viernes, 28 de octubre de 2011

Memorias de un jubilado


Volver a La Pineda
Volver a La Pineda, este bello rincón del Mediterráneo tarragonés, es volver a un sinfín de sorpresas inmersas en un mar de calma y dolce far niente. Es la segunda vez que visitamos este conjunto de palmeras y paseos por la orilla del mar, juegos termales de aguas benefactoras y espectáculos y bailes nocturnos que disipan preocupaciones de todo tipo. La primera vez que llegamos a La Pineda, este complejo turístico (no menciono el nombre del hotel por no hacer publicidad gratuita) donde los alrededores ajardinados y el bufet libre son memorables, quedamos completamente fascinados por la limpieza, orden, atención al cliente, animación diurna y nocturna, y la eficacia en resolver cuantas anomalías puedan salir al paso en el transcurrir cotidiano, entre otros factores. Y a medida que se va conociendo mejor el funcionamiento del complejo turístico (hay que reconocer que el elemento extranjero priva sobre el nacional, que aún no acaba de perfilarse con igual éxito, pero cuya atención es igualmente exquisita y amable y los esfuerzos que ponen todos los empleados por conseguirlo un día es encomiable), más a gusto te encuentras en él. Casi como si estuvieras en casa, pero con todo hecho. Las mañanas pasan con apacibilidad junto al larguísimo paseo junto al mar que llega casi al puerto de Tragona, cuyas instalaciones se divisan con toda claridad desde aquí. Las líneas de las olas corriendo ininterrumpidamente hacia la playa, el horizonte azul donde siempre es posible ver algún barco o carguero que sale del puerto o llega a él, los bancos del paseo para tomar un descanso de vez en cuando y contemplar el espectáculo siempre renovado del mar, los jardines con sus palmeras y fuentes entre el mar y los edificios de apartamentos. Y las tardes no le van a la zaga: con el agua benefactora, las saunas, los masajes y las sesiones de oxigenoterapia dejan el cuerpo y el ánimo igualmente relajados y tranquilos. No se echan de menos ni la televisión ni la lectura. Con un baile después de la cena, el descanso nocturno está asegurado. ¿Para qué seguir? Me basta con recordar las burbujas de agua y el olor de eucalipto para sentir los músculos relajados, y los paseos por la orilla del mar para saber que el ánimo se conforma con muy poco para lograr la paz que de vez en cuando, en medio del mundanal ruido, es necesaria para seguir viviendo.

domingo, 23 de octubre de 2011

Fotografías que hablan


Un cuadro
La tela estaba ocupada cuando pensé esta imagen. A veces pasa. Otra escena había en ella, la estatua de Ava Gadrner

viernes, 21 de octubre de 2011

Una novela del siglo XVIII

14. A propósito de Manon Lescaut

Al que no le fueron bien las cosas fue a Valentí, mejor dicho a su imprenta, que de la noche a la mañana apareció incendiada, apenas una semana después de que nos entregara los ejemplares de Manon Lescaut a Ortega, Albert y a mí. Enseguida pensamos que había sido obra de don Matías, el cura de Santa Ana y sus secuaces, aunque las “pesquisas” de las fuerzas del orden y defensores de la ley achacaron el incendio a un simple accidente laboral y hablaron de una ventana abierta en el cuarto contiguo al taller, del viento que había soplado la noche anterior y de una lámpara de aceite que debía estar mal asentada. El caso es que debido al papel almacenado allí y al material altamente combustible, como libros y cajas de cartón, el fuego se extendió rápidamente y arrasó todo lo que encontró a su paso, destruyendo de golpe las ilusiones de colaborar con la cultura y la libertad de expresión y el modo de ganarse la vida de Valentí. Éste cayó en una postración que daba pena verla y decidió irse una temporada al pueblo de su padre a curarse del disgusto tremendo que se había llevado. Carretero le echó en cara su reacción y le dijo que no reconocía en él al luchador que siempre había sido. Y añadió contundente:
--Si tú no haces nada, lo haré yo. Iré a Santa Ana, tiraré si es preciso del púlpito abajo a ese cura criminal, lo llevaré arrastrando hasta las cenizas de tu imprenta y se las haré tragar.
Trabajo nos costó en ese momento a Valentí y a mí convencer a Carretero de que sin pruebas nada podíamos hacer y menos tomarnos la justicia por nuestra mano.
La cuestión fue que Valentí, apenado por lo sucedido, desapareció de Barcelona y estuvo ausente todo el invierno, mientras nosotros, me refiero a Ortega y a mí porque el carretero desapareció también, seguimos dedicándonos a lo nuestro. Por mi parte, decidí preparar para el Diario un artículo defendiendo la libertad de expresión y condenando ciertas prácticas delictivas llevadas a cabo para cercenar aquélla, citando los dos casos ocurridos con la librería del señor Viçens, en el que el librero encontró la muerte, y con la imprenta de mi amigo Valentí. Hablé de sus personalidades y de la labor encomiable que hacían para llevar al gran público la cultura y la literatura sin ningún impedimento.
Además releí la Manon con papel y pluma a mano y escribí un pequeño ensayo sobre las tonterías que se habían dicho y escrito aquí en España sobre la novela por las gentes más reaccionarias del país.
Es una lástima que Manon Lescaut, novela que el abate Prévost publicó por primera vez en 1731 en Ámsterdam con el título Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut, se viera rodeada de escándalo y prohibida durante un tiempo por la Inquisición, ese flagelo de libertades y guadaña de existencias comunes. Porque se trata de una obra ejemplar que todo bien nacido, intelectual y libre debe leer. Prévost, temiendo las consabidas críticas que la novela suele recibir como una colección de fantasías, aventuras y personajes extravagantes, se curó en salud planteó su novela como si se tratara del último tomo de sus Memorias de un hombre de calidad, como una historia, haciéndola aparecer como un relato fidedigno que el protagonista de los hechos, el caballero Des Grieux, narra al hombre de calidad. Es más, leyendo la novela, me ha hecho pensar en la propia vida de Prévost. Sin ir más lejos, Manon se parece mucho a aquella mujer holandesa llamada Lenki, de la que el abate anduvo perdidamente enamorado, y Prévost al caballero Des Grieux pues los dos nacen en el seno de una familia honorable, se forman con los jesuitas y hacen el noviciado, tienen temperamento fuerte, viven aventuras escandalosas y acaban volviendo al buen camino. Sea como fuera, la novela es una historia de amor entre dos personas muy jóvenes, de las cuales el personaje central es Des Grieux, que narra lo que pasa y cuya presencia es constante hasta más allá de la desaparición de Manon; es un joven de buena familia, estudioso, muy tratable y cortés, pero que, cuando conoce a Manon en el patio de una venta, olvida todas esas cualidades y se deja arrastrar por una pasión que le causará terribles consecuencias. Y es ella, Manon, una chica de quince años, recatada y adorable, de mirada triste porque va enviada a un convento, quien transforma radicalmente la personalidad de Des Grieux. Ambos se enamoran perdidamente el uno del otro, y es ese amor el que, a lo largo de la novela, los convierte en dos seres envilecidos. Él se hace jugador y fullero para conseguir el dinero que le pide su amada, y acepta que ella juguetee con viejos verdes con tal de que le siga amando, y se embarca en robos que lo llevan a la cárcel. Y no acaba ahí la vileza de Des Grieux, que hace que su mejor amigo Tiberge le ayude en la fuga de la prisión, se gana la confianza del superior de Saint-Lazare, a quien acaba traicionando, y en la fuga mata a uno de los guardias. Todo para ayudar a escapar a Manon, que se halla cautiva en Salpêtriere. Y si el enamorado es así, la enamorada no le va a la zaga en envilecimientos. Es coqueta, codiciosa de lujo y placeres, y como Des Grieux no puede proporcionárselos, los busca, y, unas veces con el consentimiento de su amado y otras sin él, engaña a varios hombres entrados en años para que le den regalos y dinero a cambio de sus favores, aunque en el fondo sigue queriendo con locura a su amado, quien llega a decir de ella que es “liviana e imprudente, aunque recta y sincera”. Entre ellos se halla Tiberge, piadoso, serio y responsable que hace de verdadero ángel custodio de Des Grieux y llega a viajar a América cuando de allí recibe una llamada de auxilio de éste. Pero lo más importante de la novela para mí no es todo ese cúmulo de acciones que llevan a cabo los dos amantes, sino la simpatía que despiertan en el lector, debida al amor que sienten uno por otro. Todo cuanto realizan, malo o bueno en la novela, tiene como motivo el amor, que es siempre noble, aunque la conducta sea reprobable. Prévost ha tenido la sabia destreza de describir todo tipo de acciones deshonestas cometidas por los dos jóvenes enamorados, horribles muchas veces, pero que en ningún caso estropean la integridad y la inocencia de los protagonistas. Si Manon se prostituye, nunca llega a entregar su cuerpo, y si Des Grieux hace trampas, roba y hasta mata, en el fondo no es un criminal, y todo se debe a que el amor puro que se profesan uno al otro lava todas sus faltas, aunque en el caso de él a estas faltas se añade su sentido de culpabilidad, la idea de pecado que su amigo Tiberge le recuerda una y otra vez. Pero Des Grieux cree que está predestinado a amar a Manon y a sufrir hasta sus últimas consecuencias a causa de ese amor, pues cuando ya se hallan en América los dos enamorados y deciden ambos llevar una vida honesta, la fatalidad se ceba con él con la muerte de Manon. Ni Manon ni Des Grieux son culpables de sus acciones porque la única intención que les mueve a hacerlas es el amor. Además, el desenlace de la novela encierra una gran lección moral pues Manon se arrepiente de su pasado y los dos amantes se disponen a comenzar una nueva vida casándose. Desenlace que señala que la felicidad es un espejismo que se desvanece cuando se cree alcanzarlo. Aún así, Des Grieux no se somete a la desesperación, sino que vuelve a Francia dispuesto a modificar su vida, con estas palabras: “El cielo me iluminó con la luz de su gracia y me inspiró el deseo de regresar a él por el camino de la penitencia.” Viviendo así de acuerdo con los principios morales y religiosos que sus padres le habían inculcado de niño.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Los libros que hay que leer

Una novela ensayo o un ensayo novelado
He aquí la ficha técnica del libro en cuestión:
José Luis Sampedro y Olga Lucas.
Cuarteto para un solista,
Plaza Janés, Barcelona, 2011

Una novela que parece un ensayo o un ensayo expuesto en forma de novela, cuyo protagonista es un viejo profesor de de Ciencias que, internado en una Residencia, habla en su interior con los Cuatro elementos griegos Agua, Aire, Fuego y Tierra y saca conclusiones pesimistas sobre el futuro de la humanidad, equivocada en su modo de concebir el progreso o el desarrollo tecnológico. Luego escribe el relato de los diálogos que mantienen entre sí los Cuatro en diversos lugares del mundo (Tombuctú, Tahití, Ginebra, Venecia y Knossos) y se los da a leer al Doctor que lo lleva en el Residencia. Finalmente, el interno y el Doctor dialogan sobre los relatos y toman postura sobre las tesis que se plantean en ellos.

El libro se divide, pues, en seis apartados:
Vida y los Cuatro, Tombuctú, Tahití, Ginebra, Venecia, Knossos, que presentan la misma estructura:
Consejo de Vida a los Cuatro elementos y viaje de éstos a los cinco lugares que dan nombre al resto de los apartados. El diálogo, además de hacer referencia a la mitología, cultura e historia pertenecientes a ellos (tablillas cuneiformes, Gauguín, Rousseau, Sissí, la Ilustración, Casanova, Vivaldi, Dédalo, la cultura minoica…), plantean el tema del progreso tecnológico contrapuesto a la energía derivada de los Cuatro elementos griegos.

lunes, 17 de octubre de 2011

Memorias de un jubilado

Otro octubre

Los octubres tienen para mí un significado especial. Sin ellos les faltaría algo a mi vida. Y últimamente, más. Y no son las manifestaciones otoñales en sí, que también: el morir de las hojas, el bosque rojizo de Tossa, los comercios y hoteles que van cerrando sus puertas tras las vacaciones estivales, el mar movido y la bandera roja ondeando en la playa... Sino los acontecimientos personales, familiares, culturales y sociales que se suceden durante este mágico mes de octubre, puerta que se abre definitivamente al otoño y a las actividades educativas y librescas del mundo. En este mes cumplen años familiares muy cercanos, mi nieto mayor, mi cuñada y mi hermano mayor, de cuya fiesta, ocurrida ayer, me hago eco en esta entrada. La fiesta es singular porque, siguiendo una tradición inventada por mi hermano, nos reunimos toda la familia, tres generaciones nada menos, para recordar que el cariño y los buenos recuerdos van cogidos de la mano, y que el paso del tiempo los enriquece como a los buenos vinos. El repaso del año transcurrido, la presencia de nuevos miembros de la familia, evocaciones, proyecciones de viajes y un sinfín de cosas que tienen que ver con la salud y la felicidad, vuelan sobre la mesa, entre conversaciones festivas y brindis por que todo siga al menos como hasta ahora. Como cada año, tras apagar las velas de los años que ya han transcurrido, volvieron a sonar los versos en honor del homenajeado
Y caminas por octubre, para ti mágica alfombra,
planeando otros viajes y extrayendo de la noria
de tus sueños agua eterna que te venga de Zamora,
de su fiel Semana Santa y de su vetusta historia,
de los pasos que tu gente sembró allí en pasadas horas
desde el Puente a Santa Clara, en las luces y en las sombras.

Caminando por la vida, como quien no hace la cosa,
vas cumpliendo otros otoños, viendo abrirse nuevas rosas,
y lo que es más importante: siendo tan buena persona
y amando como tú amas lo que ama tu memoria.
Y este octubre también nos trae, como otros años, el fallo del Premio Planeta, con sus más y sus menos, al fin y al cabo no es otra cosa que un negocio editorial. Y cosas nuevas, como el movimiento de los "indignados", que ya empiezan a indignar con sus atropellos e ilegalidades, pese a que en muchos de sus componentes existen buenas intenciones (aunque en esto de la política las aguas tuercen su curso cada dos por otres), intenciones que podrían encauzarlas ejerciendo su derecho al voto en las próximas elecciones del 20N (siglas y siglas en este siglo tan amigo de acrónimos y siglas). Y la conferencia de "paz" que se anuncia en estos días sin tener en cuenta la verdadera paz, que se firma con la ley, la libertad y el respeto a la vida. Octubre, bendito octubre, que cerraremos con unos días de tranquilidad en un rincón del Mediterráneo.

jueves, 13 de octubre de 2011

El relato del mes


LA GOLONDRINA


El desván de la casa era un habitáculo en forma de barco invertido donde cabía de todo. Disponía de una claraboya practicable por la que podía salir al tejado. Allí arriba, apoyado sobre la pared de la chimenea, llegaba con la mirada hasta la carretera de Salamanca, a cuyos lados se abrían los campos verdes, salpicados de vez en cuando por el color más vivo de las casas de labor. Desde aquellas lejanías venían, como bailando a mis pies, los tejados del barrio vecino y los del mío, sobre los que destacaba la espadaña de la iglesia de las Dueñas, hasta llegar a los corrales próximos donde los gatos dormitaban pese al guirigay de las gallinas. Cuando me cansaba de hacer de Dios, volvía al desván y en su silencio y semipenumbra me ponía a mirar, como hipnotizado, los hilos de luz, como de oro viejo, que colgaban aquí y allá y donde nadaban miles de partículas de polvo.

Sin embargo, lo que me empujaba al desván con más deseos era comprobar todas las primaveras la llegada de las golondrinas al nido que habían tejido tiempo atrás en la viga más alta del sobrado. Para ello, cada año, cuando acababan los fríos y las lluvias, subía para abrir la claraboya. Luego, de vez en cuando, visitaba el desván para observar con el sigilo de un gato, para no molestarla, a la golondrina de turno que se encargaba de restaurar y preparar el nido donde vendrían al mundo sus polluelos. Y hasta que no veía volar al último golondrino fuera del nido por la claraboya hacia el cielo que lo llevaba a la emigración ancestral, mi curiosidad y mi cuidado no desaparecían. Después llegaba el otoño, y yo mismo cerraba la claraboya para evitar que las lluvias invadiera la casa de goteras. Y a esperar a la siguiente primavera para subir de nuevo al desván y abrir la claraboya para las sempiternas golondrinas.
Pero un año el azar me jugó una mala pasada. Un resfriado que se complicó me mantuvo encamado más tiempo de lo debido, y, cuando mi madre me dio por curado del todo y me obligó a dejar la cama, un pensamiento doloroso irrumpió en mi cerebro. Sobresaltado por lo que temía, subí corriendo al desván. Pero ya era demasiado tarde. Allí, sobre la claraboya, pegado contra el vidrio polvoriento, descubrí el cuerpo muerto de una golondrina, que, infortunadamente, siguiendo su instinto atávico de entrar volando hacia la querencia del nido del desván, había chocado violentamente contra el cristal. Con gran pena abrí la claraboya y separé del vidrio el cadáver del pobre pájaro con exquisito cuidado para que no se me deshiciera. Lo envolví en una tela azul, como el cielo que tanto había querido, y con lágrimas en los ojos y un gran remordimiento en el corazón, bajé con el envoltorio hasta la orilla del río. Allí, en un brazo de arena protegido por juncos, hice un pequeño hoyo con mis manos y di tranquila y solitaria sepultura a la infortunada golondrina.
Era ya lo único que podía hacer por ella… después de muerta.

martes, 11 de octubre de 2011

Claves de la literatura española










Claves del Renacimiento literario español

I. Época de Carlos V

La palabra Renacimiento habla de un regreso a la antigüedad clásica, que ya en la Edad Media se había preparado en los monasterios con el estudio de los textos griegos y latinos. Así pues, El Renacimiento es un movimiento cultural, estético y literario que nació en Italia ente los siglos XIV y XV y su intención principal fue interesarse por la Antigüedad clásica greco-latina. En nuestra Península abarcó todo el siglo XVI. Para su correcto estudio conviene tener en cuenta los siguientes puntos:
El Humanismo, según el cual el hombre se convierte en la medida de todas las cosas existentes, y la naturaleza en un reflejo de la belleza y un punto de partida para desarrollar las facultades humanas.
Los poetas italianos Dante, Boccaccio y Petrarca siguen siendo los referentes del Renacimiento español. Petrarca, y en especial su concepción de la mujer amada en cuyo semblante existe una luz sobrenatural que guía los pasos del enamorado, dejó honda influencia en poetas como Garcilaso de la Vega, si bien lo hizo través del vate valenciano Ausias March.
La figura de Carlos V, que, entre otras cosas, propugna la unidad católica en toda Europa y origina, con ello, la Reforma luterana, y aunque durante algunos decenios lleva a España a desempeñar un papel hegemónico en el mundo (recuérdese que el descubrimiento de América le había reportado grandes riquezas), en los últimos años de su monarquía nuestro país fue empobreciéndose cada vez más debido a las constantes guerras externas (con Francia, sobre todo) e internas (con las Comunidades y las Germanías, por ejemplo).
La libertad y la tolerancia habidas en su reinado permiten la difusión del Erasmismo, corriente humanista impulsada por Erasmo de Rotterdam, el cual pretendía renovar moralmente a la Iglesia, corrupta y escindida por la Reforma. Sus ideas se propagaron a través de la Universidad de Alcalá. Pero con la convocatoria del Concilio de Trento (1545), el erasmismo fue perseguido y prácticamente aniquilado por la Inquisición.

La rigidez de la estructura social del momento, según la cual la nobleza, aunque acepta la voluntad de la monarquía, mantiene su poder social; de categoría inferior son los caballeros y los hidalgos (estos últimos son ridiculizados en la Literatura porque, no teniendo recursos económicos, se aferran a su títulos y a su negación a trabajar, menester que consideran deshonroso); el clero es el estamento más importante pues conserva por las guerras de religión la mitad de las rentas del país; la burguesía, en auge, desarrolla en las ciudades el mercantilismo y la aparición de nuevas industrias; finalmente, el pueblo llano sufre un empobrecimiento progresivo debido a la guerra, la expulsión de árabes y judíos y el traslado a la ciudad de la gente del campo (este aumento de la pobreza originará la proliferación de mendigos, pícaros y malhechores).

La invención de la imprenta por Gutenberg permite difundir con mayor rapidez el saber universal entre todos los pueblos. Y el de la pólvora o la brújula, entre otros, ayudan en el arte de la guerra y en las navegaciones y viajes en busca de otros horizontes.
El descubrimiento de nuevas tierras (América, las Indias orientales…) amplía el concepto que se tenía hasta entonces del mundo.
La naturalidad se impone como el ideal de la lengua literaria (Valdés), mientras algunos temas y estrofas italianas (la Naturaleza, la Mitología; tercetos, liras, sonetos) son adoptados por Juan Boscán y Garcilaso de la Vega.
El influjo de lo clásico conlleva una corriente de neopaganismo, en la que se propugna el disfrute de la naturaleza y del cuerpo; de ahí la implantación de motivos y tópicos literarios como el “carpe diem”.
Además de la lírica, en la primera mitad del siglo XVI se cultivan la prosas humanística e histórica, y el teatro desde dos tendencias diferentes: una inspirada en el teatro griego y latino y otra popular.



La lírica

Se considera el año 1526 como fecha clave para la historia de la lírica de esta época; ese año el poeta barcelonés Juan Boscán, tras hablar con el embajador italiano Andrea Navagiero sobre la lírica italiana, decide, animado por su amigo el poeta toledano Garcilaso de la Vega, introducir la métrica, los temas y el estilo de aquel país en nuestra poesía. Los versos endecasílabo y heptasílabo (combinados adecuadamente forman estrofas singulares como la estancia o la lira) se unieron, así, al octosílabo y dodecasílabo españoles (este último entró enseguida en desuso) otorgando más elegancia y flexibilidad a la expresión poética; en cuanto a las estrofas adoptadas, destacan, junto con el soneto, la lira, el terceto, la octava real, la canción, la estancia y la silva, y entre las composiciones más cultivadas, la oda, la elegía, la epístola y la égloga. Los temas de la época de Carlos V son preferentemente el amor (platónico o petrarquista), la mitología grecolatina (en su mayor parte procedente de Las Metamorfosis de Ovidio) y la naturaleza (mundo armónico y sosegado en contraste con el alma turbada del poeta). Respecto del estilo, es Petrarca quien dicta las directrices de elegante naturalidad, frente a la afectación artificiosa del siglo XV.

Antes de hablar de Garcilaso, conviene apuntar unas breves líneas sobre su amigo el poeta barcelonés Juan Boscán (1492-1542), introductor de las formas italianas en la lírica española. Su familia pertenecía a la alta burguesía catalana. Estuvo en la corte de los Reyes Católicos y posteriormente fue preceptor del Duque de Alba en Castilla, donde frecuentó la amistad de Garcilaso. De vuelta a Cataluña, contrajo matrimonio y vivió las excelencias de una vida familar hasta su muerte. La influencia de Petrarca se nota en su obra, en la que destacan los siguientes títulos: el Poema de Hero y Leandro, la Elegía a Garcilaso o la Epístola a Mendoza, donde se nos muestra como un hombre sereno que gusta del encanto de los pequeños placeres de la vida casera y cotidiana. Te ofrezco una muestra de esta última:

“Así que, dados estos fundamentos,
que entiende el sabio de raíz las cosas,
y que desprecia nuestros pensamientos,
las cosas para otros espantosas
de nuevas o de grandes, no podrán
ser jamás para él maravillosas.
Cuidados a este tal no le darán
ni su propio dolor ni el bien ajeno;
ambos por una cuenta pasarán.
¡Dichoso aquel que de esto estará lleno
viviendo entre las penas sosegado,
y en mitad de los vicios siendo bueno!
¡Oh gran saber del hombre reposado!
¡Cuánto más vales, aunque estés durmiendo,
que el del otro, aunque esté más desvelado!

También como predecesor de Garcilaso se considera al poeta valenciano Ausias March (1397-1459). Fue paje del duque de Gandía y participó en la campaña de Alfonso V de Aragón contra Cerdeña y Córcega. Estuvo casado con Isabel Martorell, si bien sus poemas más apasionados están dirigidos a Teresa Bou. Es autor de poemarios (Cants d’Amor, Cants de Mort, Cant espiritual) de temática amorosa, enraizada la mayoría en la tradición del amor cortés, de Petrarca, si bien la doctrina filosófica disuelta en sus versos y su profundo intimismo lo acercan más a la concepción trovadoresca, según la cual la mujer debe ser objeto de vasallaje por parte del enamorado. Aunque también la consideración de que la mujer es un ser humano capaz de condenar y condenarse le lleva en muchas de sus composiciones a desplegar un auténtico sentimiento religioso.


Garcilaso de la Vega

La vida de Garcilaso de la Vega (1501- 1536) es un vaivén entre las armas y las letras. Nace en Toledo en el seno de una familia ilustre y muy pronto entra al servicio del Emperador. Lucha contra los Comuneros, participa en la expedición a Rodas y en las batallas contra los franceses en Navarra. Contrae matrimonio de conveniencia con Elena de Zúñiga, pero pronto conoce a una dama portuguesa llamada Isabel de Freyre, de la que se enamora platónicamente, y a quien dedica gran parte de su poesía Y cuando ésta se casa, el poeta sufre mucho. Intenta en vano refugiarse en el viaje que realiza a Italia acompañando a Carlos V Los infortunios aumentan cuando el Emperador lo destierra a una isla del Danubio por asistir a la boda de su sobrino sin el consentimiento del monarca. Recuperada la confianza real, se traslada a Nápoles, donde reside un tiempo y establece relaciones con escritores del lugar, quienes le ponen en contacto con la literatura renacentista italiana. Forma parte de la expedición a Túnez donde es herido en la mano y en la boca y, finalmente, en el asalto a la fortaleza de Muy (Provenza) recibe un fuerte golpe en la cabeza, y como consecuencia de ello muere poco más tarde en Niza.

La obra de Garcilaso, publicada en su primera edición (1543) junto con la de su amigo Boscán por la viuda de éste, es muy breve: una epístola, dos elegías, tres églogas, cinco canciones y cuarenta sonetos. Destacamos las siguientes composiciones:
A la flor de Gnido es una canción en liras (el nombre de esta estrofa procede del primer verso: “Si de mi baja lira”) dedicada a una belleza de Nápoles, Violante de Sanseverino, de la familia de los Nido y a quien amaba un amigo del poeta. La importancia de esta canción reside en que la estrofa utilizada servirá de guía e inspiración a muchos poetas posteriores, entre los que destacan Fray Luis de León y san Juan de la Cruz.
Los sonetos siguientes: el que recrea el mito de Dafne (“A Dafne ya los brazos le crecían”), el relacionado con la muerte de Isabel de Freyre (“¡Oh dulces prendas por mi mal halladas”) y el que comienza “En tanto que de rosa y azucena”, que desarrolla el tópico del “Carpe diem”. Los tres son amorosos, como la canción citada y la mayoría de la obra del poeta.
Las Églogas, escritas tras su viaje a Italia y donde se combinan el amor y la naturaleza: en la primera dos pastores, Salicio y Nemoroso (trasuntos del propio Garcilaso), exponen sus lamentos amorosos: el primero por los desdenes de Galatea, y el segundo por la muerte de Elisa (a su vez, una y otra pastoras representan a Isabel de Freyre); en la segunda aparece tratado el “Beatus ille” junto con una enumeración de las hazañas de la casa de Alba y los amores de la pareja de pastores Camila y Albanio; finalmente, la tercera es de asunto mitológico, pues cuatro ninfas del río Tajo hacen compañía a un pastor que sufre de amores, mientras bordan tapices que representan tragedias amorosas, tres referidas a otros tantos mitos clásicos (el de Dafne es uno de ellos) y la cuarta, los amores desgraciados de Elisa y Nemoroso nuevamente.
La Epístola a Boscán recuerda las del poeta latino Horacio; combina lo doctrinal con lo familiar y trata de la amistad y de la vida sencilla y cotidiana.
De las dos elegías, destaca la que dedica el poeta a su amigo Boscán.

En el estilo de Garcilaso, verdadero maestro en la construcción de sonetos y diálogos entre pastores, destaca, por un lado, su honda melancolía, influjo de Petrarca pero con mayor contención y ocultando, por ejemplo, su personalidad bajo imaginarios pastores; por otro, su elegancia (adjetivación cuidada y personificaciones y metáforas relacionados con el mundo natural) al describir el paisaje, lleno de encanto y serenidad, no como lugar para alcanzar la perfección espiritual, sino como ambiente donde situar sus propios sentimientos. Eso, unido a la musicalidad de sus versos, lo convierte en un poeta admirado por otros de su generación ( como el sevillano Gutierre de Cetina) y de generaciones posteriores. De hecho, en la segunda mitad del siglo XVI, sus seguidores se agruparon en dos escuelas: la salmantina (en torno a Fray Luis de León) y la sevillana, cuyo jefe fue Fernando de Herrera.

Te propongo la lectura de unos textos representativos de Garcilaso:

SONETO XXIII

“En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color de vuestro gesto,
y que con vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena,

y en tanto que el cabello, que en la vena 5
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

Coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado 10
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado;
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza su costumbre.”


CANCIÓN V

“No pienses que cantado
sería de mí, hermosa flor de Gnido,

y que con vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido. 5
……………………………………….
Mas solamente aquella
fuerza de tu beldad sería cantada,
y alguna vez con ella
también sería notada
el aspereza de que estás armada; 10
y como por ti sola,
y por tu gran valor y hermosura,
convertida en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en su figura. 15
Hablo de aquel cautivo,
de quien tener se debe más cuidado,
que está muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado. “ 20



ÉGLOGA I

“Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas, y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo 5
rompa del cuerpo, y verme libre pueda,
y en la tercera rueda
contigo mano a mano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos, 10
donde descanse, y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?


Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas 15
las canciones que sólo el monte oía,
si mirando las nubes coloradas,
al trasmontar del sol bordadas de oro,
no vieran que era ya pasado el día.
La sombra se veía 20
venir corriendo apriesa
ya por la falda espesa
del altísimo monte, recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol de luz escaso, 25
su ganado llevando
se fueron recogiendo paso a paso. “


II. La prosa del siglo XVI

En la primera mitad del siglo XVI se cultivan preferentemente dos clases de prosa: la humanística, de carácter didáctico y en forma de diálogo, y la histórica. En la prosa humanística, cuyos representantes imitaban a Erasmo y a otros humanistas de la época, destacan los siguientes escritores:

Fray Antonio de Guevara (1480-1545), franciscano, fue cronista de Carlos V. Su mejor obra es Menosprecio de corte y alabanza de aldea, donde con un tono declamatorio y un lenguaje que abusa de la antítesis, defiende la vida tranquila del campo y ataca la vida de inquietudes y preocupaciones de la corte.

Juan de Valdés (1500-1541), erasmista recalcitrante pues tenía del cristianismo una concepción rayana en el misticismo, se vio obligado a huir a Roma, para más tarde trasladarse a Nápoles. Allí gestó su mejor obra, el Diálogo de la lengua, un estudio reflexionado sobre la gramática, vocabulario y otros aspectos de la lengua castellana del siglo XVI, cuyos postulados centrales son: la lengua castellana es tan rica y elegante como la toscana, el estilo mejor es el natural y el modelo de buen lenguaje lo da Castilla.

Alfonso de Valdés (1490-1532), hermano del anterior y erasmista como él, fue secretario de Carlos V (en su obra Diálogo de las cosas ocurridas en Roma justificó el saqueo que llevaron a cabo las tropas del Emperador en la ciudad eterna). Es más conocido el Diálogo de Mercurio y Carón (atribuida durante mucho tiempo a su hermano), basado en el mito del barquero que transporta las almas a través de la laguna Estigia hacia la ultratumba; se vale de ello para atacar ciertos estados y profesiones de la época (el hipócrita, el predicador, el cardenal, el usurero…).

En cuanto a la prosa histórica, imitadora de la de Tito Livio, Salustio o César, su principal cometido fue registrar, por un lado, los sucesos que tenían que ver con el gobierno de Carlos V, y por otro, los avatares de la conquista de América. Entre los cultivadores de la primera tendencia destacan:

Diego Hurtado de Mendoza (1503- 1575), embajador, el cual trató, entre otros asuntos, de la rebelión de los moriscos en las Alpujarras en su Historia de la Guerra de Granada, y Pedro Mexía (1497-1551), llamado el “Astrólogo” por sus predicciones (hasta predijo su propia muerte), el cual escribió una obra miscelánea titulada Silva de varia lección, donde, junto a temas históricos (la lucha de los güelfos y gibelinos, por ejemplo), se incluyen otros sobre las maravillas del mundo o la existencia del hombre-pez, por poner dos casos.

Y entre los que describen o denuncian noticias de la conquista de América, citamos los siguientes escritores:

Fray Bartolomé de las Casas (1474-1566), que ataca los abusos de los españoles durante la conquista en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias.
Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), autor, entre otras obras, de una Historia general y natural de las Indias, llena de curiosidades.
Bernal Díaz del Castillo (1492-1581), a quien se debe quizá la más verídica y honrada historia de las Indias, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, para muchos una puntual rectificación de las exageraciones de López de Gómara.


El teatro en el primer Renacimiento

En la transición de la Edad Media al Renacimiento el teatro transforma no sólo su lenguaje, sino también sus temas y su escenificación. Aunque lo hace paulatinamente hasta impregnarse del espíritu renacentista. Se dan dos corrientes paralelas: una inspirada en modelos grecolatinos, cuyos principales defensores son Gil Vicente y Torres Naharro; y otra, popular, en la que destacan Lope de Rueda y Juan de la Cueva, por otro lado verdaderos antecesores de la comedia nueva posterior.

Empecemos por el lisboeta Gil Vicente (1465-1536). Orfebre, músico, poeta y hombre de leyes, vivió en la corte portuguesa, donde se dio a conocer en 1502 como hombre de teatro recitando el Monólogo del Vaquero. Después creó un teatro alegórico aprovechando el interés que despertaba entre la gente las Danzas de la Muerte y escribió su conocida Trilogía das Barcas, de las cuales sólo la de la Gloria está en castellano. Pero sus obras plenamente renacentistas son las comedias: las de costumbres, como La comedia del viudo, donde satiriza a los médicos, o las caballerescas, de gran sentido poético, como la titulada Don Duardos.

El otro representante es el extremeño Bartolomé Torres Naharro, del que sabemos que residió mucho tiempo en Roma, donde murió hacia 1530. Allí asimiló las doctrinas de Horacio y escribió Propalladia, libro que reúne sus obras teatrales siguiendo la división de las comedias en cinco actos que había dictado el escritor latino. Unas son cuadros de costumbres que recogen rasgos de la vida de los soldados (Soldadesca) o de los cocineros (Tinellaria), a los que llama comedias a noticia. Otras se basan en tramas posibles pero no reales, a las que llama comedias a fantasía; la más conocida se titula Himenea. Todas están escritas en verso.

Pero los dos dramaturgos que, dentro de la corriente popular, señalan el camino que seguirá Lope de Vega en el siglo XVII, son Lope de Rueda y Juan de la Cueva.

Lope de Rueda (1510-1565) nació en Sevilla y ejerció el oficio de batihoja (hacía panes de oro) antes de convertirse en autor y actor de teatro. Con su propia compañía recorrió las tierras de España representando sus propias obras. Éstas son de dos clases: comedias de enredo, influidas por compañías italianas que recorrían también nuestro país, y que a Cervantes, que llegó a presenciar algunas, le gustaban mucho: Eufemia, Los engañados o Armelina, son algunos de sus títulos. Y pasos, lo mejor sin duda de su teatro, que son piezas breves donde refleja fielmente las costumbres y la lengua del pueblo llano, cuajada de decires, refranes, giros y gracias que aportan a sus escenas una alegría sana y contagiosa que faltaba en el teatro español. Además, a Lope de Rueda se le puede considerar como el creador del personaje del “bobo” en nuestro teatro. Conviene recordar, entre otros, los pasos del Cornudo y contento, Los lacayos ladrones, La tierra de Jauja o Las aceitunas, cuyo tema se basa en el cuento de doña Truhana del Conde Lucanor, del infante don Juan Manuel, y en el Calila e Dimna, que mandó traducir Alfonso X el sabio.

Te propongo la lectura de un fragmento del famoso Paso de las aceitunas, perteneciente al desenlace de la pieza, cuyo argumento, a grandes rasgos, es como sigue: Torubio, un campesino de tierras zamoranas, vuelve a casa después de haber plantado un renuevo de olivo. Se lo comunica a su esposa Águeda, y ambos empiezan a calcular la cantidad de aceitunas que recogerán pasado un tiempo. Después pasan a discutir sobre el precio al que venderán el celemín sin ponerse de acuerdo, mientras que la hija del matrimonio, Mencigüela, recibe golpes de uno y otro por no poder complacer a ninguno de sus padres sobre el precio. A las voces provocadas acude el vecino Aloja, que, al oír el motivo de la discusión, se burla de la extraña circunstancia e intenta poner paz entre los esposos.

“Entra ALOJA, un vecino
ALOJA.- ¿Qué es esto, vecinos? ¿Por qué maltratáis así a la mochacha?
ÁGUEDA.- ¡Ay, señor! Este mal hombre que me quiere dar las cosas a menos precio y quiere echar a perder mi casa; ¡unas aceitunas que son como nueces!
TORUVIO.- Yo juro a los huesos de mi linaje que no son ni aun como piñones.
ÁGUEDA.- Sí son.
TORUVIO.- No son.
ALOJA.- Ora, señora vecina, háceme tamaño placer que os entréis allá dentro, que yo lo averiguaré todo.
ÁGUEDA.- Averigüe y póngase todo del quebranto.
ALOJA.- Señor vecino, ¿qué son de las aceitunas? Sacarlas acá fuera, que yo las compraré, aunque sean veinte fanegas.
TORUVIO.- Que no, señor; que no es de esa manera que vuesa merced se piensa, que no están las aceitunas aquí en casa, sino en la heredad.
ALOJA.- Pues traerlas aquí, que yo las compraré todas al precio que justo fuera.
MENCIGÜELA.- A dos reales quiere mi madre que se venda el celemín.
ALOJA.- Cara cosa es esa.
TORUVIO,- ¿No le parece a vuesa merced?
MENCIGÜELA.- Y mi padre a quince dineros.
ALOJA.- Tenga yo una muestra de ellas.
TORUVIO.- ¡Válgame Dios, señor! Vuesa merced no me quiere entender. Hoy he plantado un renuevo de aceitunas, y dice mi mujer que de aquí a seis o siete años llevará cuatro o cinco fanegas de aceituna, y que ella la cogería, y que yo la acarrease y la mochacha la vendiese, y que a fuerza de derecho había de pedir a dos reales por cada celemín; yo que no, y ella que si, y sobre esto ha sido la quistión.
ALOJA.- ¡Oh, qué graciosa quistión; nunca tal se ha visto! Las aceitunas no están plantadas y ¡ha llevado la mochacha tarea sobre ellas!
MENCIGÜELA.- ¿Qué le parece, señor?
TORUVIO.- No llores, rapaza. La mochacha, señor, es como un oro. Ora andad, hija, y ponedme la mesa, que yo os prometo de hacer sayuelo de las primeras aceitunas que se vendieren.
ALOJA.- Ahora andad, vecino, entraos allá adentro y tened paz con vuestra mujer.
TORUVIO.- Adiós, señor.
ALOJA.- Ora, por cierto, ¡qué cosas vemos en esta vida que ponen espanto! Las aceitunas no están plantadas, y ya las habemos visto reñidas. Razón será que dé fin a mi embajada.”



Juan de la Cueva (1510-1610) nació en Sevilla. A punto de cumplir los treinta años se fue a Méjico. De vuelta a su tierra natal, volcó su vida en el cultivo de la dramaturgia y ya no lo dejó hasta su muerte. Su obra, generalmente tragedias y comedias, la podemos clasificar según los temas: clásicos (Tragedia de Ayax Telamón, Comedia de la libertad de Roma por Mucio Scévola…); nacionales (Tragedia de los siete infantes de Lara, Comedia del saco de Roma…), y novelescos (El viejo enamorado, La constancia de Arcelina…). Vemos, por lo tanto, que, junto a héroes griegos y hechos de la historia de Italia, desfilan por su escenario gestas españolas y lances y amores cotidianos (claro antecedente del teatro del siglo XVII), mezclando así asuntos y tonos. A esta característica corresponde la obra más importante de Cueva, El infamador, predecesor inequívoco de El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, introduciendo así el mito de don Juan en nuestra literatura.


III. Época de Felipe II

Para comprender en su justa medida la significación que tiene la Literatura en la segunda mitad del siglo XVI, la que corresponde al reinado de Felipe II, conviene tener en cuenta los siguientes aspectos históricos, sociales, culturales y religiosos:

La Naturaleza, que en el primer Renacimiento simbolizaba la armonía y el sosiego que el poeta buscaba para contrarrestar sus sufrimientos por los desdenes o la muerte de su amada (caso de Garcilaso de la Vega), ahora cumple otra función bien diferente: la de representar un refugio donde el poeta puede encontrar remanso espiritual (fray Luis de León o san Juan de la Cruz, entre otros).
Relacionado con la anterior, se halla la llamada literatura religiosa de este siglo, por un lado representada por la Ascética, que propone la huida del mundo y sus tentaciones practicando la virtud y frecuentando el contacto con la naturaleza; y de otro, por la Mística, la cual, desentendiéndose del mundo terrenal como los ascetas, buscan la unión del alma con Dios por medio de las llamadas vías místicas (purgativa, iluminativa y unitiva). Como consecuencia, se acentúa la cristianización de los rasgos mundanos, tan presentes en la época de Carlos V.
Por su parte, la llamada Contrarreforma, surgida a raíz de combatir, con el Concilio de Trento, las herejías a que había dado lugar la Reforma de Lutero, ataca y desarraiga las ideas protestantes que en la época anterior se habían adueñado del pensar general. A la anterior se suma la Inquisición, que efectúa una inquebrantable censura contra todo lo que iba contra la religión católica y sus dogmas. Por ende, lo religioso y lo nacional, cobran una gran importancia en todos los campos de la vida.
Claro que todo ello lleva a desconfiar de la cultura y a aislarse de Europa; dos consecuencias inmediatas son: una, que los libros extranjeros quedan prohibidos y dos, que los viajes a otros países quedan prohibidos.
El ideal patriótico, como fruto del espíritu nacionalista que tiene lugar bajo el gobierno de Felipe II, ensalza el heroísmo nacional y produce composiciones poéticas destinadas a exaltar gestas y hechos históricos.
En lo social, se valora la casta sobre el mérito personal y la esencia hispánica se identifica con el cristiano viejo; así que adquieren máxima importancia conceptos como los de hidalguía, honra o limpieza de sangre, que estarán presentes en la literatura de esta etapa.
Y hablando propiamente de literatura, los géneros literarios se multiplican. A los ya citados (poesía religiosa, poesía heroica) hay que añadir la novela (bizantina, picaresca, pastoril, de caballerías…) y el del teatro, sobre todo, el de Cervantes.
Resumiendo, el problema esencial que gravitaba sobre el Renacimiento de la época de Felipe II residió en el titánico esfuerzo que hubo que mantener en todos los ámbitos sociales para que el Imperio, que ya empezaba a tener grietas importantes (luchas de religión y de política exterior), no se derrumbara antes de tiempo. Paradójicamente, la literatura de la época alcanzó cotas que la del resto de Europa soñaba con lograr. Y así, contamos con obras de la talla del Lazarillo de Tormes, fuente y modelo de la novela picaresca; la producción poética de fray Luis de León, para muchos el mejor poeta español de todos los tiempos; la de san Juan de la Cruz, que no le va a la zaga. O la de Cervantes, nombre señero de nuestras letras, creador de la novela moderna con el Quijote.


La lírica. Fray Luis de León

La lírica de esta etapa, empapada de las directrices de la Contrarreforma, fusionará el paganismo de la etapa anterior con los postulados del catolicismo y originará la llamada literatura religiosa, representada principalmente por fray Luis de León y san Juan de la Cruz. Paralela a la corriente citada, fluirá otra bien distinta, representada por Fernando de Herrera, el cual, sin abandonar la temática amorosa, cultivará una poesía épica. De ahí la existencia durante este periodo de las dos escuelas poéticas que ya mencionamos en la unidad anterior: la salmantina, dirigida por Fray Luis de León, y que se caracteriza por su elegancia y naturalidad en el lenguaje, y la moral y la filosofía en la temática; y la sevillana, representada por Herrera, la cual busca sobre todo la belleza formal y trata de temas mundanos. Al lado de estas dos escuelas aparece la poesía mística, cuto representante principal es San Juan de la Cruz.

Fray Luis de León (1527-1591) nace en Belmonte del Tajo (Cuenca). Estudia en Madrid y Valladolid. A los dieciséis años ingresa en la Orden de los Agustinos y estudia Filosofía y Teología en la Universidad de Salamanca, de la que será profesor. Sus clases son sólidas, rigurosas y amenas a la vez. Entiende de todo (Astronomía, Matemáticas, Medicina…) y conoce perfectamente el griego, el latín y el hebreo, entre otras lenguas. Es un hombre activo; anima a Santa Teresa a reformar el Carmelo y él mismo colabora en la reforma de su propia Orden. Pero la envidia le acecha (en la Universidad había rivalidad entre las órdenes religiosas de sus profesores: dominica, agustina…) y, con motivo de haber divulgado la traducción del Cantar de los Cantares, es denunciado a la Inquisición, que lo mantiene encarcelado en Valladolid desde 1572 a 1576. Comprobada su inocencia, fray Luis se incorpora a sus clases universitarias de Salamanca y aún tiene tiempo de obtener y regentar las cátedras de Filosofía Moral y Sagrada Escritura antes de su muerte, que tiene lugar en el convento agustino de Madrigal de las Altas Torres (Ávila).
La obra poética de fray Luis fue editada por Quevedo cincuenta años después de la muerte del agustino para oponerla al aluvión de poesía culterana de su época. Puede dividirse de la siguiente manera:

Lírica original, que para la mayoría es la que más calidad posee. Se trata de una veintena de poemas entre los que destacan las Odas a la Vida retirada (“¡Qué descansada vida”), A Francisco Salinas (“El aire se serena”), A Felipe Ruiz (“¿Cuándo será que pueda”), a la Profecía del Tajo (“Folgaba el rey Rodrigo”), a la Noche serena (“Cuando contemplo el cielo”), De la vida del cielo (“Alma región luciente”), En la Ascensión (“¡Y dejas, Pastor Santo”)… Todas estas composiciones están escritas en liras, la estrofa que había puesto de moda Garcilaso de la Vega en la etapa anterior.
Lírica traducida de libros sagrados. Existe un trabajo sobre Job, colección de tercetos intercalados en su obra en prosa Exposición del libro de Job. También tradujo una treintena de Salmos, y asimismo se conservan unos fragmentos de los Proverbios.
Lírica traducida de obras clásicas. Entre ellas, las Églogas completas de Virgilio y también las dos primeras Geórgicas del poeta latino, más de veinte Odas de Horacio, una Elegía de Tíbulo y algunas composiciones de Bembo, Séneca y Eurípides, entre otros.

En cuanto a la obra en prosa de fray Luis de León, citaremos, además de la citada Exposición del libro de Job, una traducción literal del Cantar de los Cantares y su comentario; La perfecta casada, especie de tratado renacentista sobre la mujer, y Los nombres de Cristo, que en forma de diálogo platónico, presenta los diversos nombres que recibe Jesucristo en la sagradas Escrituras.

Del estilo de fray Luis destacamos los siguientes rasgos: el sabio manejo de la lira, la contención y la profundidad emotiva de su expresión, el lenguaje natural, claro y armónico, alejado de toda brillantez formal, si bien no rehúye recursos como la aliteración, el hipérbaton, la personificación, la metáfora, el epíteto o los encabalgamientos, que, siempre suaves, marcan el ritmo modulado y tranquilo de su lírica. A todo ello añadiremos la carga espiritual y serena que respiran sus versos y la pureza clásica que se desprende de su palabra tanto en el verso como en la prosa.
Te propongo la lectura de Profecía del Tajo, en la que fray Luis trata un tema nacional que preocupaba, como es el de la derrota que sufrió el último rey godo a manos de los árabes, dando pie así a la conquista de España por los musulmanes.

“Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Caba en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el pecho sacó fuera
el río, y le habló de esta manera: 5

“En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
y las amargas voces
y ya siento el bramido
de Marte, de furor y de ardor ceñido. 10

¡Ay!, esa tu alegría
qué llantos acarrea: y esa hermosa,
que vio el sol un mal día,
a España, ¡ay!, cuán llorosa,
y al centro de los godos cuán costosa. 15

Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales. 20
………………………………….
Ya desde Cádiz llama
el injuriado Conde a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza. 25

Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera,
que al aire desplegada va ligera. 30
…………………………………
Cubre la gente el suelo;
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y lo oscurece. 35

¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden. 40
……………………………………….
¡Ay, triste! ¿Y aún te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene
no acorres? ¿Ocupado
no ves ya el puerto a Hércules sagrado? 45

Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminante el hierro insano. 50

¡Ay! ¡Cuánto de fatiga!
¡Ay! ¡Cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente! 55

¡Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado! 60

El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta ¡ay! te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena. “ 65




IV. La literatura religiosa

Dos corrientes se dan en la literatura religiosa del siglo XVI: la Ascética y la Mística. La primera tiene como fin el perfeccionamiento espiritual por medio del autodominio y la mortificación, y la Mística, la culminación del perfeccionamiento espiritual iniciado por la Ascética. Las dos se engloban en las tres vías de la escala mística. A la purgativa (purificación por medio de la oración y la imitación de Cristo) pertenece la Ascética, corriente relacionada, entre otras, con la orden franciscana o con las doctrinas erasmistas del siglo XVI y cuyos máximos representantes son, entre otros, Juan de Ávila y fray Luis de Granada; y a las dos restantes, la iluminativa (gracias divinas que favorecen la unión con Dios sin que intervenga la voluntad propia) y la unitiva (unión efectiva del alma con el Altísimo, cuya manifestación más importante es el éxtasis), pertenecen los escritores místicos. Los dos más importantes son santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582) nació en Ávila en el seno de una familia cristiana. A los veinte años ingresó en el Carmelo descalzo, cuya reforma llevó a cabo, mientras fundaba convento tras convento en medio de dificultades, viajes horribles y enfermedades constantes. Murió en Alba de Tormes (Salamanca). Fray Luis de León se encargó de publicar en 1588 la mayoría de sus escritos, entre los que destacan: Libro de su vida, especie de autobiografía en la que intercala comentarios sobre la vida interior; Libro de las fundaciones, que narra las adversidades de su labor como fundadora y reformadora; Camino de perfección, tratado ascético dirigido a sus hermanas de orden, y, sobre todo, Las moradas, donde expone sus experiencias místicas. En todas ellas emplea un lenguaje natural, exento de artificios literarios, con muchas comparaciones de tipo cotidiano y refranes y dichos populares.

San Juan de la Cruz (1542- 1591) nació en Fontiveros (Ávila). En Salamanca estudió Artes y Filosofía. Tras un encuentro con Santa Teresa, abrazó el Carmelo y contribuyó a su reforma. Como carmelita descalzo que era, los calzados le hicieron la vida imposible hasta lograr que sufriera prisión en Toledo. Tras salir de la cárcel, su vida fue un ir de un convento a otro en ciudades diferentes: Beas, Baeza, Granada, Peñuela… Aquí fue relevado de su cargo de vicario provincial y vivió casi prisionero. Finalmente, murió en Úbeda.

Su obra poética es excepcional aunque breve: Dos glosas a lo divino (ejemplo: “Sin arrimo y con arrimo”), Tres coplas (ejemplo: “Entréme donde no supe”), Nueve romances (ejemplos: “En el principio moraba”, “Encima de las corrientes”), Dos canciones a lo divino (ejemplo: “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre”), y las más importantes: Cántico espiritual o Canciones entre el alma y el esposo, Llama de amor viva y Noche oscura del alma, en las que se cumplen las tres vías de la escala mística. En Noche oscura del alma ésta, una vez que el cuerpo está sosegado, purificado (vía purgativa), inicia un camino hacia la luz, que nada tiene que ver con la del día. En Cántico espiritual, el alma va buscando al esposo en las criaturas de la naturaleza, y éstas le contestan que en la belleza que tienen está Él. Finalmente, en Llama de amor viva, tiene lugar la unión apasionada del alma con Dios:
“¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!...”

Si en el fondo san Juan de la Cruz se inspira preferentemente en la Biblia, respecto del estilo, es algo más complejo. Si en general emplea la lira de Garcilaso para modular la exquisita y musical expresión de la mayoría de sus composiciones, también es verdad que cada una de sus obras lleva un sello especial. En Cántico espiritual, por ejemplo, destacan las imágenes y el colorido; en Noche oscura del alma, la delicadeza misteriosa con que se expone la búsqueda de Dios que efectúa el alma valiéndose sólo de la luz de su corazón; en Llama de amor viva, la deslumbrante y exquisita manera de pintar la pasión amorosa. Etcétera. Pero hay que añadir un rago de san Juan de la Cruz hasta el momento ausente en los poetas del siglo XVI, y es el empleo de variedad de símbolos; así, la naturaleza que aparece en sus versos: montes, ríos, valles, fronteras, fuentes… le sirven al poeta para representar el mundo espiritual (tentaciones, pecados, virtudes…).

Te propongo la lectura de un fragmento del Cántico espiritual. En medio de una naturaleza transcendente, el Alma, que busca el amor de su Amado, le pregunta primero a Él y luego a las criaturas sobre su paradero. Tras la respuesta que éstas le dan, la Esposa expone su queja.

Esposa
“¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habíendome herido;
salí tras ti clamando y eras ido. 5

Pastores los que fuereis
allá por las majadas al otero,
si por ventura viereis
Aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero. 10

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras. 15

Pregunta a las criaturas
¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado! 20

Respuesta de las criaturas
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
y, yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura. 25

Esposa
¡Ay! ¿Quién podrá sanarme?
Acaba de entregarte ya de vero.
no quieras enviarme
de hoy ya más mensajero,
que no sabe decirme lo que quiero. 30

Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo
un no sé qué queda balbuciendo. 35

Mas, ¿cómo perseveras,
¡oh vida!, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes? 40

¿Por qué, pues has llagado
a aqueste corazón, no le sanaste?
Y pues que lo has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste? 45

Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para ti quiero tenellos. 50

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.”


V. Idealismo y realismo en la novela

En medio de una época de euforia, pese a las amenazas que gravitaban sobre un Imperio en cuyas posesiones no se ponía el sol, la literatura española, junto a los géneros ya estudiados, contó con varios tipos de novela de horizonte idealista, como si con ellos se quisiera dar la espalda a lo que verdaderamente se avecinaba, al lado de otro tipo de novela plenamente realista, que sí sabía en qué mundo y sociedad estaba viviendo. Al primer grupo pertenecieron la novela pastoril, la de caballería y la bizantina. Al segundo grupo, la novela picaresca.

La novela pastoril fue así llamada por tratar descripciones y sucesos acaecidos a pastores refinados y cultos. Uno de los máximos cultivadores fue el portugués Jorge de Montemayor (1520-1561), que se trasladó a España en el séquito de quien sería la primera mujer de Felipe II, Isabel de Portugal. Escribió Los siete libros de Diana, imitación de la Arcadia de Sannazaro, aunque luego él mismo tuvo continuadores, como Gil Polo, con la Diana enamorada, o Gálvez de Montalvo (El pastor de Fílida).

La novela de caballería, cuyo origen es consecuencia de la desaparición de los cantares de gesta, tiene como máximo exponente el Amadís de Gaula, atribuido desde siempre a Garci Ordóñez de Montalvo. El caso es que la novela es una imitación muy libre de los libros del ciclo bretón (Lanzarote y Tristán, en especial). Escrito en lengua valenciana apareció quizá el mejor libro de caballerías de la península, Tirant lo Blanc, de Joanot Martorell (1410-1470). Esta obra, junto con el Amadís, fueron elogiadas por Cervantes. Cultivadores de libros de caballería fueron también Páez de la Rivera, Juan Díaz o Feliciano de Silva, autor también preferido por el autor del Quijote.

La novela bizantina se llamó así por sus argumentos ricos en aventuras que tienen lugar en países exóticos, generalmente orientales, y cuyos protagonistas viven adversidades sin cuento antes de un final plenamente feliz. Todo envuelto en un aire más fantástico que real. Tal vez la mejor muestra sea la Historia de Clareo y Florisea, de Alonso Núñez de Reinoso, aunque conviene también citar Selva de aventuras, de Jerónimo de Contreras, antecedente sin duda de El peregrino en su patria, de Lope de Vega.

La novela picaresca, frente a los tipos de novelas anteriores, representó un darse cuenta de la realidad que se vivía en España en el siglo XVI. Seguidora de la corriente realista que se había iniciado con el Poema del Cid y había continuado con el Arcipreste y La Celestina, venía a revolucionar las técnicas, los argumentos, los personajes y el estilo de los tipos de novelas citados. Y así, la tercera persona del narrador, que era característica de las novelas pastoril, bizantina y de caballería, cede su sitio a la primera persona del yo del protagonista, adquiriendo carácter autobiográfico. Además, el personaje principal, en vez de ser un héroe o un caballero que viste armadura o ropajes lujosos, es un antihéroe vestido de andrajos; no tiene ideales nobles, sino que se mueve por las necesidades más primarias, comer y dormir bajo techo, aunque para ello tenga que servir a varios amos. Por último, en lugar de recorrer lugares fabulosos, vagará por sitios reales, testigos sólo de sus miserias, bajezas y adversidades.

La novela picaresca se fija en los aspectos mezquinos y menos modélicos de aquella época, iniciando así una ola de pesimismo que irá acentuándose en el siglo XVII. Si al comenzar el género vemos que en el Lazarillo todavía pueden atisbarse algunas notas de burla fina, en el Guzmán de Alfarache la risa sana se convertirá en una mueca desagradable, que, finalmente, en El Buscón será un ingenioso sarcasmo. Sin embargo, y a pesar del tono pesimista citado, las novelas picarescas poseen rasgos técnicos y temáticos muy interesantes: un lenguaje realista, directo y expresivo, ajeno a redundancias y a énfasis idealistas, que las convierten en vivas y nuevas. Esto, junto con el ingenio despierto que nos trae un repertorio de chascarrillos, chistes y costumbres de la época y una observación serena de lo cotidiano y más próximo al pueblo, convierten la novela picaresca en un insoslayable precedente de la novela moderna.


La Vida de Lazarillo de Tormes es anónima, aunque algunos nombres se han barajado como sus presuntos autores, entre los cuales destacan Fray Juan Ortega, Sebastián de Orozco, Diego Hurtado de Mendoza y Juan Valdés. Vio la tinta de la imprenta en 1554 en tres ciudades diferentes: Burgos, Alcalá de Henares y Amberes, y hasta la fecha no ha dejado de editarse, tal es el éxito que siempre ha acompañado a esta pequeña gran novela.
En un prólogo y siete tratados (uno por cada amo servido, salvo el sexto, en que sirve a dos) narra Lázaro en primera persona sus fortunas y adversidades. En realidad, la novela es una larguísima carta enviada por el protagonista, que en el momento de redactarla es pregonero en Toledo y está casado con una criada del arcipreste de San Salvador, a un Vuestra Merced, presente en toda la narración y amigo del clérigo, para explicarle el caso que le preocupa: las malas lenguas hablan de las posibles relaciones habidas entre su mujer y el arcipreste.
Lázaro había nacido en una aceña del río Tormes donde sus padres vivían. Luego, para matar el hambre y salir adelante, se pone al servicio de varios amos. El primero es un ciego:

“En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole que yo sería para adiestrarle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba que me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él respondió que así lo haría, y que me recibía, no por mozo, sino por hijo; y así le comencé a servir y a adiestrar a mi nuevo y viejo amo. Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole que a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí, y, cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y, ambos llorando, me dio su bendición, y dijo:
-Hijo, ya sé que no te veré más; procura ser bueno, y Dios te guíe; te he criado y con buen amo te he puesto; válete por ti.”


Lázaro, que había empezado su camino bueno y sencillo, se fue haciendo mentiroso y hasta cruel, como se pone de manifiesto al vengarse del ciego. El siguiente amo es un clérigo de Maqueda:


“Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo, que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad, que aunque mal tratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una de ellas fue ésta.
Finalmente, el clérigo me recibió como suyo. Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la misma avaricia, como he contado.”


De mal en peor: si el ciego era avaro, el clérigo es hipócrita y mezquino. El tercer amo es un hidalgo orgulloso venido a menos, por el que, sin embargo, Lázaro sentirá simpatía y hasta lo alimentará. En realidad, es el amo más digno de todos pese a su incorregible vanidad. Es el típico hidalgo aferrado a la honra y para quien trabajar es una deshonra.


“Mostréle el pan y las tripas que en un cabo de la halda traía, a la cual él mostró buen semblante, y dijo:
-Pues te he esperado a comer, y, de que vi que no venías, comí. Mas tú haces como hombre de bien en eso, que más vale pedirlo por Dios, que no hurtarlo; y así él me ayude, como ello parece bien, y solamente te encomiendo que no sepan que vives conmigo, por lo que toca a mi honra, aunque bien creo que será secreto, según lo poco que en este pueblo soy conocido. ¡Nunca a él yo hubiera de venir!”


Lo que vivió Lázaro con el resto de sus amos fue breve, pero intenso, y a ellos dirige el pícaro sus denuncias más claras: son desvergonzados, miserables, egoístas y faltos de la mínima moralidad. El cuarto fue un fraile de la Merced.


“Hube de buscar un cuarto, y éste fue un fraile de la Merced, que las mujercillas que digo me encaminaron, al cual ellas llamaban pariente. Gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y visitas, tanto que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento.”


De lo que se deduce que este amo, un poco zascandil y mujeriego, no le debió de enseñar nada bueno al pobre Lázaro. El quinto fue un buldero.


“En el quinto por mi ventura di, que fue un buldero, el más desenvuelto y desvergonzado, y el mayor echador de ellas que jamás yo vi, ni ver espero, ni pienso nadie vio, porque tenía y buscaba modos y maneras y muy sutiles invenciones.”


En el sexto tratado sirvió a dos amos, como quedó ya dicho: a un maestro de pintar panderos y un capellán.


“Después de esto, asenté con un maestro de pintar panderos, para molerle los colores, y también sufrí mil males. Siendo ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un día en la iglesia mayor, un capellán de ella me recibió por suyo, y púsome en poder un asno y cuatro cántaros, y un azote, y comencé a echar agua por la ciudad. ”


Finalmente, en el séptimo y último tratado, tras servir a un alguacil y recibir también los golpes de la vida, vemos a Lázaro ejercer el oficio de pregonero.


“… y con favor que tuve de amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fue un oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que lo tienen. En el cual el día de hoy yo vivo y resido a servicio de Dios y de vuestra merced. Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas; acompañar los que padecen persecuciones por justicia, y declarar a voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance.”


En el Lazarillo podemos distinguir dos estilos diferentes: uno, el que tiene como protagonista al muchacho desvalido de los primeros tratados; es un lenguaje llano y directo, adobado por chistes y anécdotas de la época (el de “la casa donde nunca se come ni se bebe”, el de “haber olido el poste como oliste la longaniza”, etc.) y modismos (“en un santiamén”, “dejar a las buenas noches”, etc.), descripciones impresionistas y abundantes diálogos; dos, cuando el narrador es el hombre Lázaro: un lenguaje que, aunque sigue rico de elipsis (“el mayor echador de ellas” se refiere a bulas), antítesis (“mi trabajosa vida y mi venidera muerte”), paronomasias (“al tercer día me vino la terciana…”) y juegos de palabras de todo tipo, se amarga con el empleo constante de la ironía, precisamente para que nos creamos que Lázaro dice todo lo contrario.

Te propongo la lectura del pasaje de las uvas, una verdadera batalla de astucia entablada entre Lázaro y su amo el ciego. Todo el tiempo que estuvo sirviendo a dicho amo, prototipo del mendigo de la época, se vio obligado Lázaro a emplear toda su maña para sobrevivir y llevarse a la boca de vez en cuando algo de comer y de beber. Para que te hagas una idea de los avatares que hubo de vencer mientras duró su trabajo al servicio del ciego, éstas son algunas aventuras (dejamos aparte el episodio que vas a leer) de las que Lázaro salió mal librado: la calabazada contra el toro de piedra que en Salamanca había en el puente sobre el Tormes, el jarrillo de vino que rompió el ciego contra la cara de Lázaro o la longaniza que le hizo vomitar metiéndole la nariz hasta la campanilla.

“Y porque vea vuestra merced a cuánto se extendía el ingenio de este astuto ciego, contaré un caso de muchos que con él me acaecieron, en el cual me parece dio bien a entender su gran astucia.
Cuando salimos de Salamanca, su motivo fue venir a tierra de Toledo, porque decía ser la gente más rica, aunque no muy limosnera; arrimábase a este refrán: más da el duro que el desnudo.
Y venimos a este camino por los mejores lugares; donde hallaba buena acogida y ganancia, deteníamonos; donde no, a tercero día hacíamos San Juan.
Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo de ellas en limosna, y como suelen ir los cestos mal tratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano; para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no lo poder llevar, como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes.
-Y ahora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos de este racimo de uvas, y hayas de él tanta parte como yo; partirlo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva; yo haré o mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.
Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aun pasaba adelante, dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía.
Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y meneando la cabeza, dijo:
-Lázaro, engañado me has; ¡juraré yo a Dios que has tú comido las uvas tres a tres!
-No comí- dije yo-, mas ¿ por qué sospecháis eso?
Respondió el sagacísimo ciego:
-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos, y tú callabas.
Reíme entre mí, y, aunque muchacho, noté mucho la discreta consideración del ciego.
Mas por no ser prolijo, dejo de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente, y, con él, acabar.”




V. Cervantes

La vida de Cervantes transcurre entre dos siglos fundamentales: el XVI, en que el Renacimiento con su vitalismo proverbial impregna todos los campos de la vida, incluidos el arte y la literatura, y el XVII, en que el Barroco con su desengaño vital cala en la vida y las letras de la época, una época transida por la Contrarreforma y el principio de la decadencia de la política española.
Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616) nació en Alcalá de Henares. Fue el cuarto de los siete hijos que tuvo el cirujano Rodrigo de Cervantes. Estudió Humanidades en Madrid con el maestro Juan López de Hoyos. A los dieciocho años tuvo que huir a Italia debido a una pendencia poco clara y allí trabajó a las órdenes del cardenal Acquaviva. Después se alistó como soldado y luchó en la batalla de Lepanto contra los turcos en 1571; en ella recibió heridas tan graves, que perdió la mano izquierda. Luego sentó plaza en Flandes y participó en la expedición a Túnez. De vuelta a España, la nave en que viajaba fue abordada por los piratas berberiscos, que lo llevaron prisionero a Argel, donde permaneció cinco años, durante los cuales intentó en vano escaparse varias veces; finalmente, pagaron su rescate los frailes trinitarios en 1580. Ya de regreso a la patria, se casó con Catalina de Salazar y Palacios, y de 1587 a 1600 vivió en Sevilla ejerciendo el oficio de comisario de abastecimientos para las expediciones militares de Felipe II, en especial, para la Armada Invencible. Debido a unas irregularidades económicas, fue a la cárcel. Tras esa nueva adversidad, se trasladó en 1603 a Valladolid, donde estaba la Corte; allí preparó la edición de la primera parte del Quijote (1605). De nuevo fue encarcelado al ser hallado muerto el caballero navarro Ezpeleta a la puerta de su casa (en el proceso se vieron involucrados varios familiares del escritor, en especial, sus hermanas). Más tarde cambió por breve tiempo su suerte y acompañó al conde de Lemos a Nápoles (1610). De vuelta a España se dedicó a su labor creadora, dando a conocer, entre otras obras, las Novelas Ejemplares y la segunda parte del Quijote. Murió en Madrid poco después de haber terminado de escribir su obra póstuma, Los trabajos de Persiles y Segismunda.
Cervantes cultivó todos los géneros literarios, desde poesía hasta novela, pasando por el teatro. De su talante como poeta decía:
“Yo que siempre me afano y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
los dones que no quiso darme el cielo.
Sin embargo, nos dejó abundantes muestras poéticas diseminadas por su obra narrativa: romances, sonetos, canciones, ovillejos… Y no contamos las diez obras teatrales y los dos entremeses escritos en verso. De la obra poética independiente destacamos en primer lugar el Viaje al Parnaso, al que pertenece el terceto copiado arriba. Se trata de un extenso poema (alrededor de mil versos) en el que finge un viaje a la residencia de las musas, donde asiste a una asamblea de poetas presidida por Apolo. La Epístola a Mateo Vázquez, también en tercetos, fue escrita durante su cautiverio en Argel y en ella le pide al que da nombre a la epístola, que era secretario de Felipe II, que interceda por los prisioneros ante la figura del Rey. Y de los poemas extensos incluidos en su prosa sobresale el Canto a Calíope, escrito en octavas reales e inserto en La Galatea, que es una especie de crítica literaria de la poesía de su tiempo:
“Pienso cantar a aquellos solamente
a quien la parca el hilo aún no ha cortado…”
Otros poemas famosos de Cervantes son: el soneto dedicado Al túmulo de Felipe II o el primoroso romance de La Gitanilla que empieza:
“Hermosita, hermosita,
la de las manos de plata…”

Cervantes escribió obras de teatro en su juventud. De ellas conservamos El cerco de Numancia y Los tratos de Argel; ambas respetan los modelos del teatro renacentista, pues Cervantes se hallaba ausente de España cuando Lope de Vega creó un teatro nuevo y popular. A su regreso al país se amoldó a los nuevos gustos haciéndose discípulo de Lope, a quien llamó el Fénix de los Ingenios. Y escribió un teatro alegre y del gusto de las gentes, el de los Entremeses, piezas breves continuadoras de los pasos de Lope de Rueda, donde se pintan conductas y costumbres de la época. De ellos destacamos El retablo de las maravillas (basado en el cuento de Don Juan Manuel De lo que aconteció a un rey con los burlones que ficieron el paño), El viejo celoso (resumen de su novela ejemplar El celoso extremeño, que trata de un adulterio llevado a cabo ante las narices del marido) o La guarda cuidadosa, en el que un soldado y un sacristán se enamoran de una criada, la cual se decide por este último por ser mejor partido). Cervantes también escribió comedias: unas con el tema del cautivo (El gallardo español, La gran sultana o Los baños de Argel); otras, de asuntos variados, entre las que destacamos La entretenida, de capa y espada y al modo de Lope; El rufián dichoso, basada en la vida disoluta de fray Cristóbal de Lugo, que, arrepentido más tarde, hace penitencia y muere piadosamente; y, la mejor de todas para muchos, Pedro de Urdemalas, comedia picaresca y relacionada con el primer acto de la anterior, en la que el protagonista, ingenioso, cínico, pero muy humano, tiene que valerse solo para salir adelante en la vida; tras sufrir mil reveses, se mete a actor para poder ser de una vez todas las cosas que deseaba. “Ya podré ser patriarca, / pontífice y estudiante, / emperador y monarca; / que el oficio de farsante / todos estados abarca…”

Cervantes inicia su carrera de novelista con una novela pastoril, La Galatea (1585), imitando el estilo de La Diana, de Jorge de Montemayor. Es un desfile de cuadros donde los pastores Elicio y Erastro narran sus cuitas amorosas relacionadas con la pastora Galatea, sin apenas trama argumental.
Las Novelas Ejemplares ven la luz en 1613 y, según nos dice el propio Cervantes en el prólogo, les dio ese nombre porque “no hay ninguna de quien no se pueda sacar un ejemplo provechoso”. Son doce novelas cortas donde la descripción es rápida y eficaz, la temática muy variada y los diálogos abundantes, con inclusión de romances y otras composiciones poéticas. Pueden clasificarse en dos grupos: en el primero, a imitación del estilo italiano, predominan la visión idealizada de la existencia, la intriga complicada y los personajes de clase social alta. Pertenecen a este grupo novelas como La española inglesa (una niña gaditana, Isabela, es raptada por un caballero británico durante el saqueo de esa ciudad andaluza en 1596 y vive según las costumbres inglesas; tras experimentar una serie de desgracias logra reencontrarse con sus progenitores y casarse con su prometido Ricardo), La ilustre fregona (Constanza, que así se llama la criada del “mesón del Sevillano, de Toledo, es objeto del amor que le profesa el hidalgo Tomás de Avendaño, el cual, para poder estar con ella, se queda allí para servir de mozo; al final se descubre la identidad de la muchacha y los dos enamorados consiguen casarse), La señora Cornelia (en Italia transcurre la acción, en la que dos caballeros españoles, don Antonio de Isunza y don Juan Gamboa logran ver premiadas sus buenas acciones con el casamiento del duque de Ferrara y doña Cornelia, que habían concebido un niño bajo palabra de casamiento) o, la mejor de todas ellas, La gitanilla, en la que vemos, junto al mundo picaresco de los gitanos, la idealizada figura de Preciosa, que además de belleza y salero posee ingenio y elegancia. La acción recoge el enamoramiento del joven caballero Juan de Cárcamo de Preciosa, la cual le impone como condición para corresponderle que deje su mundo y se incorpore al de los gitanos. El joven cumple la condición y cuando están a punto de casarse, se descubren sus verdaderas identidades; todo acaba con el casamiento de los enamorados. Así nos retrata Cervantes a Preciosa:
“Ni los soles ni los aires ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que otras gente están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir sus manos; y lo que es más, que la crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores prendas que de gitana, porque era en extremo cortés y bien razonada.
“ Y con todo esto, era algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algún género de deshonestidad; antes, con ser aguda, era tan honesta que en su presencia no osaba ninguna, vieja ni moza, cantar canciones lascivas ni decir palabras no buenas. Y, finalmente, la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenía, y así determinó el águila vieja sacar a volar su aguilucho y enseñarle a vivir por sus uñas”

Al segundo grupo pertenecen novelas que manifiestan una técnica más realista, con escenas cotidianas y ambientes populares, personajes pertenecientes a cualquier clase social, incluida la más baja, y emplean un lenguaje salpicado de expresiones coloquiales y claras notas de humor, sin que falten rasgos que recuerdan los de la novela picaresca. Ejemplos de ello son las novelas El celoso extremeño (el viejo y rico indiano Carrizales, de regreso a su patria, se casa con una muchacha joven y bella; enseguida siente celos y encierra a su esposa para que nadie tenga acceso a ella; pero el pícaro sevillano Loaysa salva todos los obstáculos y logra acostarse con la muchacha, aunque sin consumar el adulterio, versión de 1613), Rinconete y Cortadillo (historia semipicaresca de dos pillos que en Sevilla viven una serie de aventuras tras ingresar en la “cofradía” de Monipodio, jefe del hampa sevillana), El Coloquio de los perros, relacionada con El casamiento engañoso por el personaje Campuzano, que acaba de salir del Hospital de la Resurrección de Valladolid y entrega un manuscrito con la conversación de los dos perros; aquélla, pues, recoge el diálogo de Cipión y Berganza, canes que adquieren el don de hablar sólo por la noche; en el Coloquio salen a relucir, entre otras, las andanzas de Berganza, que sirvió a cómicos, comerciantes, gitanos, moriscos, poetas hambrientos…, lo que le permite a Cervantes hacer una sátira agridulce de las costumbres licenciosas de distintas clases sociales; o El licenciado Vidriera, donde lo que cuenta no es la acción, sino el contenido ideológico de la novela, un conjunto de chascarrillos, anécdotas o dichos breves y sentenciosos a cargo del estudiante Tomás Rodaja, que en Salamanca sufre el hechizo de creer que se ha vuelto de vidrio por rechazar los amores de una mujer. Así narra Cervantes el momento en que Tomás es víctima del hechizo escondido en un membrillo toledano:
“Comió en tan mal punto Tomás el membrillo, que al momento comenzó a herir de pie y de mano como si tuviera alferecía, y sin volver en sí estuvo muchas horas, al cabo de las cuales volvió atontado, y dijo con lengua turbada y tartamuda que un membrillo que había comido le había muerto, y declaró quién se lo había dado. La justicia, que tuvo noticia del caso, fue a buscar la malhechora; pero ya ella, viendo el mal suceso, se había puesto en cobro y no pareció jamás.
“Seis meses estuvo en la cama, en los cuales se secó y se puso, como suele decirse, en los huesos, y mostraba tener turbados todos los sentidos; y aunque le hicieron los remedios posibles, sólo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no la del entendimiento; porque quedó sano y loco de la más extraña locura que entre las locuras de entonces se había visto. Imaginóse el desdichado que era hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces, pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen, porque le quebrarían; que real y verdaderamente él no era como los demás hombres: que todo era de vidrio, de pies a cabeza.”

Y llegamos al libro que lo hizo famoso: El Quijote. La obra inmortal de Cervantes está dividida en dos partes. La primera ve la luz en Madrid en enero de 1605. La segunda, diez años más tarde, tras aparecer el Quijote apócrifo de Avellaneda, seudónimo bajo el que se esconden varios escritores de la época enemigos del Manco de Lepanto (el último, Gonzalo Suárez de Figueroa). El móvil de su escritura nos lo explica el propio Cervantes: “poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías”, que habían gozado hasta la fecha excesivas popularidad y difusión como meros libros de entretenimiento.

La historia de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es la de Alonso Quijano que pierde el juicio de tanto leer libros de caballerías. Creyendo ser uno de los antiguos caballeros andantes, y encomendándose a Dulcinea del Toboso, dama de sus sueños, se echa al mundo para “desfacer entuertos” como hacían los caballeros antiguos. Al principio sale solo y, tras resultar apaleado en el primer encuentro serio que tiene, vuelve a su aldea. Luego convence para que le acompañe en sus aventuras un labrador vecino suyo llamado Sancho Panza prometiéndole el gobierno de una “ínsula”. Después de correr innumerables lances, recibir golpes y padecer miedos, don Quijote al fin es vencido por el Caballero de la Blanca Luna, que no es otro que Sansón Carrasco, un bachiller del lugar que ha pactado con el cura y el barbero devolver al hidalgo a casa, y vuelve a la aldea, cae enfermo, recobra el juicio momentáneamente y muere.

La estructura del libro se articula del siguiente modo. La primera parte cuenta con 52 capítulos. En ellos asistimos a dos salidas del hidalgo: en la primera, se hace armar caballero en una venta que él cree ser castillo, se enfrenta a Juan Aldudo y a unos mercaderes toledanos y resulta molido a golpes, tras lo cual, un labriego lo devuelve a su aldea. Allí convence a Sancho para que sea su escudero. En la segunda salida viven ambos varias aventuras (la de los molinos de viento que don Quijote confunde con gigantes, los monjes que llevan encantada a una dama, los condenados a galeras…; por último, el cura y el barbero consiguen traer a casa al hidalgo con engaños y metido en una jaula. La segunda parte abarca 74 capítulos, en los cuales tiene lugar la tercera y última salida de don Quijote; entre otros episodios, destacan el duelo con el Caballero de los Espejos (Sansón Carrasco), la compañía de don Diego de Miranda, las bodas de Camacho, la cueva de Montesinos, Clavileño, Sancho Panza gobernador… Finalmente, Sansón Carrasco, que le ha seguido hasta las playas de Barcelona, le vuelve a retar bajo el disfraz esta vez del Caballero de la Blanca Luna y lo vence. Según lo pactado, regresa a casa. Y gravemente enfermo, muere, tras recobrar la cordura.

Con un lenguaje llano, fiel a las doctrinas de Valdés, Cervantes compone su obra con la técnica del narrador omnisciente, traducida a veces de la historia en árabe de Cide Hamete Benengeli. También adapta el registro idiomático a cada personaje, y, así, Don Quijote habla como los antiguos caballeros andantes. En la obra se da la síntesis de las dos vertientes del espíritu español: el idealista, representado por don Quijote, que sólo vive pendiente de cumplir los más elevados intereses (el amor, el espíritu de sacrificio, la generosidad…); y el realista, encarnado por Sancho Panza, el cual simplemente atiende a la realidad material más inmediata (comer, beber, la recompensa de la “ínsula”, el bienestar de su familia…). Don Quijote desea mejorar a la humanidad, establecer la justicia y el bien; sin embargo, tropieza con la adversa realidad. Sancho Panza ve la realidad como es (molinos, ventas u odres de vino, lo que para su amo son gigantes y castillos). Sin embargo, ambas posiciones se complementan a lo largo de la novela; de ahí que veamos a Sancho pensar y sentir como su amo, siendo generoso y justo, y a don Quijote adoptar la cordura y el desengaño de su escudero. Cada época ha sabido ver a su modo la obra inmortal. En el siglo XVII fue un libro que hacía reír; en el XVIII, pensar; en el XIX, sentir. Hoy en día la gente sigue viendo en los dos personajes capitales del libro los complementos que forman la naturaleza humana, capaz unas veces de cumplir y lograr las más altas empresas y otras de dejarse llevar por los intereses más mezquinos.

Te propongo la lectura de los primeros párrafos de la novela. Muchos dicen que Cervantes pretendía escribir una novelita (a imitación de su Entremés de los Romances) que sirviera para escarmentar a quienes leían desaforadamente libros de caballerías. Por ello inventó un personaje de cincuenta años que olvida gobernar su casa y a sí mismo para entregarse a la lectura sin descanso de historias antiguas de caballeros andantes; luego le haría salir por esos mundos de Dios imitando a los héroes de sus lecturas (pertenecientes a dos o tres siglos antes) y, al primer encuentro, recibiría un escarmiento que le devolvería a la cordura de la vida corriente (la del siglo XVII). Pero el autor se encariñó tanto con su criatura que siguió adelante con ella hasta convertirla en lo que siempre ha sido Don Quijote.

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una ola de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino.
“Tenía en su casa un ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.
“Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en este hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero sto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.
“Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo los ratos que estaba ocioso -que eran los más del año- se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y, aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber de ellos. Y de todos, ninguno le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas intrincadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde, en muchas partes hallaba escrito: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece que con razón me quejo de la vuestra fermosura.” Y también cuando leía: “…los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.”
“Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mismo Aristóteles, sin resucitara para sólo ello (…)
“En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio.”