miércoles, 28 de julio de 2010

LA POESÍA DE ESPRIU EN CASTELLANO


Entre los poetas catalanes admirados se encuentra Salvador Espriu (1913-1985), autor, entre otros libros de poesía, de Cementiri de Sinera, La pell de brau o Setmana Santa. Y como hice anteriormente con Miquel Martí i Pol, otro de mis poetas catalanes preferidos, voy a hacer ahora con Espriu. Me refiero a traducir al castellano poemas de sus libros más conocidos. Mi propósito, como con Martí i Pol, es acercar al lector castellano la poesía de Espriu, una poesía seria, profunda y comprometida que tiene como temas recurrentes el paso del tiempo y su influencia devastadora sobre las personas y las cosas, la muerte, la soledad y el amor a su tierra.


Empezamos esta Antología poética de Espriu en castellano con el primero de sus libros publicados, Cementiri de Sinera (1946). El autor tenía entonces 33 años y había estudiado Derecho e Historia Antigua. Sinera es el nombre del pueblo (Arenys al revés y sin la y griega) de donde provenían sus raíces familiares y la familia veraneaba desde mucho tiempo atrás. Aunque Espriu había nacido en Santa Coloma de Farnés y vivido prácticamente toda su vida en Barcelona, en Arenys de Mar sitúa su mundo lírico, del que jamás se desprendería.
II
¡Qué diminuta patria
rodea al cementerio!
Sinera, tu hondo mar,
tus colinas de pinos
y viñedos, las rieras.
No quiero nada más,
salvo la sombra alta
de una nube que pasa.
El tranquilo recuerdo
de los días vividos,
pasados para siempre.
III.
Sin símbolos ni nombres,
al ras de los cipreses
bajo un poco de polvo
de arena endurecida
por las lluvias. Que el viento
esparza las cenizas
por las barcas, los surcos
y la luz de Sinera.
Claridades de abril,
de patria que agoniza
conmigo cuando miro
el paso de los años,
prolongado viaje
prendido de crépúsculos.
V
Por puertas de Sinera
paso captando briznas
de vetustos recuerdos.
Resuena en el silencio
de las calles la inútil
plegaria de la vida.
Ninguna caridad
me devuelve la hogaza
que yo comía: es
el tiempo ya perdido.
Me esperan solamente
como limosna verdes
y leales cipreses.
VII
Arriba el racimo tierno
traído por dedos finos
del santo mártir de plata.
Tiemblan en procesión
las llamas de los cirios
y acompañan la tarde
a bien morir: viático
de recuerdos de Sinera.
Para mirarlas, subo
donde el ciprés vigila.
Besan luces de luna
gradación de colinas.
IX
El recuerdo de lluvias
agudiza el martirio
de estas flores que mueren
al frágil paso armónico
de la tarde y el agua.
Se calla el mar. Arriba
triunfo, destino, reino,
avalancha de puntas.
Los cipreses recogen
claridades de cielo
lloradas en espejos
fugaces, momentáneos.
XIII
Es mediodía:
en los muros se posan
sombras de nubes.
Blancuras del recinto
que conserva el silencio.
XIV
Cristal, memoria,
rumor de fuente, claras
voces lejanas.
Miro la tarde larga
con pausas de oro y sueño.
XVII
¡Ay, la negra barca,
que vela por mí
desde la noche alta!
¡Ay, la barca negra,
que viene por mi sueño
desde el mar de Sinera!
La voz de la dama,
lejos del tiempo. Escucho
la canción de las lápidas.
XIX
Los osarios
de un culto antiguo abrían
las puertas a la danza
del santo y del diablo
entre caballos fieros
que se acercan del mar
con las hoscas carrozas
del mal tiempo.
El viento esparce
humaredas de otoño
por mármoles de altares,
por viñas donde el oro
es espeso y señala
con una marca el rostro
del que abrirá la vía
hacia el ciprés.
XXI
Libres caballos, al alba,
por la desierta playa.
Voz y tambor proclaman
la primavera.
Después, vuelto el silencio
sobre el mar, las horas
encadenadas besan
la arena mojada.
XXIII
Mientras se apaga
la luz de abril y cesan
las hijas de canción,
en un ocaso inmóvil
he recorrido estancias
de la casa perdida.
XXIV
No nacerán más mármoles
de eternizadas olas,
ni se alzarán los vuelos
de ángeles imperiales.
Ha venido de golpe
el mal tiempo, y me llevan
rumores de recuerdos
por vacías y frías
estancias de Sinera,
hasta el guardia del alba,
ciprés que reconoce
el incendio del mar
y esta nube precisa.
XXV
A la orilla del mar
una casa tenía,
es mi sueño, a la orilla
del mar. Por los libres
caminos del agua,
la barca que yo guiaba.
Los ojos sabían
el reposo y el orden
de una pequeña patria.
¡Cómo preciso
contarte el temor
de la lluvia en los vidrios!
Hoy cae noche oscura
sobre mi casa.
Las rocas negras
al naufragio me atraen.
Prisionero del cántico,
mi inútil esfuerzo,
¿quién puede guiarme
hacia el alba?
Es mi sueño:
una casa tenía
a la orilla del mar.
XXVI
No lucho más. Te dejo
el sepulcro vastísimo,
ayer bendita tierra
de los padres, sentido,
sueño, quietud. Me muero
porque no sé vivir.
XXVIII
Esta paz es mía,
y Dios me vela.
Digo a la nube,
digo a la raíz:
"Esta paz es mía."
Desde el jardín contemplo
el paso de las horas
por mis ojos arcanos.
Y Dios me vela.
XXX
Al detenerte
donde te llame el nombre,
querrás que duerma
soñando mares quietos,
el fulgor de Sinera.

lunes, 26 de julio de 2010

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Las maletas del viajero






Es el título de un libro del recientemente desaparecido premio Nobel José Saramago (Ronsel Editorial, Barcelona, 1993). El volumen está formado por unas sesenta crónicas que el escritor publicó desde 1969 a 1972 en el diario A Capital y el semanario Jornal do Fundâo. Ninguna abarca más de cuatro páginas y se leen con amenidad e interés. Como muy bien dice el título de la colección, se trata de unos cuantos recuerdos e impresiones que Saramago fue recogiendo de sus múltiples periplos por el mundo, sin olvidar los realizados por su país, Portugal. La prosa empleada es la del mejor Saramago: irónica, inteligente, erudita, con tonos pesimistas y algunos excépticos, y siempre con un lenguaje bello, descriptivo, plagadop de bellas descripciones y apuntes culturales diversos, especialmente los referidos al arte y los museos, a los que él era tan aficionado. La mayoría de las crónicas son excelentes y de todas ellas se pueden sacar lecciones variadas, desde la meramente social hasta la política, pasando por la cultural, literaria o artística, sin despreciar la reflexión personal. De ahí que a través de sus dichos podamos conocer un poquito mejor la personalidad y el carácter de este portugués universal. Así dice en Mi subida al Everest: "Hay días en que nos ponemos a mirar el transcurso pasado de nuestra vida y lo vemos vacío, inútil, como un desierto de esterilidades sobre el que brilla un gran sol autoritario que no nos atrevemos a mirar de frente." Son muchos los pasajes que hacen referencia a su propia vida, especialmente los que tienen que ver con su infancia. En Molière y la curruca, nos habla de su caligrafía y de los cuadernos donde solía escribir ante la mirada atenta de su madre, así como de sus libros, que cuidaba con esmero. Quizá por eso afirma: "Tal vez venga de ahí el respeto supersticioso que aún tengo por los libros: no soporto que los doblen, los subrayen o los maltraten en mi presencia." En las crónicas hay numerosas referencias sobre la infancia, de la que dice en Y también aquellos días: "El mito del paraíso perdido es el de la infancia, no hay otro. Lo demás son realidades por conquistar, soñadas en el presente, guardadas en el futuro inalcanzable." A veces logra calidades de página excelentes, casi poemas en prosa, como en el pasaje siguiente de la misma crónica: "Donde daba la luna, todo era blanco y refulgente, todo lo demás quedaba envuelto en una espesa oscuridad. Y yo, que sólo tenía doce años, como ya queda dicho, adiviné que jamás volvería a ver una luna así. Por eso hoy me conmueve la luz de la luna: llevo una dentro de mí insuperable." Otras crónicas de bello recuerdo son Una noche en la Plaza Mayor (la de Madrid, una especie de artículo de costumbres a la manera de Mesonero Romanos), El jardín de Boboli (extraordinaria descripción de la estatua del enano Pietro Barbino, divertidor de Cosme I), El taller del escultor (para mí una de las mejores; se trata de un excelente poema en prosa, que me recuerda alguna de Cernuda en Ocnos), El General della Rovere (reflexión filosófica a partir de la película del mismo título dirigida por Rossellini en 1959 y de su protagonista), Moby Dick en Lisboa (crónica de la llegada a la costa portuguesa de una ballena que, finalmente, muere pese a los esfuerzos de los lisboetas por devolverla al oceano), etcétera. Para no alargar mucho esta crónica de crónicas, quiero concluirla con un texto perteneciente a ¿Adónde dan los portalones?, ejemplo de bella prosa preocupada por el poco caso que inspiran en las autoridades las construcciones antiguas, y de paso clarificadora de la personalidad de Saramago:
"No me acuse el lector de oscurantista. Tengo una fe ciega en el futuro, y hacia él se extienden mis manos. Pero el pasado está lleno de voces que no callan y al otro lado de mi sombra aparece una multitud infinita de sombras que la justifican. Por eso me inquietan esos viejos portalones, por eso me intimidan los pilares abandonados. Cuando voy a atravesar el espacio que ellos guardan, no sé qué fuerza rápida me detiene. Pienso en la gente que por allí pasó viva y es como si resonara en la atmósfera su respiración, como si se arrastraran los suspiros y sus fatigas hasta morir sobre el umbral apagado. Pienso en todo esto y crece en mí un gran sentimiento de humildad. No sé bien por qué, pero se trata de una responsabilidad que me aplasta."

sábado, 24 de julio de 2010

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

El agua de Tossa de Mar



Evidentemente no me refiero al agua del mar, la cual, gracias a que el Ayuntamiento no ha intervenido todavía, sigue siendo una de las más transparentes y limpias de todo el litoral mediterráneo. Me refiero al agua doméstica de consumo diario, que ha dividido a la población tossense en dos categorías humanas: ciudadanos de primera clase a los empadronados en el pueblo, y ciudadanos de segunda clase al resto. En la circular que, acompañando la factura del servicio, el Ayuntamiento nos mandó en mayo de este año a los usuarios del Servicio de Aguas de Tossa de Mar, circular escrita sólo en catalán (si fuera época de elecciones la habrían mandado también en castellano; no saben nada los políticos) bien claro lo especifica en el primero de sus párrafos al asegurar que la modificación que ha aprobado el Ayuntamiento de la estructura tarifaria del agua se debe, entre otros objetivos, "reduir la factura a les persones que viuen tot l'any a Tossa" (reducir la factura a las personas que viven todo el año en Tossa) y que ratifica en el penúltimo párrafo: "La nova taxa de suministrament també comportarà un abaratiment de les factures d'aigua per a les persones que estiguin empadronades a Tossa de Mar..." (La nueva tasa de suministro también comportará un abaratamiento de las facturas de agua para las personas que estén empadronadas en Tossa de Mar...). Sin comentarios. La cuestión es que examinando la factura actual, presenta un incremento brutal respecto de la anterior, dándose varios casos flagrantes en que, sin haber consumido ningún metro cúbico, la factura asciende a cuarenta y tantos euros. Eso sí, con la anotación al pie de la misma de NO EMPADRONADO. Es curioso que no se aplique la misma medida cuando se trata de cobrar la contribución. En este caso todos somos ciudadanos de primera, aunque vivamos en Tossa tres meses al año. Pero no acaba ahí la cosa pues ayer viernes 23 de julio a las seis de la tarde asistimos a una reunión en el Casal de Jubilados para que la regidora nos explicara las razones de tal discriminación. Pues bien, a las sucesivas alegaciones y quejas de los allí presentes, no se le ocurrió a la buena señora otra ocurrencia que preguntarnos: ¿Por qué no se empadronan? Creí que se venía abajo el local. No hubo nadie que no entendiera que en esas palabras se ocultaba un motivo político. Desafortunada intervención de la regidora que, además de dividir a los ciudadanos con algo tan cercano y diario como la factura del agua, estaba haciendo una arenga política. Finalmente, ante la presión de que pensamos llevar este asunto a los abogados por considerar ilegal esta discriminación entre empadronados y propietarios de Tossa, la regidora nos ha prometido reconsiderar la medida adoptada. Ya veremos en qué queda todo esto. Mucho me temo que todo quede en agua pasada (es inevitable el juego de palabras).

viernes, 23 de julio de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Historia de un cuadro





Hay a veces objetos y cosas nuestras que sufren como nosotros las mil y una aventuras, viajes, modificaciones... y han vivido con nosotros en su constante ir y venir momentos realmente entrañables; así que ya forman parte de nuestra misma vida. Es el caso de un cuadro, lienzo y marco, que tengo colgado en una de las paredes de Tossa. Los pobres han sufrido los efectos de mis caprichos pictóricos, especialmente el lienzo, claro, de los que hablaré a continuación. Respecto del marco, tiene para mí un valor sentimental impagable pues me lo hizo mi padre aquí en Barcelona poco antes de desparecer en la carpìntería de Enrique Granados donde trabajó un tiempo para enmarcar una vista de nuestra querida ciudad del Duero, vista que, desde nuestro barrio, abarcaba una gran parte del río, las aceñas, el Puente de Piedra, la muralla, la silueta de campanarios hasta llegar a la Catedral y el cielo azul lleno de vencejos. Algo parecido a esto:






Y el cuadro vivió un tiempo así en el piso de la calle del Olivo. Hasta que, ya casado, lo recuperé para mi casa de Horta y allí siguió mostrándome inmutable el recuerdo de mi ciudad natal. Hasta que un día me dio por figurarme el cuadro colgado verticalmente y busqué un motivo para él. Para entonces nos habíamos trasladado a Cerdanyola por motivos de trabajo ya que el Colegio donde enseñaba estaba situado en el Vallés, muy cerca de mi nueva residencia. El primer motivo que pinté fue la fuente de la Plaza Real y una adolescente dando de comer a las palomas. Poco duró porque no me acababa de llenar el resultado y le siguieron otros cuantos: un paisaje de Klimt con gallinas, el Jesús del Juicio Final de Miguel Ángel, la mujer con paraguas que camina por una calle de altos edificios blancos de Feininger... Éste último motivo lo pinté en los años de mi primer piso de Tossa, y por entonces, el marco sufrió un desperfecto considerable al clavar en él el bastidor de la tela. Y como no estaba dispuesto a deshacerme de algo que había entrado en contacto con las manos de mi padre, lo restauré con masilla y lo pinté de negro, que es el color que todavía tiene. En cuanto a la mujer de Feininger también desapareció bajo las pinceladas del siguiente motivo, la Mujer que lleva a hombros el Niño de Salve, María, de Gauguin, pintura de la que ya he hablado aquí en mi blog. Un tiempo ha estado esta María presidiendo muchas de mis siestas y saludándome por las mañanas nada más despertar. Pero también mi afán de buscar el motivo que más me llene para este cuadro que significa tanto para mí me ha conducido finalmente al que es hasta el momento el último motivo pictórico: Los amantes, de Picasso.


miércoles, 21 de julio de 2010

EL RELATO DEL MES

La verdad sobre la carta
que escribió Don Quijote a Dulcinea




En lo relativo a la carta que en Sierra Morena escribió Don Quijote y luego encargó a su escudero llevarla hasta las manos de la dama de sus sueños doña Dulcinea del Toboso, Suárez de Figueroa consultó con mayor atención que Cervantes las fuentes de la historia del ingenioso hidalgo y se valió de ellas mucho mejor que el Manco de Lepanto. En primer lugar, la carta de Cervantes fue escrita en el librillo de memorias que señor y escudero encuentran, junto a otras cosas, en el interior de una maleta abandonada en la citada sierra. Figueroa, que no halló en los Anales ni en Cide Hamete Benenjeli la referencia a ninguna maleta perdida, sino a una mochila con restos de comida y un cuaderno de versos que Cardenio había dedicado a Luscinda, la hace escribir en una de las últimas hojas en blanco del mencionado cuaderno. En segundo lugar, aunque el texto de la carta de Cervantes que, como debe saber el lector, empieza así: “Soberana y alta señora: el ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Rey, te envía la salud que él no tiene”, etc., coincide con el de la carta de Suárez de Figueroa (salvo el término “Rey” aplicado a Dulcinea), no sucede lo mismo con la nota que en otra hoja del cuaderno le escribe el hidalgo a su sobrina para que se sirva entregarle tres pollinos a Sancho. Este segundo texto reza así en la obra de Figueroa: “No le extrañe a vuestra merced, señora sobrina, las palabras escritas que le da mi escudero Sancho Panza; le he hecho saber que aquí pongo que vuestra merced le regalará, tras la entrega de esta misiva, tres asnos de los cinco que aún quedan en la hacienda. Cuando en realidad escribo refranes y sentencias que él gusta repetir: “ Con su pan se lo coman”, “que el que compra y miente, en su bolso lo siente”, “desnudo nací, desnudo me hallo”, muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas”, “¿quién puede poner puertas al campo?” Como el simple es analfabeto, ni se enterará de la artimaña. Eso sí, déle de comer y beber vuestra merced, que el camino hasta ahí es duro y largo. Fecha en las entrañas de Sierra Morena, a veinte y dos de agosto de este presente año.”
Pero la mayor diferencia estriba en los pormenores del retorno de Sancho a la aldea donde vive Dulcinea y los encuentros que tuvo en el camino. Una vez entregadas las dos cartas, Don Quijote le hizo a su escudero algunas recomendaciones para el trayecto. La primera de ellas fue que recogiera ramas de roble (no de retama, como en la obra de Cervantes) y las fuera arrojando desde la cabalgadura al camino para que así pudiera dar con él sin equivocarse cuando regresara. Y la segunda que pasara por la venta de Lodares (detalle nuevo) a recoger una receta mágica que allí vendía la curandera Pini del Palancar y con la que podría salir airoso de las futuras hazañas que acometiese. Dice a propósito Suárez de Figueroa que añadió don Quijote: “No nos pase como con los galeotos, entre ellos Ginés de Pasamonte, que una vez librados por nuestra fuerza e ingenio de la opresión de la mala justicia y de quienes la ejercen a torcidas, se revolvieron contra nosotros y nos pagaron mal por bien. El brebaje de la de Palancar tiene virtudes que el bálsamo de Fierabrás ni soñar puede.” Antes de partir el escudero a lomos de Rocinante (detalle presente en ambos autores) solicitó a su señor que le mostrara alguna de las penitencias que pensaba hacer en Sierra Morena a imitación de las que hizo Amadís de Gaula. “Una sólo, le respondió Don Quijote mientras se despojaba de la ropa que lo cubría y se quedaba como su madre, doña Isabel Pavón, lo trajo al mundo, una sola muestra sirve, Sancho amigo, para que veas a qué pruebas nos somete el rigor de la caballería andante a quienes hemos escogido servirla en cuerpo y alma. Y sin encomendarse a Dios ni al diablo restregó primero su espalda y sus nalgas y luego sus partes pudibundas contra el áspero tronco de un roble como si fuera un animal que tuviera pulgas y quisiera así liberarse de la picazón producida por los insectos; y lo hizo con tanta saña que al girarse hacia el atónito Sancho pudo ver éste cómo la sangre salía a pequeños regueros de la piel blanca de su enloquecido señor.” Como puede verse, Figueroa se separa aquí como en tantos otros sitios de Cervantes en la interpretación de las fuentes originales de la historia de Don Quijote que, para ser exactos, hablan de Don Quijote medio desnudo y de unas volteretas ejecutadas milagrosamente sobre las rocas del lugar.
En la venta preguntó por Pini del Palancar y le condujeron hasta un apartado del establo de las cabras donde andaba ordeñando a una blanca y negra. Sancho se fijó en la piel de la mujer, negruzca y arrugada como un odre de vino, y en sus manos, también negras y ásperas, pero hábiles y rápidas en la operación que estaba efectuando en ese momento y que al poco tiempo acabó sin dejar de mirar con sus ojos avariciosos el cuerpo rechoncho de Sancho, que no pudo por menos de esbozar una mueca de repulsión. Luego retiró el recipiente de debajo de las ubres del animal generoso y le atizó una patada como pago de su servicio. La cabra baló lastimeramente y se fue a refugiar junto a las otras. “Pini se acercó a Sancho moviendo las caderas como Salomé en su danza bíblica”, dice Suárez de Figueroa, “y una sonrisa desdentada pintada de repente en su atrabiliario rostro acabó por espantar al pobre escudero, que hizo intención de escapar de allí más aprisa que lo había hecho el animal preferido del dios Pan. Pero pensó en las palabras que le había dicho su amo y se mantuvo quieto, agarrado a una estaca que había sobre un pesebre. Pini, la curandera, cambió de actitud al percibir el temor de Sancho y, sobre todo, el gesto del escudero de agarrar el palo, le dijo que si lo que buscaba era alimentarse le podía ofrecer un buen trago de leche. Sancho se calmó un poco y, soltando la estaca del pesebre, le dijo que su señor Don Quijote le había mandado buscarla para que le diera una receta mágica que lo protegiera contra todo mal.
--Lo que tu amo quiere es un amuleto para escapar de las acechanzas y peligros que su vida de caballero andante acarrea. Ya he oído hablar de ese valiente y esforzado Don Quijote y de ti, su incondicional servidor. Hasta esta venta ha llegado el eco de vuestro infortunio con los condenados a galeras y otras adversidades parecidas. Pero no temáis más, que con el amuleto que te voy a dar nunca sufriréis descalabro alguno; antes al contrario, saldréis triunfadores de cuantas altas empresas acometáis. Acompáñame hasta la buhardilla donde guardo mis pócimas y realizo mis curaciones.”
Abrevio. En el cuartucho donde vivía la curandera apenas había sitio, en un rincón, para un camastro; todo el espacio, que no abarcaba más de dos varas de ancho por tres de largo, aparecía atiborrado de estanterías con cajas, sacos, botes, tarros, libros, ramas, raíces y flores secas, frutos consumidos o pasos, hornillos y cachivaches para cocer y una pintura oscura en la pared frontera de la puerta. Sancho se asustó de nuevo y le preguntó a la curandera quién era la figura que representaba el cuadro.
“Pini le contestó que era el mago Cipriano, cuyo espíritu había estado en posesión de Satanás durante treinta años convencido de que acabaría arrastrándolo al infierno, hasta que Dios, a través de Santa Justina inundó de luz su alma, conduciéndolo al martirio y a la posterior santidad. A continuación rebuscó entre los objetos que atestaban una de las repisas y trajo hasta donde estaba Sancho un saquito de lino. Se lo enseñó y dijo:
--Aquí dentro hay un diente de lobo entre pétalos molidos de caléndula y briznas de hojas de laurel. Todo está recogido en el mes de septiembre, justo cuando el sol entra en el signo de Virgo. Llevando encima este saquito amuleto nadie podrá hacer ningún mal contra quien lo porta colgado al cuello. Tu amo vivirá siempre envuelto en una profunda paz. Grandes hombres de la historia lo llevaron con fe y veneración y siempre, mientras lo llevaron encima, vivieron preservados del mal. Dicen que Julio César era uno de ellos y que, el día que se lo quitó, halló la muerte apuñalado. Que tu señor Don Quijote no se despoje de él nunca y jamás nadie, ni bandoleros ni gigantes ni encantadores, podrá hacerle ningún mal”.
Sancho dijo que antes de llevárselo a su amo debía hacer un viaje para cumplir con una misión de alto amor, a lo que la curandera le replicó que guardara bien el amuleto de miradas enemigas porque siempre hay gente que está dispuesta a matar por hacerse con una cosa así. Luego añadió que no cobraba nada por el favor a Don Quijote porque admiraba su valentía y el modo como defendía a las mujeres y a los seres más indefensos. Hasta aquí se extiende aproximadamente las tres cuartas partes del capítulo XII de un total de treinta de que se compone Don Quijote de Calatrava, según he podido averiguar; capítulo que, como se sabe, guarda cierto paralelismo con el XXVI de la primera parte de la obra de Cervantes; de todo lo cual se infiere la escasa capacidad de novelar del doctor en comparación con el autor nacido en Alcalá. Pero ahora importa más hablar de cómo discurre el resto del capítulo del primero.
Con el amuleto en su poder y el estómago lleno, Sancho se despidió de Pini del Palancar y dejó atrás la venta al trote de Rocinante. Pero no había recorrido una legua cuando descubrió a tres caballeros venir a su encuentro por el camino de Aldea del Rey. Enseguida los reconoció. Se trataban del bachiller Gracián de Saavedra, el licenciado Tomé de Avellaneda y el barbero Sebastián Lozano, los cuales, como en otras ocasiones, pensó Sancho, sin duda iban buscando a Don Quijote para con engaños devolverlo a casa. Y aquí fue cuando el escudero mostró su insaciable materialismo pues palpándose con disimulo bajo la ropa las dos cartas que había escrito su señor, ideó la forma de salir bien librado por una vez en toda la historia hasta ese momento vivida. Resumo. Tras los saludos correspondientes, el cura le preguntó al escudero por Don Quijote, a lo que respondió dándole todo lujo de detalles sobre el paradero de su señor, incluidas las ramas de roble con que fue señalando el camino.


lunes, 19 de julio de 2010

GALERÍA PROPIA

Traigo hoy aquí unos cuantos cuadros míos pertenecientes a varias épocas. Como podrá comprobarse, presentan varios estilos aunque la técnica suele ser parecida, si bien se nota en alguno de ellos la presencia de otras pigmentaciones industriales, como el brillo y claridad que aporta el blanco de esmalte.



Este de la gaviota solitaria es uno de los últimos. La pincelada suelta y el dominio del azul son dos de sus características principales. El blanco del ave está resuelto con la pigmentación indicada más arriba.



La pintura presente formó parte de la Exposición del Certamen Internacional de Tossa que cada año tiene lugar el último domingo de agosto. El estilo recuerda el de Feininger, especialmente en la representación del barco central.




El retrato es uno de mis principales retos. En éste aparece mi mujer de perfil, resuelto con una gama de azules, morados y carmines, con ligeros toques ocres. Tanto en este cuadro como en el anterior prescindí del blanco industrial para lograr el efecto que buscaba.


En cambio, en la presente pintura el dominio de ese blanco es total. Los colores mezclados con él adquieren una textura pastosa y el brillo acentúa los tonos pasteles del fondo que recortan los mástiles y cabos del barco.



Este cuadro es un cuadro viajero que ha recorrido muchas paredes y sufrido variaciones y añadidos constantes. Es una pintura de los años ochenta y, como curiosidad, debo añadir que el óleo está aplicado sobre una superficie preparada con yeso y cola, lo que le aporta unos relieves interesantes.


Y cierro esta presentación de hoy con uno de los cuadros que más quiero y del que ya he hablado en este blog. También es de los primeros y en él quise eternizar a Canela, el gato siamés que nos hizo felices durante mucho tiempo. Como curiosidad, diré del cuadro que empezó siendo un bodegón con silla y fruta. El destino quiso que se convirtiera en lo que es hoy.

domingo, 18 de julio de 2010

EL POEMA DEL MES


LEO A MIGUEL HERNÁNDEZ


Leo a Miguel Hernández,
y la tierra de España se levanta
en palabras y en hoces
que exigen libertad,
pan y dignidad para los hombres
que nacen en el campo entre la leche
que ordeñan de sus cabras y el mal vino
que arrancan de las cepas poco a poco,
dejándose la sangre en el camino.

Leo a Miguel Hernández,
y las viejas rencillas de los pueblos
parecen acercarse por los bordes
de sus páginas al prístino
silencio de esta noche
en que el frío es más duro
y la muerte más cercana.

¿Qué hemos hecho
para que nos pongan tantas cárceles
de miedo a nuestras vidas,
y no sirvan de nada estos poemas
del hombre que sufrió más acechanzas?

Como el toro hemos nacido para el luto
y el dolor, nos dice el hombre
que nació en Orihuela hace cien años
y nos recuerda tanto nuestro sino
porque él fue blanco negro de las flechas
del odio y de la envidia y la desidia
de los que ocupan la silla del poder.

Leo a Miguel Hernández,
y leo el horizonte que separa
la vida de la muerte,
y el dolor de amar mientras se anda
hacia esa frontera misteriosa.

martes, 13 de julio de 2010

DE VISTA, DE OÍDAS, DE LEÍDAS

Un bolero con Olga Guillot






Mientras suena su voz inconfundible en el portátil, digo adiós a la dama del bolero y recuerdo otras noches de baile que vienen ahora a acariciarme el corazón. En la pista, agarrados, abrazados por la música romántica y desgarrada del bolero, nosotros dos nos volvíamos eternamente jóvenes gracias a Olga Guillot, cuya voz, aunque ella se haya ido, seguirá sonando en nuestra vida en común y haciéndola más rica. Ayer, 12 de julio, murió en un hospital de La Habana la llamada "reina del bolero" (había nacido en Santiago de Cuba en octubre de 1922). Su silencio nos ha dejado un poco huérfanos de aquellos momentos en que cruzábamos el suspiro de una pista de baile siguiendo el nostálgico rumbo de su voz. Desde que en 1961 dejara Cuba en oposición al régimen de Castro para instalarse definitivamente en México, su aceleró su carrera de éxito recibiendo el más importante espaldarazo tres años más tarde en el Carnegie Hall de Nueva York. Luego vendría su reconocimiento mundial al interpretar boleros como Miénteme, Tú me acostumbraste o La gloria eres tú, entre otros.

Mientras suena su voz en el portátil, quiero recordar una de las letras que más veces se han cantado, la de Tú me acostumbraste. Que sirva de homenaje.


Tú me acostumbraste
a todas esas cosas,
y tú me enseñaste
que son maravillosas.

Sutil llegaste a mí como la tentación
llenando de inquietud mi corazón.

Yo no concebía cómo se quería
en tu mundo raro y por ti aprendí.
Por eso me pregunto al ver que me olvidaste
por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti.

Por eso me pregunto al ver que me olvidaste
por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti.
Por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti.
Por qué no me enseñaste cómo se vive sin ti.


lunes, 12 de julio de 2010

EL RINCÓN DE LOS CHISTES

El primo Alfonso


3. En la escuela

En la escuela del barrio el primo Alfonso aprendió de todo, hasta lo que no debía, como nos pasa a todos. Pero es tan divertido el tiempo que se pasa allí con los amigos. Un día el maestro, un hombre que padecía del estómago y por lo tanto con el carácter algo agriado, les estaba enseñando a sus alumnos ortografía. Tras un rato de explicación y de escribir algunas oraciones ilustrativas en la pizarra, empezó a hacer algunas preguntas para ver si sus discípulos se habían quedado con alguna enseñanza. “Como bien habéis podido aprender, en el alfabeto castellano existen algunas letras que llevan una especie de apellido detrás, como uve doble, y griega… ¿Alguno de vosotros recuerda una letra de esas?” Antonio, el más listo de la clase y compañero de pupitre del primo Alfonso, levantó la mano. El maestro le dio permiso para hablar. “Creo que hay una a la que se puede incluir en ese grupo, don Andrés. Y es la i latina.” Entonces Alfonso, que no quería ser menos que su compañero, levantó la mano también. El maestro le dijo: “No me digas, Alfonso, que tú conoces otra letra de esas.” “Sí, señor maestro.” “Pues anda, dila”. Entonces mi primo soltó la primicia: “Esa letra es la ge latina.” Una carcajada unánime estalló entre las cuatro paredes de la escuela.
Por entonces, el primo Alfonso empezó a tomar fama de chistoso y un día que estaba en el recreo reunido con un grupo de amigos contando cosas de la familia, un tal Silín, exagerado como él solo, empezó a hablar de su abuelo. Decía: “Mi abuelo es muy alto, es tan alto que tiene que doblarse por la mitad para entrar por la puerta de casa.” A lo que replicó Alfonso diciendo: “Pues eso no es nada. Para alto, mi abuelo el de Arcenillas, al que le pasan los aviones volando por debajo del sobaco.” Entonces intervino un chico recién llegado de Asturias que tenía fama de reservado y que, a partir de entonces, representó ser la horma para el zapato del primo Alfonso. El asturiano, con una sonrisa en los labios, se dirigió a Alfonso muy interesado: “Oye, y cuando tu abuelo levantaba el brazo ¿no tocaba algo blando, muy blando?” Alfonso respondió ligero: “Claro, las nubes.” Y la horma de su zapato replicó triunfalmente: “¡Que te lo crees tú! Eso blando que tocaba tu abuelo al levantar el brazo no eran las nubes, guaje, sino los huevos de mi abuelo.”
A Alfonso las cosas de la escuela, me refiero a la instrucción y todo eso, no le iban muy bien. Un día su padre, que acababa de hablar con el maestro y enterarse de que no hacía ningún progreso, le dijo visiblemente preocupado: “Hijo mío, has llegado en la escuela a una situación insostenible. El mes pasado eras el penúltimo de la clase, y ahora eres el último. Explícame el motivo.” Alfonso agachó la cabeza avergonzado y entre dientes contestó a su progenitor: “Pero, papá, ¿acaso es culpa mía que Silín, que era el último de la clase, está en casa con gripe?”
En Ciencias Naturales andaba muy mal (bueno, como en casi todas las materias). Decía que ya tenía bastante naturaleza en el pueblo, en la arboleda del río y en las huertas del barrio, que cambiaban de cara con la llegada de las estaciones. Por eso en la escuela pasaba olímpicamente de estudiar el rollo de los insectos, los estados sólidos, líquidos y gaseosos o la anatomía humana. De la anatomía humana huía como de la peste. Eso de ver dibujado en el libro un cuerpo humano con líneas rojas para indicar la circulación de la sangre le sacaba de quicio. Un día el maestro, en plena explicación de Anatomía humana, cogió de la mesa una tibia y la fue mostrando por toda la clase. Al llegar al pupitre que ocupaba el primo Alfonso, le preguntó de repente: “A ver, Alfonso. ¿Qué es esto?” Mi primo, tras mirar con asco el objeto que esgrimía el maestro como si fuera una espada, le contestó: “Un hueso, señor maestro.” El maestro frunció el ceño. “Todos sabemos que es un hueso. ¿Pero qué clase hueso?” Entonces Alfonso, encogiéndose de hombros, contestó: “No lo sé, pero tampoco aspiro a que usted me ponga un diez en Ciencias Naturales.”
En el recreo salían a relucir todas estas salidas de tono del primo Alfonso entre los escolares que jugaban al fútbol en la explanada de la iglesia vecina o al burro contra la misma fachada de la escuela. Otras veces, cuando llegaba el buen tiempo, se reunían en pequeños corros y mientras daban cuenta del bocadillo, se dedicaban a lanzarse piropos y cosas peores. Con el Asturiano las tuvo gordas, pues se solía meter con su baja estatura haciendo sobre él los chistes más ofensivos. Un día el Asturiano, tal vez cansado de meterse con Alfonso, intentó una nueva táctica con él, la táctica de los diminutivos cariñosos. Pero mi primo estaba harto de su insistencia. Así que cuando una mañana de primavera el Asturiano le dijo: “No puedes negar, Alfonso, que eres algo bajito”, éste le contestó: “No soy bajito, es que estoy lejos.” Y a partir de ese día se distanció por completo del Asturiano y del grupo de lameculos que iba tras él.
Alfonso siempre tenía alguna ocurrencia cuando se trataba de zafarse de alguna responsabilidad relacionada con la escuela. Una tarde, al volver al casa, entró muy enfadado en el cuarto de costura donde estaba cosiendo su madre y tras darle el beso acostumbrado, le dijo: “Mamá, hoy es la última vez que voy a la escuela con esta camisa roja como la sangre.” La madre, sonriendo ante las palabras de su hijo, le preguntó: “¿Por qué lo dices? Si es una de las que más te gustan.” A lo que Alfonso replicó: “Eso era antes. Ahora me parece demasiado llamativa. Hoy por ejemplo el maestro me ha preguntado cuatro veces.”
Pero no era sólo la camisa roja del primo Alfonso la que llamaba la atención del maestro. Era también su falta de interés y la facilidad que tenía para despistarse con el vuelo de una mosca. Una mañana en que Alfonso estaba pensando en las musarañas, el maestro, que hablaba a la clase de los cuatro elementos naturales, detuvo la explicación para preguntarle: “A ver, Alfonso, ¿cuáles son los elementos?” Alfonso aterrizó de golpe. “¿Los elementos, dice?” El maestro insistió: “Sí, los elementos. Enuméralos.” Entonces Alfonso, tras meditar unos segundos, contestó: “Elementos elementos… hay el agua, la tierra, el fuego, el aire y… las busconas.” Todos sus compañeros explotaron en una sonora carcajada. El maestro, en cambio muy serio, le preguntó: “Pero dónde has aprendido eso?” “En la fragua, señor maestro.” “¿Cómo que en la fragua? Explícate.” Entonces el primo Alfonso dijo: “El otro día la mujer del herrero le decía a una vecina que cuando su marido se va de busconas, está en su elemento.”
Sin embargo, el no va más ocurrió cuando el Señor Inspector de Educación de la Provincia visitó la escuela. Se pasó más de dos horas haciendo preguntas a los escolares de Geografía española, que si dónde nacía el Duero y dónde desembocaba, que cuáles eran los cabos de la cornisa cantábrica, que si el pueblo pertenecía a la provincia de Salamanca o de Zamora…; de Ciencias Naturales y de Catecismo. Poniendo problemas de Aritmética y Geometría que a Alfonso le hacían sudar tinta mientras intentaba evitar que los ojos del Señor Inspector tropezaran con los suyos. De pronto la autoridad académica hizo una pausa para decir: “Y ahora, queridos niños, ¿hay alguno de vosotros que quiera hacerme alguna pregunta a mí?” Y el primo Alfonso, que estaba al borde del infarto, levantó la mano. El Inspector le dio permiso para hablar mientras comentaba con el maestro lo bien que tenía educados a sus discípulos, que pedían la palabra como los adultos, alzando el brazo. “Formula tu pregunta, muchacho,” añadió. Y Alfonso le soltó: “Señor, ¿a qué hora sale su tren?”

sábado, 10 de julio de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Sanabria















Hay un rincón en el noroeste de mi provincia que se llama Sanabria. De él guardo entrañables recuerdos, como un plato colgado en mi balcón de Tossa, y siempre que sale a relucir su nombre, el de Sanabria, viene a mi memoria un viaje que hicimos los cuatro a finales de los setenta a aquella hermosa tierra. Nos hospedamos en Galende, un pueblecito de casas con balcones de madera y tejados de pizarra. Teníamos el Lago de Sanabria a escasos kilómetros de allí y, siempre que podíamos, nos acercábamos a sus aguas oscuras y misteriosas donde Unamuno sitúa la acción de su excepcional novela San Manuel Bueno, mártir. Con el coche bordeábamos el lago y, tras dejar atrás San Martín de Castañeda, subíamos al cielo reflejado en la Laguna de los peces. Otras veces nos íbamos hacia la frontera con Portugal y descubríamos castaños en flor y almiares y caminos que se perdían en lontanaza como nuestra imaginación. Recuerdo el día en que visitamos Ribadelago, el pueblo donde un invierno cruel de los años cincuenta se desató la tragedia y la muerte en sus humildes moradores al romperse la presa que soportaba 16000 metros cúbicos de agua. Aún seguía allí la roca con cruces inscritas conmemorando tan triste evento. Sanabria es una tierra para soñar y sufrir. Viendo la gente del lugar con la azada al hombro camino de los campos uno se da cuenta de que sitios así sólo existen en el alma y en los recuerdos. Gallegos, Castellanos, nombres de pueblos con significación propia. Nosotros recorrimos esos lugares con un cuaderno de dibujo para eternizar sus sombras y sus luces y una libreta donde escribir las hondas emociones que provocaron en nosotros. Y un día llegamos hasta la capital de la comarca, junto al Tera, río de resonancias eternas. Y subimos hasta el palacio y la iglesia y oímos las campanas del tiempo. Y adquirimos, enamorados del lugar, un plato con un crustáceo de pinzas abiertas. Ah, los recuerdos... ¿no serán como los crustáceos: duros por fuera pero tiernos y sabrosos por dentro? Sólo un triste suceso puso una nota negativa a aquel viaje a Sanabria: la muerte del poeta Blas de Otero. Nunca olvidaré aquella siesta del hotel en que la radio me dio la noticia. Quedé tan impresionado, que en los días siguientes escribí un poema dedicado al autor de Ángel fieramente humano que nunca incluí en libro alguno. El que si pasó a formar parte del libro que al año siguiente ganó el Boscán de 1979 es el poema titulado precisamente Sanabria, que copio a continuación.


Me sorprende la paz,
me sorprende la fe que tienen en la vida
estos pacientes hombres que frecuentan
silencios de castaños y pizarras,
almiares y caminos
por donde va sencilla la existencia
oliendo a excremento de animal
y a vegetal labrado por austero labriego.

Estos hombres que pasan por aquí,
no se sabe si soñando o existiendo,
llevan siempre en la boca una sonrisa
con el mismo sosiego
que al hombro una guadaña.

Vivir me dejaría en estos campos
por donde va esta paz,
esta fe
que convierten la vida
en más hermana del hombre.

viernes, 9 de julio de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Fútbol







Ya he contado aquí y en otras partes mi afición por el fútbol. Desde muy niño una pelota entre los pies era un motivo de celebración. Eran raros los Reyes en que no llegara a casa como regalo una nueva pelota. En la plazuela entrenábamos lanzamientos de penalti y paradas mis hermanos y yo en la puerta del Serranillo para luego en los partidos de las eras y la yerbera del río jugar un buen papel. Durante la infancia viví la admiración general (franquista) por la selección española, de rutilante rojo vestida, y hasta coleccioné unos cromos que venían en caramelos con los futbolistas del equipo nacional; cuando lo llenabas, tenías derecho a un balón de reglamento, si bien no recuerdo a nadie de mis amigos que llegara a reunir la colección (sí recuerdo que el futbolista más difícil de encontrar en los caramelos era Zarra). Ya de adolescente empecé a sentir una devoción especial por el Fútbol Club Barcelona y a la hora de los partidos verpertinos siempre me alineaba en el equipo blaugrana, emulando a Kubala, Basora o Manchón. Y siempre el Barça ha ido conmigo a todas partes y en todas las edades. Y la selección española también. Pero sin patrioterismos baratos. Y ahora que España, en los Mundiales de Sudáfrica se dispone a jugar la final del campeonato por primera vez en la historia, con más razón aún. Y eso que la Roja empezó mal su andadura perdiendo su primer partido, contra Suiza. Pero a partir del segundo, contra Honduras, ha ido a más, mostrando un fútbol exquisito y eficaz que impone respeto en el resto de las selecciones. Chile, Portugal, Paraguay, Alemania han sido derrotados justamente por este grupo espectacular de jugadores que salen al campo mentalizados de que jugando como juegan pueden ganar a cualquier otro grupo, por poderoso que sea. Esperemos que el domingo demos el paso definitivo contra Holanda, la otra selección finalista, para levantar la copa del mundo ante el fervor de todos los españoles por encima de los politiqueos acostumbrados. Y que el equipo español esté formado en su mayoría por jugadores del Barça no quiere decir otra cosa que el equipo catalán está nutrido por excelentísimos jugadores (Xavi, Pujol, Iniesta, Piqué) y por eso mismo el seleccionador Vicente del Bosque, que entiende un rato de fútbol, ha recurrido a esos magníficos futbolistas para formar el once más idóneo para vencer, entre cuyos componentes se encuentran también nombres indiscutibles como Casillas, Sergio Ramos, Xabi Alonso o Villa, ahora fichado también por el Barça). Todos los españoles estamos apoyando a este equipo que merece ser este 2010 campeón del mundo. Otra cosa es que por las circunstancias que sean no consiga alzarse con la copa.

lunes, 5 de julio de 2010

PATADAS AL DICCIONARIO

A vueltas con los acentos


No sé cuántas entradas he dedicado a este apartado ortográfico tan conflictivo. Pero debo volver a la carga porque desde todos los medios se acribilla al pobre usuario de la lengua con rayos acentuales de considerable importancia. Sin ir más lejos, anteayer una simpática presentadora de informativos de Tele 5 nos lanzó de sopetón esta primicia. "Parece ser que con los triunfos de la Roja, se dispara en España la líbido (así, con acento en la í, convirtiendo al vocablo en una palabra esdrújula)". No conviene confundir el sustantivo "libido", palabra llana por el acento y escrita con B, con el adjetivo "lívido", palabra esdrújula y escrita con V. La primera significa, como todo el mundo sabe, "deseo sexual, considerado por algunos autores como impulso y raíz de las más varias manifestaciones de la actividad psíquica." Mientras que la palabra "lívido" es definida por el DRAE, primero, como sinónimo de "amoratado", y segundo, "intensamente pálido". De ahí que yo me quedara intensamente pálido al escuchar a la agradable y simpática presentadora de televisión la pronunciación esdrújula de LIBIDO.

Existen en nuestro idioma otras palabras cuyos acentos se suelen confundir. Citaremos ahora dos ejemplos:

SUTIL, palabra aguda, "delgado, delicado, tenue", por un lado, y "agudo, perspicaz, ingenioso", por otro.

FÚTIL, palabra llana, "de poco aprecio o importancia."

Así pues, demos a las palabras la importancia que requieren y al menos respetemos su pronunciación correcta.

sábado, 3 de julio de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

El pintor de Tossa







Ya no tengo que repetir que Tossa está en mi vida desde aquel 82 de los Mundiales en que estuvimos veraneando en Cala Llevadó, a escasos kilómetros de Tossa, y ya no se irá nunca. Luego pasamos una Semana Santa alojados en el hotel Don Juan, otro lugar emblemático de Tossa que tiene que ver con mover el esqueleto en su pista de baile en buena compañía siempre. Finalmente, tras los dos años de Blanes (siempre en el embrujo de la Costa Brava), pasamos a vivir durante las vacaciones y muchos fines de semana a Tossa de Mar (ahora, ya jubilado, las temporadas de estancia aquí suelen durar más). Y ahora, en 2010, seguimos en esta población encantadora de mar y montaña, de rutas en bicicleta, baños diurnos, bailes nocturnos y paseos a todas horas. Uno de los paseos que más repetimos es el de la Vila Vella, de las torres, las calles empinadas, el museo, el faro, Ava Gadner y el pintor Font Sellabona, que durante años y años formaba parte de su entrañable paisaje, al lado de su casa taller, sentado en un taburete y ante su caballete pintando uno tras otro sus cuadros humanizados, sus fachadas, sus bodegones, sus ventanas abiertas al color y a la vida. Él no me conocía, pero yo a él sí y siempre que pasaba por la rampa de su calle y lo veía ocupado en la creación de un nuevo lienzo, me paraba para verle aplicar el pincel en el cuadro con maestría y ternura, dos cualidades que a mi parecer debe tener todo aquel que se dedique a la creación, ya sea literaria, pictórica o de otro tipo. Y luego seguía mi paseo hacia el restaurante donde siempre canta Julio Iglesias, tras acariciar el hombro gastado de Ava Gadner. Y sabía, ya de bajada hacia el Cap d'Or, que el pintor seguía pintando su cuadro como quien respira y ama. Hace días, al ver el taller cerrado, comentamos mi mujer y yo que al buen hombre le ocurría algo. Y hoy, veo colgado en la Biblioteca del municipio un papel firmado por la alcaldesa anunciando el fallecimiento de Font Sellabona a los 84 años y el funeral que tendrá lugar esta tarde en la iglesia del pueblo en sufragio de su alma. Descanse en paz. Y que su obra no descanse nunca en la mirada de sus admiradores.

viernes, 2 de julio de 2010

MEMORIAS DE UN JUBILADO

Carta abierta a Alberto Andrades








Querido Alberto Andrades:
Sólo mencionar tu nombre, dos sentimientos vienen a habitar mi silencio, ahora más triste que nunca: el del agradecimiento y el de la buena memoria. El primero es el más importante aunque sin el segundo es difícil explicarlo. El sentimiento de la buena memoria va unido siempre a tiempos difíciles como los que pasamos juntos en aquel Colegio del Vallés donde ambos éramos profesores y tú mi jefe de sección durante algunos años, quizás los mejores de mi vida docente en la enseñanza privada. Siempre supiste escuchar a quien acudía a ti para consultarte o pedirte consejo tanto en asuntos personales como en los referidos al mundo profesional y siempre tuviste la prudencia y la sabiduría para acertar en tus consecuentes recomendaciones. En la responsabilidad está la exigencia y la comprensión, decías a menudo, y tu actuación era coherente con esa máxima. Con la experiencia que da la edad, he aprendido de personas como tú que la honradez es una virtud que se predica con el ejemplo. De bien nacido es ser agradecido. Esto me lo enseñó mi padre, otro hombre honrado. Y yo me siento agradecido repecto a todo cuanto hiciste en vida por mí, primero en aquel Colegio del Vallés, y luego cuando, ya los dos fuera de aquel lugar que había cambiado de rumbo (tú trabajando en Recursos Humanos de la Generalitat y yo abriéndome paso en un nuevo proyecto psicopedagógico), me puse en contacto contigo para comunicarte que iba a hacer oposiciones a la enseñanza pública. Entonces a todas tus virtudes añadiste la de la generosidad y me ayudaste a encontrar una documentación que se había traspapelado y que era de suma importancia para acceder al Cuerpo de Profesores de Secundaria. Te lo agradecí entonces y te lo sigo agradeciendo ahora, cuando ya perteneces al mundo de la buena memoria. Recuerdo que, al superar las pruebas, te llamé por teléfono para decírtelo, y de tus labios salió esta frase que nunca olvidaré: “El oficio de enseñar siempre es reconfortable, pero ejercerlo en la Escuela Pública es prestar un encomiable servicio al pueblo, que sabrá agradecértelo”. Esto último lo supe enseguida; la gratitud germina sana en la gente sencilla del pueblo. Y ahora que llevo jubilado más de un año comprendo mejor el rastro hermoso que dejan en sus alumnos los buenos maestros como tú, querido Alberto Andrades. Ya puedes descansar tranquilo tras la enorme y generosa labor profesional y humana que llevaste a cabo en vida. Ahora, en tu ausencia, una vez llegado a tu Ítaca personal, tus amigos te recordaremos siempre.