de allí, me di cuenta de que el asunto se iba embrollando cada vez más y que yo, curiosamente, me había convertido, en contra de mi voluntad, en una pieza demasiado importante para resolverlo. Estaba realmente abrumado.
Pero aun así estaba dispuesto a todo, habida cuenta de lo que le había pasado al pobre Indiano, y me fui directamente a la taberna del Indiano a cumplir con mi misión. Desde la esquina eché una ojeada para ver si había moros en la costa y vi que la calle estaba totalmente tranquila y desierta. Una vez que abrí la puerta, la cerré con llave a mis espaldas y a la luz que entraba por la ventana de la calle miré a mi alrededor y descubrí, a un lado del mostrador, una caja grande de color azul entre otras más pequeñas y de diversos colores. Intenté abarcarla para levantarla del suelo y comprobar cuánto pesaba, pero su peso y su tamaño eran excesivos para mi flaca y endeble constitución.
Recordé que a veces había visto al pobre Indiano acarrear las cosas de la taberna de un lado para otro en una carretilla y me puse a buscar el artefacto por todos los rincones del establecimiento, hasta que lo descubrí en un cuarto contiguo a la taberna, tras la puerta de detrás del mostrador. Lo saqué fuera y con no pocos esfuerzos logré colocar la caja azul sobre él. Luego, con la ayuda de unas cuerdas que encontré en el cuarto la amarré todo lo fuerte que pude. En ese momento escuché unas voces en la calle junto a la puerta y dejé la operación para poner toda la atención en lo que oía. Eran claras voces de hombres. Dos para ser más exactos. Uno le decía al otro:
--Podíamos tirarla abajo, pero a la luz del día es muy arriesgado hacerlo.
El otro le respondió:
--Sé que por la calleja de atrás hay un patio con las tapias no muy altas. Podíamos saltar por allí y buscar alguna ventana por donde acceder a la taberna. ¿Quieres que probemos?
--El cura nos ha dicho que no demos ningún paso en falso. Mejor que lo dejemos para la noche.
Y los oí marcharse calle abajo. Esperé un tiempo prudente para salir con mi mercancía. Un vecino me vio salir de la taberna, pero como me conocía de haberme visto otras veces no sospechó lo más mínimo y yo me quedé tranquilo.
Al llegar al portal de mi casa, me llevé una alegría muy grande porque en ese momento entraba el casero a cobrarme el alquiler del mes y se ofreció gustoso a ayudarme a subir la carga hasta el piso. Le pagué y le di las gracias por su ayuda.
--¿Una herencia?—me preguntó sonriendo mientras señalaba la caja azul. Me puso la respuesta en bandeja.
--Algo así—le dije--. Un tío mío acaba de morir y la viuda me envía unos cuantos libros y unas cosas que el hombre quería que yo conservara.
Se fue diciendo que si la vida se traducía en regalos de terceros era más llevadera.
No toqué nada. Esperaría a que a Ortega le dieran el alta en el Hospital. Así que dejé la caja azul atada a la carretilla y arrimé ésta a un rincón de la pared de mi dormitorio, junto al baúl de las cosas que más quería.
Al día siguiente, por la tarde, fui a ver a Ortega al Hospital y comprobé con alegría que ya andaba por el pasillo valiéndose de un bastón. Aunque también lo noté un poco más delgado y pálido.
--Como ves—me dijo--, ya estoy casi listo. He perdido unos kilos y estoy algo más demacrado. La cama come mucho. Pero pronto podré comer a mis anchas y volveré a ser el de siempre.
Me reí con él y luego le dije que ya tenía las cosas del Indiano en mi piso.
--Un problema menos.
--¿Alguna novedad por aquí?—le pregunté.
Entonces Ortega me dijo:
--¿Sabes quién ha venido hoy a verme?
Negué con la cabeza.
--El señor Figueras.
Mi indignación fue instantánea, pero Ortega me pidió que me calmara.
--Lo he visto verdaderamente afligido—dijo--. Venía a pedir perdón por lo que había pasado.
Yo no acababa de entenderlo.
--Por lo visto—continuó diciendo Ortega-- tú tienes que ver mucho en todo esto. Resulta que ese señor que tú reconociste, ese Esquerra o como se llame, mandó a dos secuaces, durante la comida, que serraran a medias el eje de las ruedas del coche y las varas de los caballos para que con el traqueteo del viaje saltara por los aires y todo pareciera un accidente. Pero al verte le pareció reconocer en ti al hijo adoptado de la familia Dalmau i Grau, y siguiendo tal vez otras órdenes, dispuso todo para que Figueras, en el momento en que decidiéramos despedirnos de la fiesta de la matanza, se ofreciera a acompañarnos hasta Barcelona en un coche de su propiedad con la excusa de que iríamos más cómodos en él. Para intentar arreglar el desaguisado. Pero nosotros nos adelantamos.
A mí me pareció la explicación un tanto rocambolesca. Y pregunté:
--¿Pero no querían deshacerse del Indiano a toda costa?
Ortega me contestó que, dado que yo estaba por medio, Esquerra, que no deseaba tener ningún problema con tu familia adoptiva, decidió cambiar de plan y esperar a una nueva ocasión en que el Indiano estuviera solo para deshacerse de él.
--De todos modos la traición de Figueras está ahí. Él fue quien llevó al Indiano a la fiesta totalmente engañado, y sin ningún género de dudas es cómplice de su asesinato. Y no olvides que nosotros mismos pudimos morir en el atentado. Mírate a ti. Estás vivo de milagro.
--Tienes razón. Pero, insisto, parecía realmente arrepentido de todo cuanto ha pasado.
--A lo mejor sólo quería comprobar tu estado de salud.
No se quedó Ortega muy tranquilo. Luego me pidió que le acompañara a la habitación porque estaba algo cansado y me despedí hasta dos días más tarde en que volvería a visitarlo. Entonces Ortega me dijo que el alta se la darían al día siguiente y me pidió que fuera a recogerlo, si podía, para ayudarle a llegar a casa. Me alegró saberlo y le prometí estar allí al día siguiente para hacer por él lo que hiciera falta.
Cuando dejé el hospital empecé a darle vueltas seriamente al hecho de la presencia de quien fuera mi padre adoptivo en toda aquella historia de persecuciones, incendios y muertes, y, sin embargo, una pregunta me asaltó la cabeza de forma acuciante: “¿Por qué, pese a todo lo que había pasado hasta ese momento, el señor Dalmau no quería que yo muriese?”
Al día siguiente me presenté en la imprenta de Valentí para decirle que Ortega salía del Hospital Valentí dejó escritas unas indicaciones al oficial y, cogiendo unos opúsculos recién imprimidos, me acompañó al centro sanitario. A medio camino me dio un ejemplar y dijo:
--¿Recuerdas la charla del profesor Cabré en el Ateneo?
Le dije que sí.
--Pues éste es un ejemplar de una obrita suya cuya impresión me encargó ese mismo día.
Recordé el momento en que, tras la conferencia, el profesor le había entregado un paquete.
--Como podrás comprobar cuando lo leas—dijo--, se trata de una pequeña colección de pensamientos, sentencias, frases que tienen que ver con la literatura y la forma de ser de nuestro siglo. Chispazos propios de la intelectualidad del profesor.
Le eché una mirada al título y comprendí al instante las palabras de Valentí. Destellos de este siglo al que muchos estudiosos llaman de las luces.
En el Hospital se portó con Ortega la mar de tranquilo, como si lo hubiera estado viendo todos los días. Habló con él del atentado que habíamos sufrido de vuelta a Barcelona y lo hizo como lo haría alguien que lo había sufrido también. Hasta no pudo evitar que se le empañaran los ojos al escuchar de labios de Ortega los pormenores del grave suceso que le había causado la muerte al Indiano y a él casi la vida.
Luego le regaló un ejemplar de Destellos y estuvimos hablando del profesor Cabré hasta que una monja trajo el alta médica a Ortega.
Poco después, caminábamos por la Rambla a paso de tortuga para no obligar a Ortega a hacer esfuerzos innecesarios. De pronto éste le preguntó por su vida nueva, y Valentí se echó a llorar otra vez. Me extrañó mucho su conducta, pero no me atreví a preguntarle la razón de aquella tristeza repentina.
Y ya en casa de Ortega, a la que nos había invitado su dueño, con vino y queso a discreción, Valentí se despachó a gusto.
--Hace unas cuantas noches tengo un sueño repetido. Se me aparece el carretero con las manos manchadas de sangre y los ojos cerrados. Le pregunto qué quiere y entonces abre los ojos con espanto, pero no me dice nada. Luego empieza a caminar hacia mí y se evapora delante de mi cara dejándome en la nariz un fuerte olor a podrido. Y eso, una noche tras otra.
Ortega y yo nos miramos. Le pregunté:
--¿Lo sabe alguien más?
--Sí, por supuesto la señora Milá, a quien ya conocéis, y Ofelia.
Me sorprendí al oír mencionar el nombre de esta última.
--Sí, a Ofelia también se lo he dicho. Ofelia tiene ciertos poderes, no sé cómo decirlo, como si adivinara cosas que van a suceder o supiera ver mejor que las personas normales las cosas que parecen escapársenos de nuestra comprensión cotidiana. Bueno ya lo veréis con vuestros propios ojos. Para el martes próximo hemos previsto llevar a cabo en la tertulia de la señora Milá una reunión con Ofelia para que nos explique el significado de ese sueño que me acosa cada noche sin descanso.
--¿El martes próximo?—preguntó Ortega.
--Si no tenéis nada importante que hacer, me gustaría que vinierais.
Ortega y yo nos miramos de nuevo.
--Supongo que podré acercarme—dijo Ortega, y me miró interrogándome.
--Sí, también iré—contesté no muy convencido.
Quedé con él en vernos en mi piso por la noche. Luego me ofrecí a acompañar a Valentí hasta la imprenta. Tras despedirme hasta el martes siguiente y darle recuerdos para Ofelia si la veía antes, eché a caminar hacia el puerto dando un rodeo. Frente al mar, empecé a leer los Destellos del profesor Cabré.
La verdad es que, en contra de lo que me había dicho Valentí del librito, encontré pocos chispazos en aquel mar de frases sueltas, inconexas y escritas un poco así, al azar, como quien va recordando ideas y las va dejando caer sin mucho convencimiento sobre el papel. He aquí algunas:

“El arte, siguiendo a Aristóteles, debe servir de perfeccionamiento moral y, por lo tanto, debe ser comprendido por todos”.
“Nada puede ser bello que no sea razonable”.
“Ya que el fin del arte es educar, debe prescindir de los caprichos de la imaginación y de la fantasía y ajustarse a una expresión sencilla y equilibrada que recibe el nombre de buen gusto”.
“El fin primero y más universal de las Ciencias y las Artes liberales es enseñar, aprovechar y deleitar”.
“La insignia de la Real Academia Española es un crisol puesto al fuego, con el lema “limpia, fija y da esplendor”, aludiendo a las tareas fundamentales de la institución con respecto al idioma”.
“Las obras de Villarroel suelen nacer, como decía él mismo, ‘entre cabriolas y guitarras”.
“Ideológicamente, este siglo aparece saturado de influencias extranjeras”.

“En el fondo, nuestras letras de ahora no se han despegado mucho de la íntima ligazón clásica de los dos siglos anteriores”.
“La Poética de Luzán y el Teatro crítico de Feijoo representan un esfuerzo por orientar hacia una cultura más nueva lo viejo y lo caduco”.
“La expulsión de los jesuitas ha desperdigado escritores de verdadero mérito como Hervás, Arteaga, Montengón o el Padre Isla”.
“La obra sainetera de Ramón de la Cruz representa una clara resistencia frente al gusto oficial afrancesado, tan poco de acuerdo con el espíritu tradicional español”.
“Nicolás Fernández de Moratín en el aspecto tradicional de su poesía se muestra como discípulo de Garcilaso, Herrera, Lope o Quevedo y, en otro orden de cosas, como un entusiasta de las glorias nacionales”.
“Pero en el aspecto afrancesado, sigue la moda de atacar a los grandes dramaturgos del siglo anterior, como Calderón, y ha contribuido, entre otras barbaridades a prohibir los Autos Sacramentales”.
“La nota característica del arte literario de nuestro siglo es el prosaísmo”.
“La vuelta a la vida del campo ha dado origen a la poesía bucólica”.
“Todo lo que ofrece algún interés en el pasado o en el presente, en las Ciencias o en las Artes, en la vida o en las costumbres, es objeto de la atención de Feijoo”.
“El problema que ha centrado siempre el mayor interés es el preceptivo”.
“En la obra literaria debe predominar más la razón que la fantasía y el sentimiento”.
“Luzán basa el origen y la esencia de la poesía en principios básicos y filosóficos”.
“La poesía ha de tener siempre un fin docente”.
“La epopeya ha de servir de lección y educación a los reyes y magnates por su valor militar”.
“Entre otras supersticiones inconcebibles en nuestro siglo, Feijoo ataca las de la piedra filosofal, la creencia en sátiros y nereidas, la fe en exorcismos o milagrerías dudosas, la confianza en brujas y curanderos y todo aquello que lleve a confundir la ciencia con la superchería”. Etcétera.
Pensé escribir un pequeño trabajo con lo que diera de sí una lectura más atenta de los Destellos y mandarlo al Diario como la colaboración de ese mes.
Pero tampoco dejaba de dar vueltas al sueño de Valentí y su importancia y a todo aquel revuelo que había montado alrededor de él. Si el Padre Feijoo levantara la cabeza…

jueves, 12 de enero de 2012

El cine que hay que ver


Gilda

Anoche, los amantes del buen cine negro tuvieron la ocasión de ver en la 2 una de esas películas que inundan al espectador de emociones encontradas desde el principio al fin. Se trata de Gilda, dirigida en 1946 por Charles Vidor y protagonizada en sus papeles estelares por Glenn Ford y Rita Hayworth. El film cuenta la historia de Johnny Farrell (Glenn Ford), un jugador norteamericano que arriba a Buenos Aires en busca de una nueva vida y, a la primera de cambio, se ve envuelto en una pelea de la que le salva Ballin Mundson (George Macready), que resulta ser el propietario de un casino y de una turbia empresa que trabaja para hacerse con el monopolio del tungsteno en todo el mundo. A consecuencia del acuerdo al que llegan ambos, el dueño del casino convierte al jugador en su mano derecha. Todo funciona a las mil perfecciones hasta el momento en que, tras ausentarse Mundson durante un tiempo, regresa casado con Gilda (Rita Hayworth), antigua amante de Farrell y a la que parece odiar con toda su alma. A partir de ahí, la película se convierte en un mundo de emociones fuertes, amor, odio, miedo, deseo de venganza, intriga..., cuyo final dejará al espectador con un buen sabor de boca. En medio, asistirá a la filosofía del sentido común aplicada por otro de los personajes clave de la película, el Tío Pío (Steven Geray), el hombre de los lavabos, amigo de verdad de Johnny, al que llama Paleto, y confidente silencioso de Gilda, y a las dos canciones que ésta canta en playback (la voz verdadera es la de Anita Ellis), Amado mío y Put the blame on Mame, canciones cuya música hiere el alma del espectador de lirismo y melancolía mientras dura la proyección.
La escena del streptease de Gilda o la bofetada que le propina Johnny tras esa actuación son meras anécdotas al lado del mensaje de amor entre los protagonistas que, finalmente, acaba regalándonos el film.

miércoles, 11 de enero de 2012

Memorias de un jubilado


1966

1966 fue un año de contrastes fuertes en mi vida. Mientras el cantante español de moda Raphael,con PH de Philis, lanzaba a los cuatro vientos algunas de sus canciones más impactantes, sean Yo soy aquel, Cuando tú no estás, Estuve enamorado, La canción del trabajo o El torero, y enamoraba a todas las adolescentes de España, yo me incorporaba al Servicio Militar en San Clemente de Sasebas para dos días más tarde recibir la terrible noticia de la muerte de mi padre. Un año antes había conocido a la mujer de mi vida, con la que me casaría algunos años más tarde. Los acontecimientos ajenos a mí, que el mundo experimentado de la radio y el recién empezado de la televisión se encargaban de pregonarlos en las cuatro esquinas del mundo, seguían rodando como si tal cosa; así es la vida. Con la muerte de mi padre, me sentí más solo que nunca allí arriba, junto al Pirineo catalán, rodeado de un paisaje apabullador y callado a la vez. Y si no llega a ser por mi familia, por mi novia y por las obligaciones impuestas por los estudios universitarios que había empezado dos años antes, no sé qué hubiera ocurrido. Lo digo ahora que el paso de los años ha proporcionado a mi espíritu la suficiente medicina para aguantar lo indecible. Y siguiendo el título de una de esas canciones del mencionado Raphael, Vuelve a empezar, volví a empezar de cero agarrándome a lo que tenía más cerca, a mi madre, a mi novia, a mis libros y a los poemas que entonces garabateé primero en San Clemente y luego en Talarn, que fue el segundo campamento militar adonde fueron a parar mis pies. Poemas que, dicho sea de paso, valen más como testimonio de una etapa existencial dolida por la desaparición de una persona muy importante en mi vida que por su calidad literaria. De ahí que prefiera conformarme con mencionar el dato a copiar en esta entrada alguno de esos poemas.

domingo, 8 de enero de 2012

De vista, de oídas, de leídas

Álvaro Pombo, Nadal en su última convocatoria
Álvaro Pombo (Santander, 1939) es un cosechador de premios literarios de gran envergadura, desde el Herralde (1983) con El héroe de las mansardas de Mansard, hasta el Planeta (2006) con La fortuna de Matilda Turpin, pasando por el Nacional de la Crítica (1990) con El metro de platino indiado, para muchos su obra maestra. Y ahora el Nadal con El temblor del héroe (lo del héroe le va sin duda). Acostumbrado a la polémica (su ligera actitud ante el asunto gay le ha reportado más de un disgusto, aunque él mismo se ha declarado homosexual), en más de una ocasión ha expresado claramente sus críticas contra la mercadotecnia y trivialización empleadas estos últimos años por el colectivo gay (ver Contra natura, de 2005). Aparte esto, Pombo es un escritor comprometido con la labor de creación, que en un principio tuvo que ver con la lírica (él mismo se considera más poeta que novelista) pues la primera obra que dio a conocer fue Protocolos (1973) y más tarde ganó el premio El Bardo de poesía con Variaciones (1977). SIn embargo, lo que le ha dado más prestigio es su trabajo como narrador, cuyas dos características principales son el manejo magistral del lenguaje y los tonos humorístico e irónico que salpican muchas de sus páginas.
El temblor del héroe, LXVIII Premio Nadal, "narra la pérdida de entusiasmo de un profesor universitario jubilado", con palabras del jurado del premio. Habrá que leer la novela para averiguar por dónde fluye actualmente el entusiasmo novelístico de este escritor político y activista español que, siguiendo su proverbial pesimismo, suele afirmar: "Hay que hacer el bien porque el mal ya está hecho".

lunes, 2 de enero de 2012

De vista, de oídas, de leídas



Adiós a 2011

Mucho y de todo tipo hemos visto, oído y leído durante el año que acaba de morir para siempre, este 2011 tan extraño la mayoría de las veces y decepcionante muchas, del que debemos darnos prisa en olvidar todo lo malo que nos trajo, tanto proveniente de la naturaleza, que anda revolucionada, por no hacer mudanza a su costumbre, como de nuestra misma forma de ser, que lo mismo, de la economía, la guerra o el terrorismo, que casi es peor. Y recordar algunos síntomas que pueden convertirse en el principio de nuestros remedios. Entre lo malo, destaca en el mundo el sunami del Japón que sembró de muerte y miedo aquel país, al que acabó de hundir en la tragedia la explosión de la central nuclear de Fukushima.

Si bien en contraposición a esas noticias catastróficas, sobrevinieron otras de marcado aspecto positivo, si así puede llamarse a las caídas de los gobiernos tiranos de Egipto, Túnez o Libia, el linchamiento de cuyo máximo mandatario fue expuesto en todas las televisiones del mundo, o la desaparición del enemigo público número uno de EEUU, autor de la masacre de las Torres Gemelas de Nueva Cork. En nuestro país también dejó la fuerza incontenible de la naturaleza en forma de terremoto su sello de miedo y luto, destrucción y miseria en la localidad murciana de Lorca.

Y como en el caso anterior, a una noticia trágica, le compensó otra de marcado aspecto positivo y esperanzador para el mundo de la paz y la libertad sin miedo y sin hipotecas políticas, como fue la declaración por parte de ETA de dejar las armas, si bien me temo que dicha declaración estará sujeta a las acciones del nuevo gobierno que las urnas acaban de instaurar, y eso lo dirá el tiempo. Otra noticia, ésta de carácter intemporal y larvado, porque jamás se sabrá cuándo tuvo principio y cuándo tendrá final, es la que se refiere al llamado Movimiento del 15 M, que, si no es avalado por las urnas electorales y el marchamo de la democracia, mucho me temo también que no llegará a buen puerto y todo quedará en aguas de borrajas. El peor de nuestros problemas sin duda tiene que ver con la economía, desgraciadamente dirigida por Europa y los gobernantes de los países más fuertes del euro, especialmente, Francia y Alemania. Las duras medidas que ha adoptado de momento el recién estrenado gobierno español, de carácter claramente conservador, han levantado ampollas en los partidos adversarios, que dudan de su eficacia, sobre todo, para crear empleo, problema fundamental que amenaza arrinconar a nuestro país en un callejón sin salida. La mejor noticia para ser vista, oída y leída en futuro próximo (a ser posible en el año que acaba de comenzar) sería precisamente salir de ese callejón y empezar a ver disminuir la espeluznante tasa de paro, que ya se encuentra en los cinco millones de desempleados.