miércoles, 30 de abril de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS


EVOCACIÓN DE PICASSO EN BARCELONA

En aquel tiempo se le puso a Picasso azul el alma.
El cielo sobre el mar era un gran palio
extendido sobre diosas y dioses callejeros,
que famélicos rezaban y vivían para él.
Maternidades solas,
con una flor sangrando entre las manos,
pisaban la rosada carne humilde
de la arena callada. Barcas de hambre
esperaban zarpar hacia la vida
en medio del amor que da la muerte.
Familias desahuciadas
sembraban en las olas sus fríos de milenios.
La vida basculaba entre esas orfandades
de almas azules y dedos manchados de óleo puro.
La amistad era huérfana en la Barceloneta
entre olores a lluvias y a pescado,
en plazuelas donde la luna
derramaba sus flores de monedas."

martes, 29 de abril de 2008

UNA HISTORIA DE PACO

Al llegar a casa del Instituto un día de febrero de 2008, mi mujer me dijo que el “Extremeño, un viejo compañero de trabajo del primer colegio donde trabajé y que hoy en día está jubilado, había llamado por teléfono muy pronto por la mañana para dar una mala noticia: Paco, un viejo amigo y compañero del Colegio, había muerto la noche pasada de un infarto. Añadió que más tarde, cuando supiera en qué tanatorio se expondría su cadáver, volvería a llamar. Como era hora de comer, marqué el número del “Extremeño para hablar con él. Me dijo que aún no sabía nada sobre el tanatorio y me adelantó que a Paco se le había roto la aorta y que se había quedado muerto en la mesa de la operación urgente a que lo habían sometido los médicos del Clínico. Añadió que, como donante, a Paco le estaban extrayendo los órganos y que sus familiares dudaban entre dos tanatorios para exponer su cuerpo: el de Les Corts y el de Sancho Dávila. Concluyó con la voz cortada por la emoción que en cuanto supiera algo me volvería a llamar. Le dije que yo tenía clases por la tarde en el Instituto pero que mi mujer se quedaba en casa para recoger cualquier recado y le sugerí ir juntos al tanatorio escogido al salir de clase.
Y así lo hicimos. Fue un duelo. Allí estaban los amigos de siempre con los ojos rojos de haber llorado. Y su mujer y sus hijos, vivamente emocionados por la amistad que su esposo y padre había sabido infundir entre tanta gente. En un aparte el hijo mayor me dijo que su padre durante las últimas semanas había estado escribiendo unos recuerdos sobre su paso por el Colegio donde ambos habíamos sido profesores antes de que pasáramos a ejercer la enseñanza en centros estatales, recuerdos que quería que tuviera yo, en caso de que le ocurriera algo. El chico añadió que, en cuanto pasaran los días de luto, me lo haría llegar por correo.
Los días que siguieron al entierro de Paco se me hicieron larguísimos hasta que a principios de marzo recibí la notificación de un envío. Con los nervios desatados pasé por la estafeta para retirar el paquete que venía a mi nombre. Era en efecto lo anunciado por el hijo del difunto. Eran dos cuadernos manuscritos con aquella letra limpia y seria de mi amigo y compañero.
En el primero había apuntes sobre su vida y su tierra, Olite (Navarra). El segundo manuscrito contenía muchas hojas en blanco y algunas notas sobre Historia del Arte, asignatura que Paco había enseñado en el Colegio y por la que había sentido siempre verdadera devoción.
Durante días estuve ojeando aquellos escritos de mi amigo y, al final, decidí escoger algunos para empezar a enviarlos a algunas revistas, cuyos directores conocía, para pedirles que los publicaran. Hubo un trabajo, el titulado El perro de Goya, que mereció los aplausos de Sérvulo, el director de Artes Secretas, una publicación trimestral que se había especializado en misterios relacionados con la literatura y el arte.
El escrito en cuestión empezaba de la forma más peregrina. "Un aficionado a frecuentar el Rastro de Madrid en busca de rarezas escritas encontró un día un cartapacio con papeles al parecer escritos en las dos primeras décadas del siglo XIX en la capital de España. Este aficionado al Rastro tenía un amigo extraño, mezcla de bohemio y erudito, al que le mostraba todos sus hallazgos, la mayoría de escaso o nulo valor. Pero cuando el amigo erudito tuvo entre sus manos los papeles del cartapacio, su rostro palideció. Acababa de descubrir la firma del pintor Francisco de Goya al final de una de aquellas hojas..."
--Con esto—dijo cuando recuperó el habla—te harás rico.
Al poco tiempo, varias editoriales mostraron su interés en comprar al visitador del Rastro madrileño la joya escrita de su propiedad. Aconsejado por su amigo erudito, firmó un contrato sustancioso con una de ellas y hasta el presente no deja de recibir cantidades suculentas de dinero por los derechos de propiedad del escrito.
Ya va siendo hora de que demos cuenta del contenido de El perro de Goya. El pintor aragonés se había trasladado a Madrid en 1775 donde empezó a trabajar en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, cuya sección pictórica estaba a cargo de Bayeu. Éste le encargó la realización de cartones para unos tapices que decorarían las habitaciones del futuro Carlos IV y su esposa María Luisa de Parma en el Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial. El motivo principal era la caza y en casi todos los cuadros figuraban los perros, animales por los que Goya sentía veneración. Fue tanta la fama que el pintor obtuvo por aquel trabajo, que los nobles le invitaban a sus fiestas y cacerías, actividad a la que Goya era gran aficionado, y su pintura era la más cotizada de Madrid. Tanto que en 1786 fue nombrado pintor del rey con un sueldo de quince mil reales. Entre ese año y los dos siguientes pintó cinco versiones de Carlos III cazador. Cuando el monarca murió y accedió al trono su hijo Carlos IV, éste le encargó varios retratos de él y de la reina para ser expuestos durante su proclamación. Los monarcas quedaron tan satisfechos con la labor del pintor que éste fue nombrado pintor de cámara, siéndole concedido el título de excelencia. En 1792 sufrió una grave enfermedad, causada por la inhalación de las sales de plomo de las pinturas, que lo dejó sordo para el resto de su vida. Y su salud se volvió precaria, cosa que no le impidió ser nombrado en 1795 director de la Academia de San Fernando. Ese mismo año conoció s los duques de Alba, para quienes trabajó y de cuya duquesa se enamoró tan perdidamente que cuando Cayetana enviudó y se retiró a Sanlúcar de Barrameda, Goya la visitó y pintó en varias ocasiones. En 1797 dimitió de su cargo de director por discrepancias con los planes de estudio de la Academia. Por entonces la sordera del pintor se acentuó tanto que el artista se encerró en sí mismo desatando libérrimamente su imaginación y enriqueciendo su vida interior. Fruto de esta última actitud fueron más de ochenta aguafuertes, a los que tituló Los caprichos, colección de obras en la que Goya critica con acidez la ignorancia y las supersticiones de la sociedad de su época. Se trata de escenas fantásticas y violentas que, al ser conocidas, fueron denunciadas ante el tribunal de la Inquisición. Aun así, continuó adelante con su modo de concebir el arte y, por ejemplo, a partir de 1800 empezó a aplicar en sus retratos valientes soluciones para la composición de los cuadros o la postura de sus modelos. El caso más singular fue La familia de Carlos IV, que se presentó en 1801 y, por lo que parece, aunque el cuadro agradó a la familia real, Goya no volvió a recibir ningún encargo hasta siete años más tarde. Entonces tuvo lugar la invasión napoleónica y, en contra de toda lógica, el pintor juró fidelidad a José Bonaporte, hermano del invasor. Y hasta colaboró en la selección de cincuenta cuadros que serían llevados a Francia como botín de guerra. Sin embargo, su alma se dividió entre las ideas liberales del bonapartismo y el sufrimiento de los patriotas que se resistían luchando a la ocupación francesa, como lo muestran algunos de sus cuadros como El 3 de mayo en Madrid o La carga de los mamelucos, entre otros. Más tarde dedicó a las consecuencias luctuosas de la guerra otros ochenta grabados al aguafuerte que títuló precisamente Los desastres de la guerra, los cuales mantuvo inéditos porque temía que su alto contenido satírico y anticlerical despertara la reacción de Fernando VII, que había recuperado el trono en 1814 y que estaba suprimiendo los restos liberales del bonapartismo. Cinco años después compró la quinta que el pueblo llamaría del Sordo, que se levantaba a orillas del Manzanares, y allí se mudó. En sus paredes pintó al óleo una serie que llamó Pinturas Negras. Y aquí es donde sale el cuadro titulado El perro. El cuadro ocupó la sala del primer piso y el motivo primero era una escena cruel en la que un perro, situado en la parte inferior izquierda, mira con terror cómo un hombre, de aviesa mirada y armado de un garrote, se dispone a descargar el golpe sobre el pobre animal. El pintor lo pintó no sin mucho convencimiento aunque deseoso de acabar con la atroz costumbre de cieros amos de deshacerse de su perro cuando éste se vuelve inútil para sus planes, ya pensando en las labores de la caza, ya de simple guardián de sus bienes. El caso fue que, una vez acabado el cuadro, a Goya la simple vista del animal amenazado por la insensible porra le horrorizaba tanto que no podía pasar por la sala de la pintura sin sentir escalofríos. Así que un día, cogió la paleta bien cargada de pintura y, a grandes brochazos, cubrió de tonos anaranjados el hombre amenzazador de la derecha, dando lugar a una especie de atmósfera encendida y aborrascada, como si de un cielo tormentoso se tratara. Luego, hizo lo mismo con el cuerpo del can, cubriéndolo con una mancha morada teñida a trechos con aguas naranjas y dejando sólo al descubierto su cabeza, con esa mirada entre suplicante y aterrorizada que llama poderosamente a la piedad del espectador. Horas estuvo aplicando pintura en lo que quedó finalmente como parte de una colina que oculta el cuerpo del perro y más horas aún en el resto del cuadro, el que ocupa más de las tres cuartas partes del mismo y que corresponde al cielo amenazante, hacia el que sigue mirando con inquietud el pobre animal. Sin embargo, a un buen observador no se le puede escapar la silueta velada de la derecha del cuadro (parece como si la sombra del hombre castigador siguiese amenazando al perro desde el Más Allá).
Hasta aquí el texto de El perro de Goya.

HILO DIRECTO CON DIOS


lunes, 28 de abril de 2008

COSECHA AGRIDULCE

I

Lo peor del regreso

Lo peor del regreso fue volver
a ver la casa sola en la plazuela,
en medio de las otras aún vividas,
con los balcones ciegos, el tejado
amenazando ruina y las ventanas
y las puertas clavadas con olvido.
Lo demás se reía en torno nuestro,
el río, el puente, el cielo, las murallas,
el vino en las tabernas...Todo ajeno
a nosotros marchaba sin nostalgia.
Decían en el barrio que las cuatro
paredes de la casa algún mal día
se alzarían formando un restaurante,
un hotel o un asilo... Herida el alma,
soñábamos con ansia, deseábamos
que el recuerdo olvidara sus manías
y mantuviera perenne el mundo aquel
en que fue dulce Arcadia nuestra casa.
Ilusión de poeta, siempre vuelo
de nube vaporosa, esencia inútil
de humo tras el fuego, como el mundo.


Teatro

Brazos de amor sobre el dolor de antaño.
Sangre mezclada con aplausos.
Eurípides, Jasón, Medea, coros
y máscaras de mitos que en amargos
abrazos os mezcláis también con dioses
impíos, despistados.
Desde la alta terraza del Pretorio os conjuro
a que la espada del luto no abra tumbas
entre hijos y padres,
entre esposas y esposos...

Fémures de columnas,
capiteles traídos a traición
para morder el césped sin descanso,
entre bravos cipreses
cansados de dar sombra
a memorias de fuegos extinguidos.
y dioses fragmentados.

Jasón sigue la pauta de los mitos
y Medea obedece a las espadas.
Triunfa el dolor de nuevo y se hace antiguo
el rito de los celos entre máscaras.

Medea escribe a solas la gran sombra:
VENGANZA. Permanece
un pellizco de luto en el estómago
mientras un tren de cercanías, lento,
nos devuelve a los usos cotidianos.


Azar interior

Cuando cambia la música que alienta
la luz de nuestros cuerpos
despertando dolores olvidados,
cuando el verso más lírico de amor
cede el paso a la prosa del instinto
y el barro sólo es barro sin su duende,
columpios de la sangre,
vanos mares que rompen playas dulces
en sórdidos vaivenes.
Cuando Dios se aparta más de los caminos
por donde transita el hombre
haciéndose más sordo, más distante,
poniendo más difícil la sonrisa
y más fácil la duda... Entonces debe
seguir el corazón su río oscuro,
el azar interior que no le engaña.
Tal vez así, a relámpagos,
a ratos de poema,
venga un poco de luz en el vagón
perdido en los andenes
y el corazón acierte con la boca
del metro más cercana.




Declaración de principios

Vivir este presente, esta caricia
de invierno y de cerveza, estos donaires
de andamio consentido y cama alegre
donde el amor es cómplice del sexo.
Usar la voz de aquí, el gesto de ahora,
comprobar que la trama de la vida
no es alma de novela:
sólo huella y rastro y gesto y canto
de latido presente,
sencillo compromiso con la esencia
de ser antes que nada flor que muere,
fuego humilde que arde con la leña
que el día le depara con segura
certidumbre final de ser ceniza.

Y aprender del paso cotidiano
que todos somos barros en los dedos
del tiempo o de algún dios
que nos puso de pie una mañana.
Y sin embargo, crecer con madurez
de uva que algún día será vino.
Mientras nos va tejiendo verso a verso
el poema irrepetible
de derrotas y triunfos que es la vida,
cuando la infancia es siempre
y empuja la espiral hacia el futuro,
que a la vez es lealtad a los cimientos.


Estanque

El banco favorito. Y el estanque.
Los llantos de las tórtolas en el pinar vecino.
El aire acariciando los habanos
de las inquietas espadañas. Era
la tarde, el tiempo vivo.
Y nosotros, testigos del presente.
Como dioses. Sin pecado o condena.
Alimentándonos
con nuestro propio éxtasis.

Ni antes ni después,
la hora exacta, ésta
del agua que se empina en la espadaña
y del árbol que devuelve a la tierra
la esencia universal, total, del cielo.
Hora mágica y justa en que el labio enmudece
para que se oiga sólo la palabra
de la mañana niña, ésta que juega
con el sexo impoluto del nenúfar
y la pasión fogosa de la acacia.


Playa

Baila el mástil sobre el lomo del mar
y las gaviotas escriben en la arena
el mensaje del sol.
Sobre la piel irradia
el calor de este mayo que se esfuma
hacia el verano cada vez más próximo.

Mi sombra con su sombra
pegadas a la arena:
voz y silencio de la luz que aguarda.

El tiempo es un reloj que sólo sueña
en el beso lineal de sus agujas,
en el beso total de nuestras sombras.
Baila el mástil ausente.
Y de la arena, fuego rosa que besa,
Las gaviotas se esfuman en cenizas.


Desde el espejo

Porque sin duda la verdad del hombre
es este niño
que nunca quiso ser los ojos tristes
que le miran con miedo desde el fiel
e insobornable espejo.
Aquella otra verdad acaba ajándose,
aquella otra verdad que nos llovía
de manos de aquel Dios que nos miraba
jugar con la inocencia y se reía
y no decía nada, como siempre,
mientras ya la impaciencia nos echaba
inexorablemente al mar de los adultos.
Demasiada verdad para este niño
que nos sigue mirando desde el fiel
e insobornable espejo.

EL HOMBRE DEL ABRIGO DE TERCIOPELO

James Mattew fue siempre de baja estatura y de rasgos juveniles. Esto, unido a que poseía un carácter muy infantil, le hizo parecer siempre un niño a los ojos de los demás, y eso que vivió hasta los setenta y siete años. Le gustaba fantasear y jugar con los niños para, según decía, no envejecer nunca ni parecerse a los enfurruñados adultos con los que a veces se veía obligado a convivir. Otra cosa que hacía para conjurar el tiempo era leer incesantemente libros de aventuras y fábulas que lo instalaban en ambientes idílicos y felices, tan distintos y hasta opuestos a los que diariamente tenía que vivir. Los que trataban de viajes a lugares exóticos y presentaban vidas de solitarios y náufragos que, contra cualquier inconveniente real, esgrimían soluciones ingeniosas para salir adelante. Uno de los libros que había leído más veces fue “Robinson Crusoe”. Al principio fue su madre quien se lo leía de muy niño, pero en cuanto aprendió a leer ya no se separó nunca de la obra que había escrito otro famoso escocés, Robert Louis Stevenson, y lo tenía a mano en la mesilla de noche junto a su cama y se lo llevaba en la cartera cuando tenía que ir a la escuela y más tarde, en la maleta, con motivo de realizar algún viaje. Pero el tiempo pasaba sin contar con James y llegó el día de ingresar en la universidad a realizar sus estudios. Tenía diecinueve años, y una tarde fría en que había nevado y convertido a Edimburgo en una gigantesca tarta de nata, caminaba distraído por la calle, pensando en duendes, indios o piratas. Al torcer una esquina, tropezó con un hombre que caminaba distraído como él. Se disculparon ambos, y entonces James se fijó en la ropa que llevaba el otro. Un gran abrigo de terciopelo lo cubría totalmente. Al momento pensó que era uno de esos dandis que se pasan la vida vegetando y sin dar ni golpe sólo porque al nacer han tenido la fortuna de ser hijos de poderosas familias que antes de abrir la boca satisfacen sus deseos. El hombre del abrigo de terciopelo, que ha adivinado el pensamiento de James, para contradecir sus reflexiones, lo invitó a una taza de té caliente en un bar cercano y a charlar amigablemente.
Allí dentro y ya sentados a una mesa y con el té humeante ante ellos, los primeros pensamientos empezaron a cambiar en la cabeza de James. Su acompañante, despojado de su abrigo de terciopelo, parecía otro bien distinto. Aunque se le veía bastante mayor que el universitario, el rostro del hombre era juvenil y en su mirada había brillos bondadosos. Por lo que James dejó que se esfumasen del todo sus prejuicios, y más cuando el recién conocido le dijo que sabía ya lo que había pensado de él nada más verle enfundado en el abrigo de terciopelo, pero que el hábito no hace al monje. James al punto se sintió avergonzado, pero el hombre lo calmó diciéndole que no era el primero que reaccionaba así al verlo. “Así como me ves”, continuó diciendo el hombre, “soy más sencillo que el suelo, que todo el mundo lo pisa, y tan misterioso como el cielo, que aunque todo el mundo puede verlo nadie sabe qué vendrá de él a la hora siguiente, si sol o nubes o lluvia o esta nieve que ha pintado de blanco la ciudad en poco tiempo. Y fantaseador de historias. Quiero decir que me gusta contar aventuras de todas clases, que suelen ser inventadas.” Al oírle decir aquello, James estuvo a punto de confesar su secreto, que no era otro que el del hombre del abrigo de terciopelo, o sea, el de inventar cuentos. Pero no le dijo nada, se limitó a escuchar a aquel hombre, que hablaba y hablaba de hombres solitarios y valientes que sabían salir de sus propias trampas y de las que los demás le tendían. Era muy culto y había visitado casi todas las librerías y bibliotecas del país.
A James, después de aquella jornada memorable, nunca se le olvidó la cara, la mirada y la voz ingeniosa de aquel hombre que siempre fue para él el hombre del abrigo de terciopelo. Hasta que años más tarde vio su figura retratada en un periódico y al pie esta frase: “El escritor Robert Luis Stevenson” Era él, el autor del libro que más había leído en su vida y a quien admiraba tanto. Y cuando él mismo puso su nombre, James Mattew Barrie, debajo del título de su libro más conocido, “Peter Pan y Wendy”, recordó con nostalgia aquella charla que había mantenido con uno de sus maestros.

LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

B) LIBROS DE LECTURA

Eran años aquellos en que los libros de lecturas para chicos y chicas, graduados según las dificultades de los textos y la edad de los lectores, incluían cíclicamente lecturas que se referían a la vida de familia en el hogar, a la escuela considerada como prolongación de la casa, a momentos agridulces vividos en familia, la muerte de un ser querido, la primera comunión, el santo de la abuela...; también había cuentos entrañables que recordaban festividades vividas en familia como la Noche de Reyes o, simplemente, recordatorios de las narraciones que oíamos desde muy pequeños, siempre basadas en los clásicos de Perrault o de los hermanos Grimm (¿quién no ha oído mil versiones y tratamientos, por ejemplo, del Gato con botas?). En dichos libros se incluían también poesías que tenían que ver con el hogar, y ahí figuraban poemas de Fernández Grilo, la Reyerta infantil, de Juan de Dios Peza o La muñeca, de Vital Aza, y relatos que nos ponían en contacto con otros países, cuanto más lejanos mejor (Japón, Alaska, Estados Unidos); y no faltaban, por supuesto, referencias a figuras y personalidades históricas que habían hecho de España nuestro común hogar (Fernando III el Santo, Cristóbal Colón, Alfonso X el Sabio); cerraban la lectura con broche de oro los santos españoles que habían convertido su personal camino del cielo en nuestro eterno hogar (San Tarsicio, Santa Casilda, San Juan de la Cruz). Ejemplos de ello eran los libros que Ediciones Jover publicaba en Barcelona en los años sesenta: Amigos, que constituía un primer grado de lectura, y Hogar, el libro de lectura normal.
O los de Mantilla, que era una serie de libros de lectura, también de Barcelona, aunque algo anteriores que los dos citados. Analizando, por ejemplo, el Libro de lectura número 3, vemos entre los Trozos escogidos en prosa Máximas y aforismos, Trozos sacados de los Evangelios (de San Mateo y San Juan), Anécdotas (Amor a la Patria, Amor filial...), textos de autores sobre los más diversos temas de interés para los chicos, como “La lectura”, de Balmes, “El rico y el pobre”, de Feijoo, “El amor”, de Mateo Alemán, “La arquitectura árabe”, de Pedro de Madrazo, “Elegancia de la lengua castellana”, de G. Garcés, o el “Discurso de las armas y las letras”, de Cervantes.
La segunda parte se titula Poetas españoles e hispanoamericanos, y éstos son algunos de los poemas que figuran en ella: A Cristóbal Colón, de R. M. Baralt, A una golondrina, de Carolina Coronado, o Noche serena, de Fray Luis de León.
O las Páginas selectas, “lectura para niños escogida y ordenada”, como reza en el subtítulo, y editadas por Dalmau Carles, en Gerona. Entre los “Trabajos en prosa” destacan “El espejo de Matsuyama”, de Juan Valera, “Los guantes”, de Miguel Ramos Carrión, “Rafael”, de Lamartine, “La misa de los muertos”, de J. Manuel de Sabando, o “Una tarde invierno”, de Pi y Margall, mientras que aprendíamos o recitábamos sólo de sus “Trabajos en verso” El crucifijo de mi hogar, de Núñez de Arce, A un impaciente, de Manuel Sandoval, El pueblo del porvenir, de Zorrilla, o La catarata y el ruiseñor, de Manuel Reina.
También eran muy conocidas las Joyas literarias para los niños, editadas en Madrid y con una “breve reseña histórica de nuestra literatura y colección de biografías de notables escritores españoles, antiguos y modernos, seguidas de artículos, poesías o trozos literarios de los mismos”, según se nos aclara en la portada. Lo mismo que el anterior, aunque mezclados y en orden cronológico descendiente, incluye textos en prosa y en verso, además de una “Breve noticia histórica de la Literatura española”. Entre los textos en prosa destacamos “El combate de Trafalgar”, de Galdós, “El alma de las cosas”, de Alejandro Sawa, “El Quijote”, de Menéndez y Pelayo, “Peñas arriba”, de José María Pereda, o La Nochebuena del poeta, de Pedro A. de Alarcón, que incluye aquellos cuatro versos llenos de melancolía, inolvidables:
“La Nochebuena se viene,
la Nochebuena se va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más”.
Otro ejemplo lo constituyen los Cuentos, leyendas y narraciones que en mi ciudad natal, Zamora, dio a conocer Cesáreo Herrero distribuidos en tres grados, con relatos tan entrañables como “Señor, aquí está Juan”, de Fernán Caballero, “El espíritu de las aguas”, “El doctor sabelotodo”, y poesías del propio Cesáreo Herrero, como la titulada Carbonero y de otos autores, como la Nana, de J. De Ibarbourou, o Canto a la bandera, de Villaespesa.
No puedo pasar por alto aquí un libro titulado Mis amores, que, como reza en el subtítulo, es “una colección de artículos y poesías de los mejores literatos contemporáneos hispano-americanos (reunidos) para que sirvan de lectura educativa, emotiva y sugestiva en las escuelas de niños y niñas”, escogidos y ordenados por don Manuel Guiu Cucurull. Desde la editorial se tenía la convicción de que, a la vez que los niños aprendían y conocían con toda su pureza el idioma patrio, se conseguía que con tales modelos se enfocara el pensamiento infantil hacia la Verdad, y el sentimiento hacia la Bondad y la Belleza; de modo que, al afear los vicios, se embellecían las virtudes. Los trozos literarios y los poemas del libro se agrupaban en diversos apartados: Amor filial , es el primero, donde destacan, entre otros, El ama, de Gabriel y Galán, o El gaitero de Gijón, de Campoamor. El segundo apartado es el Amor a la escuela, con poemas como Los pajarillos sueltos, de Vicente Medina, o La pluma, la mano y la cabeza, de Manuel del Palacio. El tercero se llama Amor a la patria y en él sobresalen, entre otros, Castilla, de Núñez de Arce, o La marcha real española, de Eduardo Marquina. El cuarto amor es el Amor a la humanidad , que contiene poemas como La calumnia, de Rubén Darío, o El nido, de Juan de Dios Peza. Amor a la ciencia y al arte es el siguiente apartado, en el que figuran poemas como A la lengua castellana, de José Mercado, o El pensamiento, de Calderón de la Barca. Amor a la naturaleza es otro apartado, que incluye poemas como A un ruiseñor, de Espronceda,. o La lluvia, de Meléndez Valdés. El último apartado es el Amor a Dios y en él leemos poemas como los siguientes: Himno a María, de José Zorrilla, o El Cristo de mi escuela, de Miguel Benítez de Castro. Estos son algunos de los poemas del libro, pero también, como queda dicho, es rico en fragmentos en prosa, cuyos autores son, entre otros, Ramos Carrión, E. de Amicis, Pérez Galdós, Martínez Sierra, Castelar, Pardo Bazán...
Tampoco podemos olvidar otro libro típico de la época a que nos estamos refiriendo, titulado El amigo, “método completo de lectura”, según reza en la cubierta, en el que aparecen, junto a trozos de prosa que tratan los más diversos temas (desde la propia presentación del libro como un ser que sirve de utilidad para el que lo lee, hasta asuntos morales (“Fe, esperanza y caridad”, “Conformidad”,”La conciencia” o “La legalidad”), higiénicos y de salud (“Luciérnagas por linternas”, “La salud” o “Nuestro servidor”), pasando por temas gramaticales (“La palabra”, “Sí y no”, “Tiempos del ser” o “Nombre, artículo y pronombre”), mitológicos y religiosos (“Júpiter y la oveja”, “Bato” o “Las lentejas de Esaú”), sociales (“Los tres amigos”, Beneficencia”, “Respeto a los viejos” o “Idea civil”) y de amor a la naturaleza y a los animales ( “El agua”, “El más fuerte”, “Naturaleza” o “El viento, el sol y el peregrino”) y a los héroes patrióticos que defendieron a España contra los invasores : “Pedro Velarde”, “Zaragoza”, “Mariano Álvarez” o “El alto ejemplo”). También incluye bastantes poemas: la décima que dice:
“Tú, cumplir aquí procura
con constancia sin igual
cuanto es lícito al mortal
y debe hacer la criatura;
al santo Dios de la altura
encomiéndale tu alma,
y así vivirás con calma,
porque Dios, sabio y prudente,
al fin te dará indulgente
de tus virtudes la palma”;
la fábula Las ranas pidiendo rey, descripciones líricas como La casa, versos inflamados como los de Bernardo López García que cantan a la Guerra de la Independencia u otros más serenos, como los de La honra, de Blanco Belmonte.
Ni las Lecturas escolares (Notas históricas y páginas selectas de literatura castellana), de Concepción Sáiz, en tres tomos. Para hacernos una idea de cómo eran estas lecturas, seleccionamos el primer tomo, que abarca los siglos XII al XV, para analizarlo sucintamente. Sin embargo, quisiera citar antes unas palabras de la autora presentes en el prólogo porque me parecen de suma importancia y son, además, muy oportunas en el estudio que estamos realizando; son éstas: “Tiene cada nación su característica racial; a ella deben adaptarse los medios educativos, si la educación ha de ser educación, desarrollo y perfeccionamiento de las cualidades nativas” Y un poco más adelante: “La lengua patria, creada al par de la nacionalidad, integra la característica personal del pueblo que al formarla condensó en ella sus heroísmos, sus dolores, sus triunfos, sus derrotas, sus ansias, sus amores, sus ideales, sus creencias, su vida entera”.
En el Capítulo I se exponen los Antecedentes de la Literatura castellana, que, como dice la autora, “considerada como expresión del alma nacional, sintetiza toda la vida espiritual de nuestro pueblo, desde los comienzos de su formación”. Y un poco más adelante: “En la formación accidentada de nuestra nacionalidad y, por tanto, de nuestro carácter racial y de nuestra Literatura, intervinieron con los elementos latinos y septentrionales otros tan contrapuestos como los árabes y hebreos.” Y enseguida, se procede, en el Capítulo II, a mostrarnos los primeros versos del Cantar del Cid, los que corresponden a su destierro; en el III, aparece Berceo con un fragmento de su Vida de Santo Domingo, que incluye aquellos alejandrinos, que aprendimos todos:
“Quiero fer una prosa en roman paladino
en el qual suele el pueblo fablar a su veçino,
ca no so tan letrado por fer otro latino,
bien valdrá commo creo un vaso de bon vino”,
y el primer Milagro de Nuestra Señora, el de la casulla inconsútil de San Ildefonso; y entre otros fragmentos, uno del Poema de Apolonio y un par de Cantigas de Alfonso X el Sabio; las grandes figuras de la Literatura castellana del siglo XIV ocupan el Capítulo IV, entre ellas, el Arcipreste de Hita con algunos Gozos de Santa María y versos de la Pelea que hobo don carnal con la Quaresma, entre otras muestras; el Canciller Ayala y cuadernas vías de su Rimado de Palacio, o el rabí Don Sem Tob con algunos de sus Proverbios morales; el Capítulo V se ocupa del Marqués de Santillana (la Serranilla de la vaquera de la Finojosa y un par de aquellos sonetos suyos fechos al itálico modo), de Juan de Mena (trozos del Laberinto), o de Rodríguez del Padrón (la Canción que empieza “Fuego del divino rayo”).
Gómez Manrique, con su Canto de cuna y Jorge Manrique, con sus Coplas íntegras, entre otros, son presentados en el Capítulo VI; finalmente, el Capítulo VII se ocupa de los Romances, cuyos ejemplos más destacados son: el de don Rodrigo, el de Bernardo del Carpio, el del conde Fernán González y algunos del Cid, entre los históricos; el del asalto a Baeza, el de Abenámar o el del rey moro que perdió Alhama, entre los fronterizos; y el de Fontefrida, el del conde Arnaldos o el de doña Alda, entre los novelescos y caballerescos.
Ni la Antología del hogar, de María Luz Morales, exclusiva para niñas. En el prólogo se nos explica la razón del título : “...El hogar es el centro vital, el crisol en amor encendido, de donde deben partir, donde deben forjarse todos los nobles anhelos, todas las justas aspiraciones femeninas”. El libro está estructurado en cinco partes y cada una de ellas aparece profusamente ilustrada por textos en prosa y en verso sabiamente escogidos. Veamos algunos ejemplos. En la primera parte, La casa y la mujer, donde la autora nos dice cosas como que “Para que una casa sea un hogar precisa que tenga un corazón” y “El corazón del hogar lo ponen el amor, la armonía, la sensibilidad, de quienes la habitan”, pueden leerse textos de los siguientes autores: de Salomón, La mujer fuerte : “Mujer fuerte ¿quién la hallará? Su estima sobrepuja largamente a la de las piedras preciosas. El corazón de su marido está en ella confiado y no sufrirá despojo. Darále ella bien, y no mal todos los días de su vida. Buscó lana y lino y con voluntad labró de sus manos. Fue como navío de mercader: trajo su pan desde lejos. Levantóse aún de noche y dio comida a su familia y ración a sus criados”...; de F. James, El comedor : “Eres tú, comedor, la despensa divina: ya sea que encierres el higo que mordió el mirlo, o la cereza comida por el gorrión, o el arenque que ha visto el coral y las esponjas, o la codorniz que sollozó el nocturno de las mentas, o la miel de otoño cogida bajo los rayos del sol moreno”...; de G. Martínez Sierra, La mesa, o de J. Ramón Jiménez, Cuarto.
En Niños y madres, donde se empieza diciéndonos que “la compañía de los niños es la mejor: es grata, es alegre, lo mismo mientras somos niños a nuestra vez que cuando hace ya mucho tiempo que dejamos de serlo”, hallamos la Romanza sin palabras, de Maragall, o El manantial, de Tagore: “¿Sabe alguien de dónde viene el sueño que pasa volando por los ojos del niño? Sí. Dicen que mora en la aldea de las hadas; que por la sombra de una floresta, vagamente alumbrada de luciérnagas, cuelgan dos tímidos capullos de encanto, de donde viene el sueño a besar los ojos del niño”.
En La paz, leemos poemas como La rosa blanca, de José Martí o Fraternidad humana, de Paul Fort, y prosas bellas de Amado Nervo y de E. María Remarque sobre los rencores y los horrores que produce la guerra.
En Trabajo y alegría, adonde se nos introduce diciendo del trabajo que será el mejor compañero de la vida: “el que estará a tu lado siempre que lo llames, el que dará pan a tu mesa, rescoldo a tu hogar, primor y dignidad a tu casa”, se incluyen poemas como Mi vaquerillo, de Gabriel y Galán, o bellas prosas como La oración de la maestra, de Gabriela Mistral: “¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la tierra. Dame el amor único de mi escuela; que ni la quemadura de la belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes. Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto”...
Finalmente, en Naturaleza, podemos leer la ternura lírica de El canario se muere, de J. Ramón Jiménez : “Mira, Platero; el canario de los niños ha amanecido hoy muerto en su jaula de plata. Es verdad que el pobre estaba ya muy viejo...El invierno último, tú te acuerdas muy bien, lo pasó silencioso, con la cabeza escondida en el plumón. Y al entrar esta primavera, cuando el sol hacía del jardín la estancia abierta y abrían las mejores rosas del patio, él quiso también engalanar la vida nueva, y cantó; pero su voz era quebradiza y asmática, como la voz de una flauta cascada”...; o la Balada de la placeta, de Federico García Lorca, La espiga, de Rubén darío, o La vaca ciega, de J. Maragall.
Tampoco quiero dejar de mencionar un librito, curioso donde los haya, del P. José Prat, S. J. titulado Nuevas lecturas para la infancia, que, además de buscar, según se nos dice en el prólogo, la reeducación de la fonación incorrecta de los escolares por medio de juegos de palabras y entretenimientos de amena lectura, incluye anécdotas, relatos y poemas que conviene destacar. Entre las anécdotas hay una de Napoleón, según la cual desengañó a sus compañeros de armas sobre cuál había sido el día más hermoso de su vida diciéndoles que el día más bello de su vida había sido el de su Primera Comunión; otra de Guillermo II de Alemania ocurrida con una niña quien, tras haber sido preguntada por el reino a que pertenecían una naranja, una moneda con su efigie y su real persona, contestó sin inmutarse: la naranja al reino vegetal, la moneda al reino mineral y Su Majestad al ...reino de Dios (y no al reino animal, como suponía que iba a contestar la niña), y más. Entre los relatos destacan La insignia adorada (que no es otra cosa que un escapulario que echa de menos un colegial antes de dormirse), Obediencia ejemplarísima (sobre la vocación del profeta Samuel ante la llamada de Dios) o La mariposa y la abeja (sobre la constancia y la paciencia en el trabajo). Respecto de los poemas, el librito incluye, entre otros, Las ermitas de la sierra de Córdoba, de A. Fernández Grilo, o El chico, el mulo y el gato, de Campoamor. Y cerraré este apartado citando un librito de principios de siglo que fue muy utilizado en la época de referencia y que está en consonancia con los aludidos más arriba. Se titula Elocuencia y poesía castellanas, “colección de fragmentos en prosa y verso entresacados de notables escritores de los siglos XVIII y XIX para ejercicios de lectura en las escuelas primarias precedida de una breve reseña de la Literatura española”, según reza en el subtítulo. Choca en primer lugar la reducción de los textos a esos dos siglos, pero enseguida, ya en el prólogo, se nos da la causa de esa acotación: “Presentar al niño asuntos e ideas que estén más a su alcance que los modelos literarios de épocas pasadas, más propios sin duda para estudiarse en la segunda enseñanza y cuando el juicio está desarrollado”. Vuelve a separarse aquí la prosa y el verso, y entre los textos de la primera hallamos los siguientes: “Yo quiero ser cómico”, de Larra, “La Biblia”, de Donoso Cortés, “Los artistas”, de Mesonero Romanos, “Los Reyes Católicos”, de Modesto Lafuente, “Montserrat”, de P. Piferrer, o “La esperanza”, de José Selgas.
Mientras que en el apartado de la poesía, podemos leer composiciones como La presencia de Dios, de Meléndez Valdés:
El burro flautista”, de Iriarte Rimas, de Bécquer El sol y la noche, de Adelardo López de Ayala

viernes, 25 de abril de 2008

LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

3. Versos para niños y Libros de lectura

A) Versos para niños

Recuerdo de la escuela que don Andrés, mi primer Maestro Nacional, tenía siempre en su mesa algún libro del inefable Antonio Fernández, su Enciclopedia Práctica en todos sus grados, Iniciaciones, Estampas evangélicas o los famosos Versos para niños, de los cuales nos leía de vez en cuando la Oración de J. A. Silva , la Canción del pastor en vela de J. García Nieto , el Crepúsculo campesino de Francisco Villaespesa o la Marcha triunfal de Rubén Darío, de ritmos tan marciales, aquellos versos que el maestro escribía en la pizarra para que los copiáramos con esmerada caligrafía en nuestros cuadernos antes de aprenderlos de memoria:
“¡Ya viene el cortejo!
¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines.
La espada se anuncia con vivo reflejo.
¡Ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines!”.
O una de mis favoritas por entonces, El molino, de Antonio Fernández Grilo :
“Sigue el agua su camino
y al pasar por la arboleda,
mueve impaciente la rueda
del solitario molino.
Cantan alegres
los molineros,
llevando el trigo
de los graneros;
trémula el agua
lenta camina;
rueda la rueda,
brota la harina,
y allí en el fondo
del caserío
a par del hombre
trabaja el río...”.
Versos para niños, que llevaba de subtítulo “Antología lírica ilustrada de poesías recitables”, con el tiempo se convirtió en un referente necesario para hacer nuevos libros de poesía para niños. En su prefacio Antonio Fernández, seleccionador de los poemas del libro y también autor de bastantes de los poemas que figuran en él, nos da una pista de cómo ha de ser la orientación de dichos libros. Citamos sus propias palabras: “Unas poesías recuerdan las nanas con que tu madre duerme en la cuna a tus hermanos más pequeños, otras se refieren a tus juegos y devociones, y algunas te ponen frente a las glorias de nuestra Patria para que aprendas a cantarla y a amarla. Y todas tratan de cultivar tus sentimientos y depurar tus aficiones, de forma que, habituándote a su ritmo y a su belleza, te hagan rechazar con energía las lecturas torpes, como se rechaza una ortiga después de oler una flor...” Y en efecto, en el libro pueden encontrarse, además de las citadas más arriba, poesías que son nanas o canciones de cuna, oraciones y plegarias a la Virgen, a Dios y a Cristo Crucificado, junto con villancicos que celebran el Nacimiento, juegos, diversiones, descripciones de paisajes, elogios del trabajo y de virtudes humanas, cantos a la Patria y a sus héroes, en una palabra, modelos líricos para cultivar los sentimientos de la época, reducidos a ensalzar la religión católica, la Patria, el paisaje español y la vida laboriosa y honrada de sus gentes. Y entre los poetas más frecuentes, aquellos más cercanos a la doctrina del Movimiento: Foxá, Pemán , Manuel Machado, Federico de Urrutia, Adriano del Valle, Enrique de Mesa, el P. Julio Alarcón o Luis Fernández Ardavín, para no hacer excesivamente larga la lista y otros anteriores de quienes extrajeron lo que mejor iba con sus postulados, como Gabriel y Galán, Marquina, Vicente Medina o Villaespesa, además de los clásicos como Lope de Vega, Góngora o los anónimos del Romacero, sin que faltaran, para completar la nómina, autores iberoamericanos cuyas composiciones respondieran a sus exigencias éticas y estéticas, como Nervo, Gabriela Mistral, Francisco Luis Bernárdez o Juana de Ibarbourou.
Los poemas de tales poetas, leídos por el maestro, adquirían a nuestros oídos valores inexcusables, entre otras cosas porque entonces se pensaba unánimemente que el maestro, ante sus alumnos, actuaba en nombre de Dios, de la Patria, de la familia, de la sociedad y de la cultura. Y se aceptaba cuanto de su iniciativa procediera. Lo mismo se aceptaba, por ejemplo, que la enseñanza del idioma en muchos casos se basara en la memorización de poesías que el maestro elegía cuidadosamente. Eran poesías que defendían los valores “eternos” de la familia, la abnegación y la honradez del trabajo de los pobres, el patriotismo, la religión cristiana; poemas muy sentimentales, llenos de ternura y conmiseración con los más débiles.

HILO DIRECTO CON DIOS


jueves, 24 de abril de 2008

CARTA ABIERTA

CARTA ABIERTA
Para Paco Gurrea, amigo y compañero

Querido Paco:
Hoy he visto que la gente te quería,
hablaba bien de ti
y alguna lágrima
salvaba algunos ojos
cuando el cura tu nombre pronunciaba.

Yo te sigo viendo, Paco, ahora
entre libros y amigos del Almendro
que soñó con nosotros un buen día.
La vida es amistad, si no, no es nada.
¿Recuerdas los partidos, la cerveza,
los días y las clases del Colegio
en que el gozo era estar entre palabras
y gestos conocidos? Era entonces
muy fácil la alegría. El verso fácil,
muy fácil la gramática del mundo
y más fácil aún la convivencia.
Porque tú les ponías otra luz,
aristas más amables. Te bastaba
una mirada inteligente, un comentario
lejano de la envidia y la soberbia,
un gesto que acallaba los olvidos.

Tu misa fue un recuerdo,
un abrazo a tu nombre
y a aquel tiempo mejor de aquel Colegio
entre pinos y amigos de los libros.
Después nos fuimos todos,
cada uno a su viento y sus olvidos,
su vida sin misterio, tan sujeta
a la prisa y los semáforos.
Pero tú te has quedado entre las páginas
de todos nuestros versos
y siempre te vendrás a los corrillos
donde hablemos de luz y de amistad,
porque tú eras la luz, y te bastaba
una simple mirada para alzarnos
en andamios de limpia libertad,
de paz y de cariño, ajenos siempre
a la estéril envidia o al olvido.

CARTA ABIERTA

martes, 22 de abril de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS


LA EDUCACIÓN LECTORA DEL FRANQUISMO

“QUÉ DEBO LEER”

Así se llamó un libro que, con el subtítulo “Guía de lecturas para hombres, mujeres y niños”, dio a conocer el escritor José Mª Borrás en la Sociedad General de publicaciones, S. A.. ( Barcelona, 1931) y que fue ampliamente utilizado en los años que siguieron a nuestra guerra civil y, en consecuencia, durante el franquismo. Ya en el Prólogo el autor asegura que las listas de libros que ofrece a lo largo de la obra “son para el gran público únicamente” y que no por ello el libro mostrado “puede ser útil para el lector corriente, ahorrándole trabajos y tanteos.” A la pregunta “¿Por qué debemos leer?” responde clara e incuestionablemente: “Para recrear el entendimiento, enriquecer la memoria, alimentar la voluntad, dilatar el corazón y satisfacer el espíritu.” De lo cual deduce el autor los tres tipos diferentes de lecturas: las que nos ofrecen los maestros de la literatura para nuestro recreo, las de estudio y consulta y las que cultivan nuestra sensibilidad y mejoran nuestra forma de ser. El resto del libro se limita a presentar varias listas: la primera de todas está constituida por “Los cien mejores libros, según Sir Lubbock”, lista que posee graves defectos: el más importante, el excesivo dominio de obras escritas en inglés (54 para ser más exactos); otros defectos: la lista contiene sólo un libro en español (menos mal que es El Quijote), uno en italiano (La Divina Comedia, claro), tres o cuatro en alemán, algunos más en francés y pocos pertenecientes a los clásicos griegos y latinos. La mejor lista para el autor es la llamada “Las cien obras maestras de la literatura universal, según Louis Dumur”, que contiene autores y obras de todo tiempo y lugar, desde la Biblia hasta las Poesías y Cuentos de Kipling. En las páginas siguientes Borrás abre un paréntesis para elogiar y comentar obras y autores de fama universal, desde la citada Biblia, para cuyo elogio recurre a las archiconocidas palabras de Donoso Cortés, hasta los clásicos griegos y latinos y la literatura cristiana, para afrontar, acto seguido, los diversos géneros literarios; en primer lugar, trata de la Poesía, citando listas de obras y autores pertenecientes a las principales literaturas españolas y extranjeras; haciendo lo mismo con el Teatro y siguiendo por los Cuentos y Novelas. Concluye las listas con libros que se refieren a los grupos siguientes: Historia, Biografía y Crítica artística, Diarios, Memorias y Epistolarios, Geografía y Viajes, Literatura científica, Ensayistas y moralistas, Sociología y Política, y Religión y Filosofía. Apenas deja libros importantes fuera aunque hay otros que se repiten en algunos grupos (cosa inevitable si se tiene en cuenta la similitud entre no pocos de ellos). El libro cobra su interés en las últimas páginas de la obra con los dos apartados siguientes: “¿Qué deben leer las mujeres?” y “Lecturas infantiles” No voy a decir nada sobre el primero, salvo que me parece de una discriminación aberrante respecto de las lecturas para hombres, que ya anteriormente se han llevado el mayor peso del libro (discriminación, no obstante, comprensiva si se tiene en cuenta la época de la que hablamos) Pero sí de las “Lecturas infantiles”, por considerarlo parte esencial del trabajo que me ocupa.
Nada más empezar el apartado, el autor se da prisa en dejar bien claro el espíritu que le ha movido a presentar las listas de libros para niños que más adelante lleva a cabo. Y así dice: “Conviene proporcionarles obras escritas ex profeso para ellos, cuidando ya desde un principio de que estos libros, por su valor literario, por su presentación, por la calidad de sus láminas, contribuyan a formar el gusto y la sensibilidad de los pequeñuelos.” Acto seguido, y siguiendo a Marcel Braunsvich, trata de las tres grandes etapas de la vida intelectual del niño antes de presentar la lista de libros correspondiente a cada uno de ellos.
Esquemáticamente, las etapas a que hemos hecho referencia, acompañadas por sus principales temas lectores, se presentarían así:
.-Primera: de 5 a 9 años.
Narraciones de hechos maravillosos y descripciones del mundo natural.
.-Segunda: de 9 a 12 años.
Narraciones y descripciones que satisfagan la imaginación.
Escenas y vivencias de la vida doméstica y escolar rodeadas de ensueño y fantasía.
Desde los 11 años dejará los cuentos infantiles y se interesará por las novelas de aventuras.
.-Tercera: de 13 a 15 años.
Primeras novelas con experiencias humanas vividas, que muestren los primeros dolores y gozos verdaderos de la existencia.
La historia humana y el dilatado ámbito del universo, y lo que hay en ellos de maravilla y apele a la imaginación infantil (aspectos curiosos de la tierra y del mundo material y las especiales particularidades de la vida de los animales y las plantas.
Finalmente, antes de mostrarnos las anunciadas listas de libros, el autor nos hace una advertencia del todo incuestionable, a mi parecer, y que sin duda juzgo lo más acertado de la página: “No les impongáis a los niños los libros y las lecturas. Que sean ellos quienes los pidan. Llevadles con frecuencia a visitar los escaparates de las librerías (...). Habladles con entusiasmo de los libros que leísteis en vuestra...” Yo añadiría que nos vieran leer a nosotros con frecuencia. El ejemplo es la mejor educación y la que mejor cala en las almas infantiles.
No hay sitio para copiar todos los libros que abarcan las tres listas. Basten unos ejemplos para que podamos hacernos una idea del contenido de cada una de ellas.
Lista primera: Cuentos de Perrault, de las Mil y una Noches, de Grimm, de Hadas, El gigante egoísta, de O. Wilde, Aventuras de Peter Pan, Alicia en el país de las maravillas, Leyendas de Oriente, Cuentos del Padre Coloma...
Lista segunda: La Odisea, Los caballeros de la Tabla Redonda, El Lazarillo de Tormes, Ivanhoe, La cabaña del tío Tom, La isla del Tesoro, Cuentos de Poe, Hace falta un muchacho, de Cuyás, Novelas de Julio Verne, de Emilio Salgari...
Lista tercera: Novelas de Dickens, de Kipling, La guerra de los mundos, de Wells, Novelas de Curwood, de Zane Grey, Beau Geste, de Wrent, Platero y yo, de J. R. Jiménez, Arte y costumbres de los pieles rojas, de Harris Salomón...




LAS LECTURAS DEL FRANQUISMO

Recuerdo que las primeras lecturas que cayeron en nuestras manos estaban basadas, en la mayoría de los casos, en los tebeos y las novelas populares que podían encontrarse fácilmente y por poco precio en los quioscos de nuestras ciudades. El Cachorro, el Guerrero del Antifaz o Roberto Alcázar y Pedrín, entre los primeros, y entre las segundas, las Novelas del FBI, las del Oeste, de Marcial Lafuente Estefanía o las Policiacas, de Silver Kane. Paralelamente, estaban los primeros textos literarios y las primeras poesías de los libros de la escuela y, al poco tiempo, los del Instituto.
En la lectura de los primeros, es decir, de los tebeos interesaba, más que el lenguaje o la calidad artística, el mensaje ideológico o los condicionamientos de la época, por ejemplo, el anticomunismo visceral del régimen franquista. Y obtuvieron un gran éxito porque ayudaban a evadirse de una realidad envuelta por la escasez de medios económicos o el recuerdo doloroso de la guerra civil recién pasada. Los tebeos y las novelas citados más arriba, y otros y otras por el estilo, lo mismo que la radio, el cine, el fútbol o los toros, sirvieron para olvidar el entramado político e ideológico que había derivado de los vencedores de la guerra civil. Uno de los casos más interesantes lo representó el cuaderno de aventuras llamado Hazañas Bélicas, cuyos relatos sucedían en escenarios exóticos: el desierto de Sahara, las selvas del sudeste asiático o las estepas rusas, para evitar el recuerdo tan cercano y propio de nuestra guerra. Y en cuanto a los motivos o temas principales tratados en ellos, tres elementos de gran significación en el franquismo se conjugaban en los cuadernos: el amor o la amistad, el patriotismo y Dios o la providencia divina que estaba siempre dispuesta a ayudar a los buenos.
Pero al lado del sentimentalismo relacionado con los puntos anteriores, se ensalzaba la guerra hasta el punto de hacerla necesaria para acabar con cualquier cosa que tuviera que ver con el comunismo, ideario capital de la ideología franquista, como ya hemos apuntado.
Uno de esos tebeos, editado por el Frente de Juventudes, tenía un nombre muy sonoro, pegadizo, Balalín, al que seguía el subtítulo Semanario de todos los niños españoles.
El antecedente de Balalín habría que buscarlo en otro de nombre eufónico, Jeromín, surgido en los años 30, que ya incluía entre sus páginas apartados que veremos en Balalín: Concursos de la revista, Cuentos breves, Conoce nuestra Patria, su historia, sus hombres, sus monumentos, Cromos para recortar, etc. Durante la Guerra surgieron otras revistas semanales como Pelayos, Flechas, Flechas y Pelayos, y en la posguerra, Chicos, Mis chicas y, así, hasta llegar al mencionado Balalín.
Además de la aventura cuyo protagonista era el chico que daba nombre a la revista, el Balalín incluía secciones como las siguientes: en formato de cómic, episodios de Historia Sagrada (“José, virrey de Egipto”, “En la tierra prometida”, “Los jueces, Gedeón”...), Historias de grandes hombres (Livinstone, Gravelet, W. Mitchell...), Historias de las cosas (la sal, el café, el fútbol...), Los animales (el mapache, el caribú, animales con pinchos...); también había relatos y cuentos (“La última vez”, de M. Alcántara, “El muchacho que tenía el corazón triste”, de Feliu, o las grandes tiradas de “Miguel”, de Joaquín Aguirre Bellever), Juegos, con sus reglamentos y normas (“Las zapatillas”, “El cangrejo en círculo”, “María subiré”...), El gran concurso de Balalín, que, además de publicar semanalmente las fotos de los chicos ganadores en anteriores certámenes, presentaba las preguntas del presente basadas en las más diversas materias, desde la historia más reciente hasta inventos, gánsteres, medicina, geografía, música, literatura...
De las cosas que más nos gustaban a los chicos del Balalín era la historieta del Tío Mandarino, un labriego inocentón y cazurro que no lograba dar buen fin a ninguna empresa, y una historia policiaca titulada “Redada en el búho rojo”, que a mí me recordaba las aventuras del FBI, aquellas que eran protagonizadas tan trepidantemente por Jack, Bill y Sam. No había poesías entre las páginas amplias y generosas del Balalín, pero sí brotaba cierto lirismo de las imágenes en color de algunas viñetas y de los relatos que intentaban apresar el sentir y el pensar general de la gente menuda de entonces, aunque con algunas dosis de propaganda velada referida a los vencedores en la Guerra.
Las exigencias artísticas y educativas de todas estas revistas eran escrupulosas y atendían a unos principios básicos y a un programa de acción para la elevación religiosa, moral, social, literaria y estética, según el P. Vázquez dice en su libro La prensa infantil en España, citado por Carlos Castro Alonso en su Didáctica de la Literatura. He aquí algunas afirmaciones de esos principios y de ese programa de acción mencionados:
.- Bondad en el aspecto ideológico,
.-orientación cristiana,
.-contenido fiel a la verdad,
.-valoración equilibrada de la fuerza, salud y belleza del cuerpo,
.-el héroe debe practicar las virtudes humanas: generosidad, sinceridad, valentía, honestidad, discreción..., y combatir las burlas a impedidos, ancianos...,
.-fomento del servicio a la comunidad,
.-respeto al sexo contrario,
.-acercamiento entre las clases sociales,
.-preparación para la vida real y la orientación profesional,
.-cultivo de la poesía,
.-combatir cuanto pueda producir temor al niño, etc.

domingo, 20 de abril de 2008

PONGO EL PIE PRESENTE MÁS SEGURO

RING

¿Quién nos pone de pronto
en medio del camino de los días,
entre las duras cuerdas
del ring o de la vida sin aviso,
sin armarnos el ánimo con guantes de esperanza
para al menos velar un poco el miedo
que nos cuelga del cielo de los ojos?

Siempre dejados
de la mano de Dios y a la deriva
por el mar de la calle,
recibimos los golpes que nos manda
sin heraldos la vida hasta besar
la lona muchas veces.
Pero, hijos del barro y barro y solo barro,
la costumbre tenaz del sufrimiento
nos pone en pie de nuevo y, cara a cara,
aunque ciegos, proseguimos luchando
hasta que el golpe decisivo ponga
fin al combate.

Entonces el camino de los días,
lucha a muerte sin tregua de campanas,
sin derrota ni triunfo, habrá acabado.

Un instante los focos de la calle
apagarán y encenderán su luz
hasta otra nueva muerte.
Y la raza jamás querrá aprender
que el viaje de ida se repite
por los siglos de los siglos, amén.




EL SENDERO


Saber que estás vivo

Abres bien los ojos con el alba
y notas que estás vivo porque te duele el pecho
o porque la miel de amor rezuma en tu pijama.
Y bajas a la calle
para llenar la imagen de una instancia,
suscribir un saludo
o despedir a un muerto.
Y aunque sepas que en poco más que eso
se resume tu vida
o se cifra el secreto del viaje,
tú, viajero fiel, caminas, sueñas,
te palpas los bolsillos del deseo,
te vistes de Quijote
y, con la lanza que ponen Dios y el sino
entre tus manos hábiles,
atacas los gigantes de la prisa,
de la injusta indiferencia a veces,
del odio y de la envidia.
Y, victorioso o no,
repites la aventura mientras quede
una breve rendija de luz viva
en el cristal atento de tus ojos
y en tu alma una gota de esperanza.






TRÍPTICO DE AQUEL BARRIO DE ENTONCES

I
Aunque regreso a veces a aquel barrio de entonces
y sigo viendo el río pasar lamiendo el hondo
silencio de las casas, y chillan los vencejos
cruzando el cielo aún de mi plazuela,
ya nada me devuelve al mundo de aquel niño
que fui bajo su aire.
El tiempo con sus manos de malicioso brujo
ha revuelto las cosas, ha roto los candados,
ha escondido en sus fríos desvanes de sepulcro
las viejas inocencias.
Yo soy allí un extraño,
un turista pendiente de su cámara.
Las aceñas no muelen: las palas de sus ruedas
se pudrieron por no poder ser útiles.
La aventura y los sueños que allí viví se callan,
se callan y se secan entre la seca arena.

Cansado de no verme como niño
en el viejo cadáver de la aceña,
subo el seco sendero que separa
el molino del barrio como cuenta
perdida de un rosario, como fruta
que sirve de alimento a las hormigas.

Aunque regreso a veces a aquel barrio de entonces,
ya nada me devuelve al mundo de aquel niño
que fui bajo su aire. El tiempo tiene
también su cementerio y sus condenas.


II.
Este barrio dejó de ser aquel que yo creé.
Los nidos de vencejos, la noria de la huerta,
los carros, el potro del herrero...,
no responden al gesto de mis ojos
ni al urgente reclamo de mi alma.
¡La casa y sus balcones, la luz que llueve afuera,
el puente umbilical de la ciudad y el barrio...!
Si Dios bajara ahora a esos balcones,
tal vez se movería algún visillo,
tal vez tu rostro, madre, se vería
en la magia fugaz de sus cristales,
tal vez tu enredadera, padre, antigua
ondearía su pelo verde al aire
guiado por tus dedos.

Pero este barrio ya no es aquel barrio,
ni mi casa esta casa.
Los milagros
no existen: sólo el tiempo que rompe la atadura
que mantiene sujetas brevemente
las cosas a sus dueños.
Ya no es nada
lo mismo que fue ayer, ni yo tampoco
volveré a ser los ojos que bebían
la magia de mi barrio con su río,
ni aquella fuerza pura que encontraba
tan extenso el milagro de los días.






III.
Es otro este escenario y otro el tiempo.
Yo fui una vez actor aquí de un acto
compartido con otros viajeros,
como aquel vagabundo que en verano
con su saco a la espalda en la arboleda
como otro árbol brotaba, o la mujer
que besaba la llave y la escondía
tras el frío granito de la fuente,
o aquel pobre inocente que buscaba
monedas en el río...

En el barrio adivino
el humo de mi ausencia
junto al palo que queda de aquel potro,
al borde del sendero que conduce a la aceña.
Y el pasmo soñador y aventurero
de aquellos tres balcones de la casa
hoy son los ojos fríos
del cadáver de piedra donde un día
empecé a caminar hacia la suerte
que esconde cada día.

Hoy contemplo en silencio
los recuerdos helados de mi infancia
y pongo el pie presente más seguro
en la tierra del suelo que me aguanta.

sábado, 19 de abril de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS


El deber es el deber

Todo el mundo sabe que el periódico "Público" es un diario barato y pobre. Lo de barato está justificado por el precio que cuesta y los regalos que hace (películas en DVD, Cuentos infantiles, libritos sobre Maestros de la Pintura), pero lo de pobre se refiere al contenido y la forma de sus diferentes géneros periodísticos, entre los que se incluyen los arículos de opinión. El contenido es propio de su ideología y sus dirigentes son muy dueños de tratar los temas de actualidad (políticos o no políticos) siguiendo sus idearios particulares y en esta sección de PATADAS AL DICCIONARIO esas opiniones no van a ser objeto de comentario (al menos por el momento). Lo que sí es objeto de crítica es su forma, desaliñada la mayor parte e irrespetuosa con las normas más elementales de la Gramática y oltros sectores de la Lingüística. Hoy, viernes 18 de abril, leyendo el artículo "El combate campesino: David contra Goliat", me encuentro en el último párrafo la siguiente afirmación: "Debemos de recordar que la denuncia de este modelo agroindustrial..."
Ya estamos otra vez con el "Deber de" dichoso. ¿Cuándo aprenderán los que se dedican a escribir en el periódico que es necesario saber distinguir entre "Deber de" más infinitivo ("Deben de ser las ocho", "no debe de tener más de doce años", etc.), que significa "probabilidad, suposición o conjetura", y "Deber" más infinitivo ("Debemos tener más cuidado","debes cumplir tus promesas", etc.), que significa "obligación". Así pues, la periodista de "Público" debió decir "Debemos recordar..." y nunca "Debemos de recordar..."

martes, 15 de abril de 2008

Femeninos machistas

Viendo la película "Sáhara", volví a encontrarme de sopetón con uno de esos términos femeninos machistas que tanto nos acribillan los oídos desde todos los medios de comunicación icluido el cine. Y fue en labios de Penélope Cruz, la protagonista que trabaja en la citada película para la OMS en África y se ve envuelta en una aventura arriesgada a raíz de una epidemia que ciertos sectores políticos y sociales quieren ocultar. El caso es que, cada vez que se presenta a otros personajes del film, pronuncia la misma frase: "Hola, soy médico." Así, "médico". Médico (del latín "medicus"), igual que abogado, catedrático y muchos otros vocablos referidos a oficios o profesiones,según la RAE es, por un lado, un adjetivo de dos terminaciones relacionados con la medicina, y por otro, un sustantivo en masculino y femenino que designa personas que ejercen la medicina. Por lo tanto, en uno y otro caso, existe médico para el masculino y médica para el femenino. Así que la guapa Penélope debió decir "Hola, soy médica".

Femeninos machistas

HILO DIRECTO CON DIOS


lunes, 14 de abril de 2008

PROCRIS

PROCRIS

I.
Una mujer semidesnuda, con el cuello manchado por la sangre de una herida, yace muerta en un prado verde y florido. La muerte y la vida. Un fauno, vida salvaje y natural, se inclina solícito sobre la mujer, mientras que un gran perro de caza, vida animal, vela sentado a sus pies. Al fondo una laguna de aguas quietas con pájaros y perros en su orilla. Amanece. Flota sobre la escena una atmósfera propia del mundo de los sueños. Este es el cuadro. Su autor, Piero di Cosimo, vivió el apogeo del Renacimiento y de Florencia. Era un hombre de humor caprichoso, capaz de las invenciones más extrañas. Como este cuadro. El cuadro se encuentra en la National Gallery de Londres con el título Un tema mitológico, y representa la muerte de Procris, último episodio de una leyenda antigua contada por Ovidio en sus Metamorfosis.

II.
En el cuadro falta el marido celoso, Céfalo, causante de la muerte de la infortunada esposa. Pero no el perro Laelaps, regalo de Diana a Céfalo. El can asiste a la tragedia como símbolo de fidelidad, virtud en la que ambos esposos tuvieron tan poca confianza. Con el mismo tema de los celos y con los mismos personajes, Niccolo de Correggio escribió un drama titulado Céfalo que se estrenó en Ferrara y luego se imprimió en Venecia, donde probablemente la conoció el pintor. Entonces, como ahora, las catástrofes y las muertes originadas por los celos eran muy corrientes. Un ejemplo fue el de Galeotto Manfredi, señor de Faenza, que fue descuartizado por orden de su esposa Francesca por haberle sido infiel. De ahí que tuviera tanta importancia el drama de Correggio, aunque le dio un final contrario al de Ovidio, pues en el quinto acto una diosa compasiva devolvió a Procris a la vida y se la entregó a Céfalo. A la muerte le sigue la resurrección. Ahora, a diario, los casos de celos salpican de sangre la pantalla de la televisión, el papel de los periódicos, la paz de las familias.



III.
La primera obra de Piero di Cosimo fue el paisaje de El sermón de Cristo que figura en la Capilla Sixtina. Los retratos y los cuadros del artista adquieren con el paisaje una atmósfera y un encanto especiales, pues siguiendo a los pintores holandeses contemporáneos como Jan van Eyck o Hugo van der Goes creía que el paisaje otorgaba un carácter decisivo al cuadro. Y así, La muerte de Procris está envuelta en la melancolía de un paisaje acuático bajo un cielo incierto. Garzas plateadas deambulan por la orilla, imagen del reino de los muertos, adonde Procris acaba de ingresar. El dolor, las lágrimas y el olvido la envuelven para siempre. Ahora, a diario, la muerte de las mujeres por celos aparece envuelta en la melancolía atroz de un paisaje urbano bajo un cielo también incierto. Una manta de papel de estaño cubre el cuerpo y hay policías deambulando por la acera como seres perdidos en el tiempo de la sangre.

IV.
Un fauno, orejas puntiagudas, cuernos y patas de cabrón, representante del mundo salvaje y la lujuria, se inclina sobre Procris. Ahora inútilmente. Antes, en vida, intentó seducirla. También inútilmente. Entonces el salvaje se vengó del desdén de Procris haciéndole creer que Céfalo la engañaba, provocando así la perdición y la muerte. Ahora, después de todo eso, se lamenta y se inclina con ternura sobre Procris.

V.
Piero di Cosimo, el creador de la pintura, era un solitario y vivía apartado de la gente. Una de sus aficiones principales era la alquimia, ciencia que había aprendido de su maestro. La alquimia y sus secretos palpita en La muerte de Procris. Los perros de la pintura son un ejemplo. Los alquimistas consideraban a la perra blanca de Corascene y al perro Armenio símbolos de los dos estados químicos antagónicos: lo sólido y lo volátil. Unirlos mediante el fuego era un paso importante para lograr la Piedra Filosofal. También había que sublimar en un alambique la materia muerta descompuesta para convertirla en la piedra blanca simbolizada por un cisne. Un cisne aparece también en el fondo de la pintura. El perro de caza lo vemos dos veces representado en el cuadro: una, en la orilla, vigilando la lucha de los contrarios, el perro negro y el perro blanco; y la otra, en primer plano, a la derecha, velando a los pies de su dueña difunta.


VI.
Más alquimia. El cuerpo muerto de Procris aparece envuelto en dos velos, uno rojo y otro dorado, colores que simbolizan los de la Piedra Filosofal: el rojo ardiente que convierte todo en oro. De un cuerpo muerto, de un hombre o una mujer, Eva o Adán, los alquimistas creían ver brotar un arbusto, el arbor philosophica, porque a la muerte de la materia le sucedía la resurrección, la liberación del espíritu, la transmutación material. En la pintura de Piero di Cosimo no brota el arbusto directamente del cuerpo muerto de Procris: lo ha pintado justo detrás, por encima de sus hombros y su corazón. Los alquimistas ven en el cuadro la victoria sobre la muerte, la inmortalidad, aunque con la intervención de las fuerzas naturales encarnadas aquí por el hombre salvaje, es decir, el fauno.

El anillo de los señores y otros microrrelatos

El Anillo de los Señores
Cuando tras ciento cincuenta años los doce Señores de la comarca hubieron fallecido y sus tumbas cerraron completamente el anillo alrededor del panteón del Rey, se hundió la tierra del camposanto bajo sus sepulcros y debajo apareció el dédalo de galerías y catacumbas habitadas por los hijos de los hijos de los hijos de los siervos de los Señores. Se hicieron con las armas ocultas en el panteón del Rey y gobernaron la comarca con equidad y prosperidad. Y al fin vivieron felices para siempre libres de la tiranía de aquéllos.


Un relato de fantasmas
¡Qué momento más agradable! Me preparo un combinado. Pongo en el tocadiscos mi música de siempre y me siento en mi sillón favorito a leer una novela de fantasmas de Henry James, cuando caigo en la cuenta de que no tengo ni tocadiscos ni ninguna novela de Henry James.


Misterio
En una vidriera de Can Doménech de Cerdanyola hubo antaño pintados un pájaro y una flor. En la restauración que se está haciendo del edificio no aparecen por ninguna parte el pájaro y la flor. Can Doménech fue en un principio teatro casino para los veraneantes de fines del siglo XIX y, en la segunda década del XX, una lujosa torre de veraneo modernista con adornos en los arcos de la fachada, la verja de hierro de la entrada y las vidrieras. En una de esas vidrieras, de la que se apasionó la dueña de la casa, aparecían el pájaro y la flor. Y cuando la familia dejó el edificio por problemas económicos y éste se convirtió en los laboratorios farmacéuticos Doménech, el hombre encargado de modificarlo, que estaba enamorado de la dueña, cambió por otra la vidriera del pájaro y la flor por otra para regalársela a la bella señora. Y jamás se ha recuperado esa vidriera.

Las palabras escritas en la arena
Jesús miró a su alrededor, contrajo su rostro en un gesto de tristeza, y escribió en la arena estas palabras que enseguida borró para que nadie pudiese leerlas: "A pesar de que la humanidad no tiene remedio, debo seguir intentándolo."

El ratón infeliz
Una vez un ratón fue a una academia a recibir clases de maullidos, pero por mucho que lo intentó no logró emitir uno solo. Al cabo del tiempo fue a otra escuela para desarrollar sus patas en forma de garras de felino, pero todo fue inútil. Probó más tarde enamorarse de una gata siamesa de ojos azules, pero recibió a cambio burlas y zarpazos. Entonces un amigo del jardín donde vivía el ratón, apenado por los constantes tropiezos de su congénere, se acercó a él y le dijo: "Tú has nacido ratón y como ratón has de conducirte en la vida. Para ser feliz, lo primero que hay que hacer es conformarse con la condición natural que tiene uno."

El ojo metálico
Al fin el hombre ocupadísimo logró compaginar sus dos aficiones más perentorias, la lectura y el cine, con el invento del ojo metálico, que además le ofrecía la ventaja de caminar por la calle y ver quién le seguía sin girar la cabeza, pues le bastaba ponerse en la oreja el ojo metálico como el carpintero pone el lápiz. Lo de compaginar la lectura y el cine a la vez, lo probó una tarde que se tomaba una cerveza con su mejor amigo en el bar contiguo al cine del barrio. Mientras él se enfrascaba en la lectura le pidió a su amigo que una vez entrado en la sala se colocara el ojo metálico sobre la oreja. En efecto, a los pocos minutos le empezaron a llegar las señales del dispositivo; así que con los ojos de la cara devoraba los renglones del libro y con el ojo metálico que portaba su amigo no se perdía un detalle de las evoluciones de los personajes de la película ni de su hermosa fotografía. Sólo había que solucionar un detalle: captar también los diálogos del film. Pero eso vendría más tarde.


Las reliquias de Juana de Arco
La Doncella de Orleans, que fue condenada a morir en la hoguera acusada de brujería a los diecinueve años de edad y canonizada en 1920, fue enterrada en un lugar desconocido de Rouen a mediados del siglo XV. Parte de sus restos fueron descubiertos por un farmacéutico de París al hacer inventario del contenido de la botica que acababa de adquirir en una jarra de cerámica, con un pergamino doblado en su interior que decía que aquellos huesos eran las reliquias de Juana de Arco. Ni que decir tiene que ante aquel hallazgo se armó un revuelo de padre y muy señor mío. La rehabilitación de la heroica doncella que ya llevaba haciéndose desde el mismo siglo de su desaparición, adquirió dimensiones extraordinarias, y sus llamadas reliquias fueron enterradas con el boato y respeto de una santa en un templo cristiano. Sin embargo, hace poco el científico Charlier, encargado de analizar los huesos y el fragmento de la ropa pertenecientes a santa Juana de Arco, llegó a la conclusión de que aquellos restos pertenecían a una momia egipcia y al fémur de un gato. ¡Vaya chasco! ¡Ah!, y respecto a lo del hueso de gato que nadie se extrañe. Según las costumbres de la época de la Doncella de Orleans, solían arrojarse gatos negros a las hogueras donde eran quemadas las mujeres acusadas de brujería.

La sombra
Durante el día la sombra era feliz aunque estuviera condenada a seguir a su dueño. Pero no soportaba la llegada de la noche, y no porque no se viera a sí misma pues sabía que siempre estaba pegada a la piel de su amo, sino porque, mientras éste dormía a pierna suelta y soñaba plácidamente, ella no tenía la capacidad de dormir y mucho menos la de soñar (¡le hubiera gustado tanto soñar en su enemiga la luz!).


La recriminación
"Le leí la historia y me recriminó que le hubiera devuelto el juicio", dijo Cervantes refiriéndose a Don Quijote.

Un zoo de hombres

UN ZOO DE HOMBRES

“Buenos días, me llamo Ubay Jamel y vengo de un zoo de hombres.”
Así empezó su charla en la sala de actos de la Universidad Autónoma de Barcelona un hombre joven, moreno, con barba espesa y negra, de ojos vivos y manos inquietas. Era un británico originario de Bangladesh que a los dieciocho años acudió con otros jóvenes al casamiento de un amigo común en Pakistán, sin sospechar lo más mínimo de la tragedia que iba a vivir.
“Yo hacía la vida normal de un chico europeo de dieciocho años. Mi familia procedía de Bangladesh y era de clase media. Estudiaba ingeniería por las mañanas y por la tarde trabajaba en una joyería para pagarme mis gastos. Hasta aquí todo normal. Pero un día de 2001, estando en Pakistán, decidí entrar en el vecino país de Afganistán. Para mí Afganistán era un país hasta cierto punto familiar. Es como si uno de vosotros viajara a un país sudamericano, Chile, Argentina, Venezuela, por ejemplo. En cualquiera de esos países no tendríais ningún problema para moveros. El idioma común, parecidas costumbres y todo eso que hace que os encontréis bien en una tierra que no es la vuestra. A mí me sucedía lo mismo con Afganistán. Allí no me sentía un extraño. A los dieciocho años uno ve las cosas diferentes a como las ve una persona de mayor edad. Y desde luego no era consciente del peligro que había. Además, cuando los Estados Unidos declararon la guerra a Afganistán yo sólo contaba dieciocho años como ya he dicho y no estaba involucrado en la política como ahora.”
Con una botella de agua y un micrófono delante, Ubay Jamel dirigía sus palabras a los estudiantes que atiborraban el Salón de Actos de la Autónoma deseosos de no perderse el testimonio de aquel hombre de raza árabe que en 2001, durante una breve estancia en Afganistán, fue detenido por unos soldados estadounidenses y conducido a Guantánamo.
“Mi pesadilla comenzó en otoño de 2001 cuando en compañía de otros amigos viajamos a Pakistán para asistir a la boda de un conocido nuestro. Como teníamos unos días de vacaciones, aprovechamos la circunstancia para entrar en Afganistán, coincidiendo por suerte o por desgracia (más bien esta última) con el inicio del ataque estadounidense contra este país poco después de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York. Entonces se cerraron las fronteras entre los dos países vecinos y mis amigos y yo no pudimos regresar a Pakistán. Nos refugiamos en una casa vieja que tenían los padres del recién casado cerca de Kabul y allí estuvimos hasta que pasara el peligro. Yo creí que todo pasaría rápidamente para poder volver a casa sano y salvo. Pero todos los indicios señalaban que la guerra se iba a endurecer cada vez más y duraría mucho tiempo. Y unos meses después ocurrió lo que me estaba temiendo. Con la caída del régimen talibán, la vigilancia y las rondas militares se acentuaron y nosotros ya no estábamos seguros en ningún sitio. Un familiar del padre del recién casado nos buscó cerca de las montañas una nueva vivienda para burlar los constantes registros efectuados por los militares en busca de indocumentados y presuntos terroristas.”
El espeso silencio del Salón de Actos acentuaba la emoción que brotaba de las palabras del orador. No había un solo estudiante allí dentro que no supiera ya, porque lo había leído en el cartel colgado a la entrada de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, que aquel joven musulmán llamado Ubay Jamel había estado prisionero en Guantánamo dos años y medio sin saber de qué se le acusaba ni cuándo saldría de allí .
“En una de esas rondas de vigilancia los militares de la Alianza del Norte dieron con nosotros y, creyendo que éramos miembros de Al Qaida, nos detuvieron. Luego nos llevaron a un campo de prisioneros donde había más de treinta mil hombres encerrados que no dejaban de llorar como niños. Era de noche y aquellos desgarradores llantos, poblando angustiosamente la oscuridad, encogieron mi alma. A la mañana siguiente nos obligaron a subir a unos camiones para conducirnos en condiciones infrahumanas a la prisión de Mazar El Sharif. Los camiones eran metálicos, como cajas de hierro. No entraba apenas oxígeno y la gente se ahogaba. Iba a mi lado un hombre de unos cuarenta años que en medio de la marcha empezó a pedir ayuda a gritos. Se había ensuciado los pantalones y decía que le faltaba el aire. Nadie acudió en su auxilio. Murió entre estertores unos minutos después. Los demás estábamos aterrorizados. Yo mismo noté que me mojaba los pantalones de miedo. Un poco más delante, oímos disparos en el exterior y enseguida comprobamos que las balas entraban por los huecos del camión buscando afanosamente nuestros cuerpos. Casi una docena de prisioneros murieron a causa de los disparos. Y puedo asegurar que el ejército de los Estados Unidos estuvo presente supervisando la operación de nuestro traslado.”
Algunos estudiantes, que llevaban enrolladas algunas pancartas de Amnistía Internacional, las desplegaron sin esperar a más. Y en la mayoría de los presentes afloraron a sus ojos brillos de protesta e indignación. Las palabras de Ubay Jamel habían sido el detonante. Hubo también algunos gritos aislados que decían “¡Tanquem Guantánamo!, ¡Tanquem Guantánamo!” Cuando Ubay Jamel oyó entre los gritos la palabra ignominiosa de “Guantánamo”, no pudo evitar que unas lágrimas brotaran en sus ojos y que su voz se rompiera durante unos segundos entre sollozos. Se hizo el silencio en el Salón de Actos.
“En la prisión de Mazar El Sharif sólo estuve unas semanas. Allí adelgacé veinte kilos y contraje una gastroenteritis que creí que iba a arrastrarme a la muerte. Hubo un tiempo en que deseé morir y así escapar de aquel horror. Pero el hombre no muere hasta que no le llega su hora. Y a mí, por lo visto, la hora del fin no me había llegado porque un horror más grande me esperaba para comprobar cuánto más podía aguantar. Un día los soldados de la prisión me obligaron junto con una cuarentena de hombres más a subir a otro camión. Oí decir que nos trasladaban a los Estados Unidos de América. Así fue. El vuelo me lo pasé vomitando mientras un soldado me golpeaba la espalda con la culata de su fusil. Pan y agua racionados eran los únicos alimentos que nos daban. Cuando llegué a América estaba exhausto. No tenía ni fuerzas para caminar. Pero tampoco me morí allí. No tenía tiempo. Antes debía vivir lo de Guantánamo. Sin apenas descanso, nos condujeron a lo que enseguida comparé con un zoo de hombres. Porque Guantánamo es un zoo para personas. Allí nos tenían como animales salvajes. Nos golpeaban en nuestras partes con estacas, nos torturaban psicológicamente llamándonos de todo y asegurando que iban a investigar a nuestras familias para hacerles la vida imposible por haber traído al mundo seres tan execrables como nosotros. Nos hacían permanecer en posturas de estrés, con las manos atadas a los pies o colgados boca abajo durante horas. Yo tuve que vivir cinco meses en una celda de aislamiento. Eso fue lo peor para mí. No dejaba de pensar en mis padres y en lo que pudieran hacerles. Cuando volví a una celda común, atiborrada de personas, les di las gracias llorando. Luego, cuando se me pasó el momento, me arrepentí. Malvivíamos en una especie de jaula, de las que existen en los zoológicos de todo el mundo. Para deciros como era aquello, sólo tengo que deciros que para evacuar disponíamos de un cubo y lo teníamos que hacer a la vista de todos. A estas alturas os preguntaréis cómo pude soportar una situación así. Os contesto simplemente que el instinto humano de supervivencia te obliga a adaptarte a cualquier situación por dura que sea.”
Los gritos de “¡Tanquem Guantánamo!, ¡Tanquem Guantánamo!” llenaron por completo el Salón de Actos de la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Los futuros periodistas reunidos allí no olvidarían jamás las palabras de Ubay Jamel, aquel hombre joven de origen árabe que se había visto obligado a vivir una experiencia tan horrible que ponía en entredicho la tan traída y llevada democracia, defendida nada más ni nada menos que por el país que en el mundo pasaba por modelo de la misma, los Estados Unidos de América. ¿Dónde estaba la justicia? ¿Dónde los derechos humanos?
“En aquel zoo de hombres que es Guantánamo estuve dos años y medio preguntándome a todas horas por qué me encontraba allí y de qué se me acusaba. Creo que esas dos preguntas, cuya respuestas pululaban en mi conciencia, me hicieron aguantar lo que aguanté y el instinto de supervivencia que os he dicho. En 2004 fui liberado sin cargos. Os preguntaréis si me he metido en política desde aquello. Y os contesto que si entonces, al principio de todo, no me importaba para nada la política, ahora menos. Si un país como los Estados Unidos, modelo de democracia, ha hecho lo que ha hecho y está haciendo, cómo voy a creer en la democracia y en la justicia. Sin embargo, espero que si ganan los republicanos las elecciones de noviembre de este año cierren Guantánamo, tal como dicen en la campaña electoral. Pero os digo una cosa. No me fío. Además, lo importante no es sólo que cierren Guantánamo, sino saber qué harán con los hombres que hay encerrados allí.”
Todos se hacían la misma pregunta. Y cuando Ubay Jamel dio por terminada su charla, alguien de la primera fila le preguntó cómo había sido su regreso a la vida en Gran Bretaña y de qué modo le había afectado su terrible experiencia en Guantánamo.
“Del modo más injusto. No encuentro trabajo. Presento aquí y allá mi currículo, pero al ver un vacío de dos años y medio en él, me preguntan a qué es debido. Entonces les tengo que contestar que he estado en Guantánamo. Eso es una barrera infranqueable. Me considero una persona partida por la mitad. Una persona inútil. Porque sin trabajo no puedes organizarte la vida de nuevo, alquilar o comprar un piso, abrirte paso en el mundo. Pero bueno, supongo que todo con el tiempo se irá arreglando. De momento, le he dado un sentido a mi vida, colaborar con la campaña de Amnistía Internacional “Tanquem Guantánamo”.

viernes, 11 de abril de 2008

Cuestión de acentos

En el concurso Pasapalabra, en el que se repite frecuentemente que hablar bien es gratis, tuve la otra tarde la oportunidad de escuchar de boca del conductor del programa una de esas lindezas lingüísticas que desgraciadamente oímos cada vez con más asiduidad. Los concursantes estaban situados ya en sus respectivos "roscos" de palabras, cuando el maestro de ceremonias al formular una de tantas preguntas se le escapó el gazapo siguiente: "... cuyos carácteres (así, con acento en 'caRÁCteres') árabes..." Sabido es que el plural de "carácter" cambia de lugar el acento de la palabra (caracTEres), como ocurre en otros términos como "régimen", cuyo plural es "reGÍmenes". Debemos tener cuidado todos con estas cuestiones,y más, si cabe, los que están en los medios de comunicación y son muchas las personas que los escuchan.

martes, 8 de abril de 2008

Para Antonio Machado

A mis colegas y alumnos
del IES La Románica

Aquí, en Collioure, dos mil ocho,
un nueve de abril sereno
desgrano, ante los cipreses
que te cobijan, mis versos.

Son versos de admiración,
versos que aprendí viviendo
en los campos de Castilla
junto al espejo del Duero.
En aquellos mismos campos
donde el destino fue bueno,
donde el amor renovó
la savia a tu chopo viejo.

Con ellos quiero cumplir
la promesa de otro tiempo
de traerte de la tierra
de la luz y los romeros
un recuerdo de reposo
y un reposo de recuerdo.

Desde la lápida escueta
que en Soria guarda los restos
de Leonor, hoy te traigo
esta caricia de versos
para que a los dos os sea
la distancia un nuevo encuentro,
un hondo beso la muerte
y un presente eterno el tiempo.

HILO DIRECTO CON DIOS


Demasiado optimismo

Todo el mundo pudo oírlo hace unos días en el telediario nocturno de Antena 3. Resulta que un periodista, refiriéndose a lo ocurrido a dos navegantes que, habiendo estado desaparecidos durante quince días, finalmente fueron recogidos por un barco y llevados a un puerto canario sanos y salvos, dijo: "Los dos marineros se encuentran en un estado muy óptimo." Debían de hallarse más que bien pese a estar sin probar agua más de diez días porque lo de "muy óptimo" sobrepasa todas las barreras, las físicas y, sobre todo, las lingüísticas. Según la RAE, "óptimo" es un adjetivo superlativo de "bueno", es decir, muy bueno, buenísimo, lo mejor de lo mejor, etcétera. Así que ese "muy" que le añade el periodista, es un muy excesivo.

viernes, 4 de abril de 2008

HILO DIRECTO CON DIOS


Una interferencia con el catalán

Es sabido que entre los

Una interferencia léxica con el catalán

Es sabido que entre los castellanoparlantes de Cataluña es muy frecuente que se deslicen en la expresión oral y algo menos en la escrita términos léxicos catalanes, y no me refiero a los ya tan extendidos desenvolupar (desarrollar), remarcar (destacar) o plegar (acabar la jornada laboral), por citar unos pocos (ya iré citando otros de parecido o mayor calibre en esta sección). Hoy traigo una joya léxica que leí en el periódico gratuito ADN del pasado miércoles 2 de abri. La periodista en cuestión, hablando de la muerte de un bebé en una guardería barcelonesa,escribió: "Hay ludotecas en Cataluña que actúan como guarderías y que no gozan de los permisos pertinentes para poder ofrecer los servicios que les pertocan."
Así, PERTOCAN, vocablo perteneciente a la ilustre lengua de Maragall. La periodista debió escribir "corresponden". Si no tenemos cuidado, acabaremos haciendo con las dos lenguas cooficiales de Cataluña una indigesta tortilla lingüística.